EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: No ha sido una manifestación tan concurrida como la del primero de mayo

Les voy a decir una cosa.

Esta otra manifestación ha sido menos concurrida que cualquiera de las marchas del primero de mayo. Apenas unos cientos de personas. Mujeres, la mayoría.

ondacero.es

Madrid | 01.05.2014 20:36

Ha sido menos concurrida y, también, menos comentada. No se ha leído un manifiesto al final de la misma, no ha habido dirigentes significados de ninguna organización subidos al estrado para enardecer a las masas. No ha habido autobuses, ni eslóganes ni enormes pancartas. Lo que llevaban consigo las manifestantes eran pequeños carteles, hechos con cartulinas y listones de madera.

Frases escritas a mano, como “¿Es que nadie va a escucharnos?”, o “por favor, hagan algo”. Frases cortas, algunas en forma de pregunta -”¿dónde están nuestras hijas?”-, otras en forma de ruego -”por favor, encuentren a nuestras niñas, tráigannoslas a casa”. La manifestación ha sido silenciosa, ha sido muy colorista --madres y hermanas vestidas de un rojo vivo-- y ha sido a muchos kilómetros de distancia de donde estas mujeres viven: su ciudad es Chibok, en el norte; la manifestación la han hecho en Abuya, la capital, en el centro del país. A las puertas del Parlamento han exigido que no se olvide a sus hijas, adolescentes de catorce y quince años, que el ejército peine la selva para encontrarlas, que el gobierno mantenga informadas a las familias y les cuente qué pueden esperar, dos semanas después del multitudinario secuestro. “Y si están muertas”, ha dicho una madre, “también queremos saberlo”.

Doscientas familias de Chibok, estado de Borno (norte de Nigeria) viven desde el catorce de abril la desesperante situación de no saber si sus hijas siguen vivas, de no saber si han sido maltratadas, o vendidas, de no saber siquiera si aún están en el país o han sido trasladadas a otro sitio. El catorce de abril, aunque no tuviera la noticia mucho eco en la prensa europea, 234 menores nigerianas fueron secuestradas por el grupo islamista Boko Haram. Éste es un grupo -como ya hemos contado más de una vez-- que combate todo lo que huela a occidental o a cristiano en el norte de Nigeria. Han ido ganando peso y seguidores y cada vez controlan más territorio de los estados norteños del país, Borno, Yobe, Adamawa.

Lo mismo asaltan granjas de familias cristianas que arrasan aldeas enteras si no acceden a respetar la ley islámica. Su obsesión es acabar con la educación de estilo occidental. Su acción más repetida es el asalto de escuelas e internados para prenderles fuego y asesinar a profesores y estudiantes cuando estos huyen saltando por las ventanas. Con los internados femeninos el plan es otro: llevarse a todas las niñas vivas para convertirlas en esclavas. El catorce de abril, aunque no tuviera aquí la noticia mucho eco, 234 menores estudiaban para los exámenes en un colegio de Chibok. El silencio se rompió de pronto, cuando hombres armados y vociferantes que decían ser militares ordenaron que todas las chicas salieran fuera porque, según dijeron, estaban a punto de llegar, para matarlas, los Boko Haram. No eran, por supuesto, militares. Eran los propios Boko Haram ejecutando la captura de una legión de adolescentes asustadas.

Lo que sabe de cuando sucedió aquel día lo han contado las pocas chicas que lograron escapar de los secuestradores huyendo por el bosque hasta alcanzar, muchas horas después, las casas de sus padres.  Las familias, horrorizadas, acudieron a las autoridades a denunciar el secuestro y reclamar que se pusiera en marcha cuanto antes una operación militar de rescate. Les dijeron que sí, que todo llegaría, que había que esperar órdenes del gobierno. Incapaces, claro, de quedarse quietos mientras sus niñas estaban a merced de islamistas armados, los padres empezaron a organizarse en grupos para salir ellos mismos a buscarlas. No han dejado de hacerlo desde el día catorce, poniendo en riesgo también sus vidas porque Boko Haram tiende emboscadas en la selva para impedir que nadie alcance a encontrar sus campamentos fantasma.

Padres, tíos y primos de las chicas se juntan cada mañana para comprar entre todos gasolina y seguir recorriendo los alrededores de las aldeas y las zonas más accesibles de los bosques. Son los vecinos con los que se van encontrando quienes les dicen si han visto algo inusual, si han encontrado alguna prenda femenina junto al río. Y es a través de estas personas que les cuentan cosas que escucharon de otras personas como han sabido de la última sospecha: que las 234 adolescentes hayan sido vendidas como esposas a militantes de grupos afines que actúan en los dos países de al lado, Camerún y el Chad. Precio de oferta: 12 dólares por cabeza. Por 12 tienes una mujer sometida, esclavizada para que hagas con ella lo que tú quieras.

Boko Haram ha matado este año a casi dos mil personas. Su ámbito territorial es, sobre todo, el norte de Nigeria, pero también -cada vez más- países vecinos en los que la ley no existe. Incluso para los estándares de violencia que sufren los pueblos de esa franja central del continente africano -Sudán del Sur, Darfur (en el otro Sudán), el Chad, Camerún, la desangrada República Centroafricana- incluso para esos estándares la brutalidad de Boko Haram y su grado estremecedor de eficacia mortífera son, sencillamente, pavorosos. Matan al por mayor y secuestran y esclavizan adolescentes al peso. Doscientas familias cumplen dos semanas de incertidumbre llorando la ausencia de sus niñas.

Padres que salen cada mañana en grupo a buscar alguno indicio de su paradero. Madres que viajan, también en grupo, a la capital del país a manifestarse educadamente para que el gobierno -y el resto del mundo- no olvide lo que les ha pasado. No fue una manifestación tan concurrida como las del primero de mayo, no hubo grandes pancartas ni encendidos discursos. Sólo una pregunta, ¿dónde están nuestras hijas?, un ruego, devuélvanlas a casa, y una confesión desgarrada: “Si están muertas, también queremos saberlo”.