EL MONÓLOGO DE ALSINA

El Monólogo de Alsina: Cuando llega una campaña electoral vuelve el debate sobre quién debe pagar el desplazamiento de los candidatos

Les voy a decir una cosa.

“El mayor de los embustes puede ser la más lúcida de las verdades”. De la impostura hablaremos en el programa de hoy.

ondacero.es

Madrid | 14.11.2014 20:56

“El impostor” se llama el último libro de Javier Cercas. Fingir que uno era lo que nunca fue. Construirse una imagen que es fruto de una fábula, hacerse uno novelista de sí mismo, regalarse una vida. La impostura como fingimiento. Pero la impostura, también, como imputación falsa que el otro le hace al uno. De ambos significados están las calles, las plazas, los despachos, nuestras casas llenas. Impostor es el que engaña haciéndose pasar por quien no es. E impostor es aquel que atribuye falsamente algo a otro.

Cuando un fiscal general del Estado, en España, se declara independiente de los deseos gubernamentales (impermeable a la persuasión monclovita) tiende a ser visto como autor de un acto de impostura. Finge ser lo que no es, se escucha, un hombre ajeno al consejo de ministros, aislado en su campana para no enterarse siquiera de qué querellas ansía el gobierno que sean, cuanto antes, presentadas. Invoca el fiscal Torres Dulce la definición que, de su cargo, hace la ley: al fiscal general lo propone el gobierno, pero una vez elegido goza de la consideración de autoridad judicial, no sometida al poder ejecutivo: él no está a las órdenes del gobierno que lo ha propuesto.

Cinco días después de la consulta de cartón en Cataluña, ninguna querella contra cargo político alguno ha sido todavía presentada. Si el lunes le llovieron piedras a Rajoy por haberse hecho invisible mientras se consumaba la desobediencia al Constitucional, el lunes por la tarde ya estaban desviando las piedras desde las baterías antiaéreas del PP haciéndolas rebotar para que le cayeran encima al fiscal general del Estado. “Es la fiscalía quien no ha movido un dedo”, pregonaban en privado dirigentes insignes, “llegarán las querellas de un momento a otro”, se atrevió a pronosticar, con tan poco acierto como en tantos otros pronósticos, Alicia Sánchez Camacho. El fiscal general, torcido el gesto, buscó micrófonos para recordar dos cosas: una, que a él no le marca nadie los tiempos; dos, que no es su estilo imponer decisiones a sus fiscales superiores.

Él tiene su criterio, pero no siempre coincide con el de los otros fiscales y, en esos casos, se toma tiempo para encontrar un punto de coincidencia. En eso siguen fiscalía general y fiscalía superior de Cataluña: en encontrar una formulación de la querella que les encaje a ambos. A quién se acusa y en qué términos. Si al responsable político último de que haya habido urnas falsas, Artur Mas, se le acusa solo o en compañía de otros. Si se achaca sólo desobediencia o se le atribuye impostura: fingirse quien no es, atribuirse la potestad de hacer lo que le dé la gana cuando no la tiene. El sedicenteconvocante, que es como acusarle de impostor.

De la impostura hablaremos en el programa de esta tarde. El señor Monago sostiene que el vendaval de sus viajes canarios es la historia de una impostura, no porque haya fingido él sino porque han fingido, contra él, otros. “Los que habéis querido que tropiece”, dijo en su intervención de esta mañana, no lo habéis conseguido”. Pareció que la imputación tenía destinatarios claros, los filtradores de sus vuelos, pero dijo Monago que no, que él no sabe quiénes han sido pero que sí sabe por qué ha pasado. De nuevo la idea de que van a por él para que no siga gobernando Extremadura, sin alcanzar a aclarar quién, o quiénes, entiende que tratan de descabalgarle aireando trapos. Trapos sucios a decir de la oposición, los 32 viajes, y trapos perfectamente limpios en opinión de Monago, que después de haber dicho no recordar cuál era el motivo exacto de aquellos viajes que hizo a Canarias, después de haber asegurado no conservar su agenda de 2009 y 2010, se personó hoy ante la prensa con toda esa información recuperada.

El Senado pagó 32 vuelos (16 viajes de ida y vuelta), él pagó de su bolsillo 22 (once viajes). “Nunca viajé 32 veces a Canarias”, dijo Monago, “fueron 16 viajes de trabajo”. Lo relevante no es tanto el número como la idea que transmite Monago de que él sí discriminaba, entre los viajes particulares, que se pagaba él -aquí tienen el extracto de mi VISA- y los viajes por motivo de trabajo. Ha pedido al Senado una certificación oficial y el Letrado Mayor del Senado se la enviado. En rigor, lo que el Letrado Mayor certifica es el número de vuelos pagados por el Senado, 32, no el motivo de cada uno de esos desplazamientos porque, como hemos descubierto todos estos días, el senador no tiene que justificar la razón del billete de avión que solicita. Se nos ha dicho repetidamente estos días desde el Congreso y el Senado que no existen los justificantes, es decir, que no hay forma de saber a qué viajó el parlamentario que hizo uso del presupuesto público.

Certifica, por tanto, el Senado que fueron 16 viajes (o 32 vuelos), y que se supone que debieron ser de trabajo. “Porque otros once viajes”, dice Monago, “me los pagué yo, luego éstos fueron los personales”. Hoy, en efecto, demostró que 22 vuelos los pagó con su visa y que 32 los pagó el Senado. Eso es lo que demostró. La condición de laborales o particulares de cada uno de esos viajes es otro asunto. Que él trata de acreditar explicando esto que ahora sí ha podido rescatar del olvido, a qué fue a Canarias aquellas dieciséis veces. Y ésta vuelve a ser la parte más interesante.

A Monago esta historia de los vuelos le ha venido fatal, pero al resto nos ha venido bien para caer en la cuenta de cuestiones en las que no habíamos reparado. Por ejemplo, que no hay constancia oficial (accesible, al menos) del motivo de los viajes que pagamos a diputados y senadores. Y por ejemplo, que todos ellos considerando como gastos propios de su labor parlamentaria los que se derivan de su actividad de partido: por viajes de trabajo entienden, entre otros, los desplazamientos de fin de semana para reunirse con otros dirigentes de su formación, asistir a convenciones de presentación de candidatos o estudiar cómo sus compañeros de partido hacen campaña.

Monago explica que en sus viajes de trabajo asistió a comités insulares del PP, se reunió con el senador del PP Alarcó, asistió a la presentación de la campaña “Yo quiero Tenerife” del PP canario y participó en la Escuela de Invierno de su partido. Por viajes derivados de su condición de parlamentarios lo que están entendiendo los senadores es viajes derivados de su condición de militantes y dirigentes de un partido político. No se trata de viajar para reunirse con los electores a los que representan, sino de toda actividad de partido, por ejemplo, reunirse con otro senador en Canarias -si ambos son senadores, ¿por qué no se reúnen en el Palacio del Senado y se ahorrar el viaje?-.

Es curioso que en España hemos tenido, cada vez que llega una campaña electoral, el debate sobre quién debe pagar el desplazamiento de los candidatos: si el presidente Zapatero, o el presidente Rajoy, deben usar el avión presidencial para viajar a los mítines o debe encargarse de eso el partido, que para eso reciben los partidos una subvención del Estado por cada escaño obtenido. Tantas veces se ha planteado ese debate sin que se haya planteado nunca este otro: los desplazamientos del parlamentario para actos de su partido, ¿ha de pagárselos él, el partido o el Estado?