En la víspera de Nochebuena, del discurso del Rey y de que todas las familias españolas se lancen a debatir si Monarquía, república, monarquía republicana, república monárquica, estado federal, España plurinacional o commonwealth mediterránea. Otra cosa no, pero en Nochebuena y en nuestro país se debate muchísimo, entre el cóctel de gambas y el sorbete de cava sobre la estructura territorial y la arquitectura institucional del Estado.
Bueno, a lo mejor no se debate tanto. Y a lo mejor, como dice el CIS (alguna vez tendrá que acertar el CIS) la forma que hoy tenemos de jefatura del Estado (un rey todo el rato ahí arriba en lugar de que sean Sánchez, o Echenique, o Teodoro García Egea los presidentes de la república) no le supone un problema más que al 0,3% de los ciudadanos. Echada la cuenta, y salen ciento cuarenta mil personas, niños incluidos. Para ellos, la Monarquía es uno de los principales problemas que tenemos. Para el resto los problemas son la recesión, la epidemia, lo mal que lo hacen los dirigentes políticos, la falta de acuerdos entre los dirigentes políticos, lo que hacen los dirigentes políticos y los partidos políticos, por este orden.
Pero siendo eso así, tampoco es un secreto que la Corona se enfrenta a una situación inédita en los últimos cuarenta y cinco años de historia. Lo inédito es que está de rey-en-ejercicio un monarca, de nombre Felipe, a cuyo padre (que sigue siendo rey, emérito) le han descubierto unos ingresos cuantiosos y no justificados que ocultó en su momento a Hacienda y que ahora ha regularizado, es decir, ha admitido que recibió y por los que no tributó.
Lo inédito es que forma parte del gobierno de España un partido con moño que le tiene declarada la guerra: al rey de ahora y empleando como munición al rey de antes. (El partido y el tripartito que ha forjado, con los independentistas de Junqueras y Otegi que detestan al monarca por encima de todas las cosas). Y lo inédito, en fin, es que la confianza que le inspira a la casa del rey el presidente del Gobierno como defensor a ultranza de la monarquía parlamentaria es manifiestamente mejorable.
O sea, que sí. El discurso que hoy va a grabar el Rey y que mañana emitiremos los medios tiene un interés, y una relevancia, que no tuvieron sus anteriores discursos de Nochebuena. Hasta hoy, el discurso más importante de este rey fue el del 3 de octubre de 2017, cuando recordó a todas las instituciones del Estado que han de velar por que la Constitución se cumpla. Sólo eso y nada menos que eso dijo aquel día, en vista de que algunas instituciones andaban tibias (por ejemplo, el Gobierno de España) y de que otra, el Gobierno de Cataluña, se había propuesto abiertamente que la Constitución fuera desarbolada. Fue un discurso conciso, directo, rotundo, claro. Por eso fue un discurso efectivo: causó un efecto.
Como hizo en aquella ocasión, el Rey ha de ocuparse, cuando habla, de los asuntos que considera importantes. Y tiene que hacerlo de tal manera que se entienda con nitidez lo que dice. Hoy también.
El asunto de su padre es relevante. Sobre todo para la institución que hoy tiene la misión de preservar Felipe VI. No es un tema personal y no es anecdótico. La prueba es que ha sido el propio monarca, Felipe, quien por dos veces se ha dirigido a la opinión pública este año para informar sobre su padre. Lo hizo el 15 de marzo y lo hizo el 3 de agosto. Lo que aún no ha hecho, y ya está tardando (creo yo) es hablar del asunto de viva voz.
Él, personalmente, personalísimamente si usted quiere, y diciendo con nitidez lo que piensa a cada uno de los ciudadanos que mañana elija escucharle. Tiene poco sentido (creo yo) emitir comunicados que dicen, como el de marzo, que el Rey ha renunciado a la herencia que le pudiera corresponder de su padre y a cualquier activo o estructura financiera no conforme a la ley (traducido, que las fundaciones que montó el padre para recibir dinero de terceros están bajo sospecha) y eludir luego el tema en los discursos hablados.
Tiene poco sentido actuar en los discursos como si el tema que uno mismo ha puesto por escrito no existiera. En los discursos que el Rey ha pronunciado de viva voz ha existido este año la epidemia, la recesión, los mayores, los jóvenes, la acción exterior de las empresas, pero no ha existido lo de su padre. Y eso chirría.
El Rey, lo sabemos todos, es rey y, a la vez, es hijo. Se ha escuchado mucho estos días que está actuando como lo primero, no como lo segundo. Yo creo que Felipe de Borbón debería hablar mañana como las dos cosas que es. Porque no puede escoger ser una y no ser otra. Y porque si algo podemos entender todos, republicanos, monárquicos, indefinidos, indiferentes, es que ser el hijo hace más doloroso tener que censurar al padre. Como ser el hermano hizo más doloroso (y así fue entendido) el apartamiento –o extrañamiento-- de la infanta Cristina de la actividad oficial de la corona.
Saber que es de su padre de quien habla genera más comprensión que otra cosa. Y refuerza el valor de la reprobación por los comportamientos inaceptables. La reprobación ya se ha producido: está en el comunicado de marzo, está en la retirada de la asignación y está en la expatriación, o destierro, de don Juan Carlos.
Felipe de Borbón fue educado toda su vida para desempeñar el trabajo que hoy tiene. Y fue formado para ser rey a imagen y semejanza de cómo desempeñó la tarea su padre. Nadie pudo formarle para tener que reprobar a quien le antecedió. En esto le toca ser autodidacta. Desde que asumió la jefatura del Estado hace seis años ha tenido que ir formándose a sí mismo a la vista de que todas las circunstancias iban cambiando.
La nueva política, las investiduras fracasadas, la sedición en Cataluña. Y, naturalmente, lo de su padre. Los discursos de Nochebuena han respondido hasta ahora a la plantilla heredada del rey de antes: este estilo tan de la Zarzuela de señalar las averías de la sociedad española tirando más de sobreentendidos, de palabras y frases que los medios luego interpretáramos, que de mensajes diáfanos, explícitos, que no requieran de traducción alguna. Esta cosa de aludir a alguien sin mencionarlo por su nombre. De decir higiene sin decir Noos, de decir ejemplaridad sin decir mi padre.
Para esto de ahora no hay discursos anteriores en los que basarse. Es inédita la situación de un rey a cuyo padre le descubren una relación con el dinero turbia, sospechosa. Pero en eso consisten los hitos de un reinado. En tener que afrontar algo nuevo, incómodo, doloroso y hacerlo de tal manera que conectes con quienes te están escuchando.
El rey Felipe tiene que encontrar, más allá de las herencias y las inercias, su propio estilo comunicativo, su singular manera de exponerle a la sociedad cómo ve las cosas. Incluyendo, por supuesto, las cosas de su casa. Las cosas de casa cuando éstas son cosas de todos.
Frente a quienes sostienen que no es nada fácil hacerlo porque el Rey es hijo además de rey, cabe recordar que no hay nada tan eficaz y tan sencillo en un discurso como la autenticidad y la llaneza: un hombre sincero, sin sobrentendidos, sin eufemismos y sin rodeos.