• Que tiene la tumba cavada desde hace veinticinco años.
• Que está deseando que le llegue ya la hora, de puro agotamiento.
• Pero…que no le gustaría morirse sin ver al Parlamento español invistiendo nuevo presidente de gobierno.
Es lo que le han dicho sus vecinos: “Amigo Sodimejo, si espera usted a que haya investidura cumple los doscientos”.
Bueno, es broma. Nadie con la experiencia vital de un señor como éste va a ligar su destino a un Parlamento que fue incapaz de cumplir con su tarea de investir presidente hace seis meses y que hoy volverá a mostrarse igual de inepto. Candidato que le propone el rey, candidato que el Congreso rechaza. Sin alumbrar —que ésta es la negligencia— una alternativa que permita confiarle la gobernación del país a alguien. Se llame Rajoy, se llame Sánchez, se llame como usted quiera. Una alternativa distinta a hacernos elegir un Parlamento nuevo, que es la máxima expresión de su declaración de incompetencia.
En tiempos los grupos parlamentarios aún decían aquello de “vamos a esperar a ver qué plantea el candidato en su discurso de investidura y luego obraremos en consecuencia”. Ahora ya no se disimula. El discurso de esta tarde es un placebo. Les permite a los diputados sentirse útiles, porque lo aplaudirán los del PP, lo abuchearán los del PSOE y Podemos, harán la esfinge los de Ciudadanos, pero carece del más mínimo efecto. Da igual lo que diga Rajoy. Como en marzo daba igual lo que dijera Sánchez. Los diputados van con el guión escrito por sus jefes. Votan lo que la dirección del partido ha dicho que toca votar. La mayoría de los diputados ni siquiera han debatido, dentro de su propio partido, cuál es la postura más correcta. A la mayoría de los diputados nadie les va a pedir que argumenten por qué votan lo que votan. Hay mucho parlamentario que se siente cómodo siendo un lorito de repetición de las consignas y los eslóganes que da a luz el aparato. Y cuya única aportación al debate público que tiene abierto España será ponerse de pie cuando escuche su nombre y decir “sí” o “no”. Lo que le manden.
Dos días para fingir que el Congreso hace su trabajo. Lo llamaremos debate aunque todos sepamos que lo traen todo debatido, prejuzgado y ensayado de casa.
Los 170 diputados que dirán “sí” a que siga Rajoy tienen detrás once millones de votantes.
Los 180 que dirán “no” fueron votados por doce millones.
Son más los que no quieren a Rajoy que los que sí, cabe poca duda al respecto. La pregunta es: ¿cuántos millones de votantes tienen detrás los otros candidatos? Sánchez, Iglesias. Es más: por qué ninguno de los dos ha mostrado interés en ser candidato.
De esto va el asunto. Se presenta a la investidura un aspirante que tiene a su favor dos grupos parlamentarios, 170 escaños, y el hecho de haber ganado de largo las elecciones. Pero que, sobre todo, tiene a favor que aquellos que no quieren verle ni en pintura son incapaces de ofrecer una alternativa. Aquello que les decía Sánchez a los partidos andaluces cuando Susana no conseguía ser investida: o pactan ustedes un candidato distinto, o dejen gobernar a quien tiene más respaldo parlamentario y popular que cada uno de ustedes.
El PSOE, enrocado en el “no”, dice a los medios: oiga, pongan ustedes el foco en otros partidos. Díganle que se abstenga al PNV, o a Convergencia Democrática. Es verdad que hay otros grupos. Y tienen razón los socialistas en que el resultado de la votación es responsabilidad de todos los diputados, no sólo los del PSOE. Todo el que vote “sí” está remando para que Rajoy siga y todo el que vote no” está contribuyendo a que siga sin haber presidente nuevo. Pero hay dos cosas que diferencian al PSOE de los demás.
• La primera, que tiene 85 diputados. Es el único grupo que, por sí mismo, puede decantar en un sentido u otro el resultado.
• La segunda, que es (aparte del PP) el único partido que ha gobernado España. Y sigue siendo el segundo partido en implantación nacional. Por todo ello se le supone un mayor conocimiento de las consecuencias que tiene mantener el país empantanado.
Impedir que el gobierno lo presida otro es bastante más fácil que poner en pie una alternativa propia. Lo demostró Rajoy en marzo y lo va a demostrar ahora Pedro Sánchez.
La situación es tan absurda que si el Congreso sometiera a votación estas tres cuestiones el resultado siempre sería el mismo:
• ¿Quieren los diputados que Rajoy sea presidente? Y sale no.
• ¿Quieren que sea presidente cualquier otro? Y sale no.
• ¿Quieren que haya otra vez elecciones? Y sale también no.
Oiga, ¿qué diablos quieren ustedes?