EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina:Contables famosos en España ha habido unos cuantos

Les voy a decir una cosa.

Haciendo honor a su nombre, contable es todo aquello que puede ser contado. En rigor, al señor que lleva las cuentas deberíamos llamarle “contador”, aunque acostumbra a darse la circunstancia de que precisamente él, el contador, es el menos predispuesto a contar a terceros no tanto lo que ya aparece en sus cuentas sino aquello que, siendo también contable, deja fuera. “Contador público” le llaman en algunos países iberoamericanos.

ondacero.es

Madrid | 03.07.2014 21:53

Contables famosos en España ha habido unos cuantos. Allá por el 91, oías decir en la radio “el contable” y ya sabías que hablaban de Carlos Alberto. Carlos Alberto Van Schouwen, el chileno empleado de Malesa que, en estando en pleitos con la empresa, denunció para qué servía, en realidad, esa firma y sus primas hermanas Filesa y Time Export: para sacarle dinero a las grandes compañías españolas y pagar con él gastos electorales del PSOE.

Hace veinticinco años de aquella trama y todo sigue sonando actual: se emite una factura falsa por un servicio que, en realidad, no se ha prestado y se ingresan cantidades millonarias usando empresas pantalla. Todo tan actual, incluyendo la figura del contable que, sabiéndoselo todo, tira de la manta por despecho, venganza o simple afán por salvar su propio trasero.

No hay investigación sobre facturas falsas, blanqueo de dinero o estafa, en la que el juez o el fiscal de turno no hay apuesto sus ojos en el contable. Él es la llave para bucear a fondo, el hombre que conoce el flujo del dinero (de dónde -o de quién- viene, a dónde -o a quién- va),  el tipo que suele conservar pruebas documentales (una mina) de todos los manejos. “Por si acaso”, ¿verdad?, por si algún día quieren prescindir de mi o encalomarme algún marrón, poder ir al jefe de la empresa, el partido o el sindicato, a decirlo eso tan de película de Coppola: “No quisiera tener que hacerlo, pero tengo aquí el teléfono del fiscal y está muy interesado en que le llame”. “Vamos a llevarnos bien”, que diría el paciente en el dentista.

A José Luis Izquierdo, contable de la Gurtel, fueron a visitarle a su despacho dos policías de paisano en 2009. Le registraron la mesa, los cajones, los armarios sin éxito. Hasta que amablemente le pidieron que se vaciara los bolsillos y allí estaba, el pendrive con toda la contabilidad de las empresas de la trama (la argucia de siempre, facturas falsas o infladas para camuflar comisiones y pagos recibidos). En palabras de Correa que hicieron época, el puto pendrive, la manía de los contables por dejarlo todo apuntado.

Los contables y sus primos hermanos los tesoreros -Bárcenas en el PP, Osácaer en Convergencia Democrática, Fresneda en la UGT andaluza- acostumbran a tener tesoro propio, en dinero, en papeles o en las dos cosas a un tiempo. Cuanto más persuasivo sea el juez de instrucción, o el fiscal del caso, cuanto más pringado esté el contable y más fácil sea empurarle, más posibilidades tendrán los investigadores de conseguir que se convierta en eso que eufemísticamente llamamos “un arrepentido, dícese, en el 99 por 100 de los casos, de aquella persona que, en realidad, sólo se arrepiente de no haber sido lo bastante hábil como para impedir que le cazaran. No es que el delincuente confeso se arrepienta de haber contrariado la ley, es que se ve a sí mismo enchironado por una temporada larga y le entran unas ganas enormes de sacudir la alfombra.

Haciendo honor a su condición de contable, Marco Antonio Tejeiro ha echado unas cuentas teniendo a la vista los doscientos folios del juez Castro y le sale a pagar. Prevaricación administrativa, malversación caudales públicos, falsedad en documento oficial, fraude al fisco y estafa. Con toda la documentación que han aportado la policía y la agencia tributaria a la causa, al contable le sale a pagar...en prisión.

Le queda sólo un cartucho por quemar y es el que ha empleado hoy: pasar de acusado a acusador, de presunto delicuente a testigo de cargo. Confirmando todas las conclusiones que tiene expuestas la fiscalía -él, que era pieza esencial de la maquinaria para delinquir- consigue que el fiscal afloje en el escrito que aún le queda por presentar, el de las penas que pide para los acusados.

Qué admite ahora el contador: que, en efecto, el instituto Noos tenía poco de instituto y menos aún de institución sin ánimo de lucro. Era una empresa creada para procurar ingresos fáciles a sus dos ideólogos, Urdangarín y Diego Torres. Usaban el parentesco del primero con la corona (duque casado con la hija del rey) para obtener contratos de las administraciones públicas y luego se quedaban ellos mismos con el dinero pero dando un rodeo para que no apareciera como renta personal: para eso crean otras pequeñas empresas -Virtual, Shiriaimasu, Aizoon- que fingen prestar servicios profesionales a Noos y emiten facturas falsas para justificar el cobro.

Aizoon no realiza, en realidad, servicio alguno porque no es más que una marca creada por Urdangarín y su señora, pero para sostener la apariencia (y beneficiarse de ventajas fiscales) finge también tener empleados. Es decir, lo que la fiscalía (y el juez instructor) ya sostenían, pero reforzado ahora, avalado, por el testimonio acusador de quien fue mano ejecutora del fraude.

Con la aportación del contable, que además es cuñado de Torres, reconvertido en arrepentido, el fiscal ata su pliego de cargos contra los dos socios de Noos y ata también su propia versión sobre la participación en la actividad delictiva de las esposas, Cristina y Ana. O sobre la no participación. Porque fiel a la tesis de la fiscalía con la que pacta, el contable mantiene que ninguna de las dos intervino en nada. La máquina de hacer dinero la diseñaron Torres y Urdangarín, el velo para engañar a Hacienda lo tejieron también ellos dos y tanto la esposa de uno como la infanta del otro se limitaron a dejar que ellos usaran su nombre para constituir las empresas familiares.

Obtiene el fiscal justo lo que buscaba: ni una palabra de menos sobre Urdangarín y ni una de más sobre la infanta. La declaración que hoy entregó el contable confeso podría resumirse en una frase: “Señor Horrach, todo es como usted dice”. ¿Dónde hay que firmar?