OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Decimos ahora «No a la guerra de Siria», que en realidad significa que no nos metan en ella"

No a la guerra. Eso lleva diciendo, cada día, desde hace siete años, la población siria.

ondacero.es

Madrid |

No a la guerra.

• La población que ha sufrido en el este las atrocidades de Estado Islámico.

• La población que ha sido tomada como rehén en las ciudades controladas por los llamados rebeldes.

• La población que padece los bombardeos del ejército sirio.

• Y la población —ésta es la más numerosa— que no cayéndole directamente las bombas, lleva malviviendo bajo la represión, las detenciones, las torturas y la persecución del gobierno sirio desde hace décadas.

No a la guerra, decimos. Que, en realidad, significa que no nos metan. En una guerra que lleva siete años reventando a la población civil sin que la ONU, tan invocada este fin de semana como guía del buen proceder, haya sido capaz de acabar con ella.

Siete años y tres meses tienen Masa y Malaz.

Son gemelas.

Eran unos bebés cuando empezaron las revueltas contra Bashar el Asad. Las dos tienen el pelo largo. Llevan coleta. Una camiseta gris con la cara de Minnie y unas gafas de sol de plástico. Las de Malaz son azules y las de Masa, verde pistacho, con estrellitas. La camiseta se la han dado en el campo de refugiados del norte que gestionan los turcos. De casa se trajeron las mochilas de Dora la exploradora. Se le enseñan a la reportera del Times británico. Dentro de la mochila, una caja de cartón. Y dentro de la caja, una muñeca a la que Masa le dijo que estuviera tranquila, porque ahí dentro estaría segura.

Masa y Malaz, las gemelas, acaban de llegar a este campo de tiendas de campaña blancas. Con su madre, Amina, que viste toda de negro, la cara cubierta. Con su padre, Diaa, que lleva una sudadera. Su casa estaba muchos kilómetros al sur, en las afueras de Damasco. Duma se llama la ciudad. Las mochilas de Dora la exploradora aún huelen. Y la camiseta morada que llevaba hace dos sábados Masa.

Eran las seis de la tarde de hace dos sábados. Masa estaba con su familia escondida en un sótano. Con su familia y con otros setenta vecinos, más o menos, los mismos que acudían al refugio cada vez que se esperaba otra noche de bombas. Bombas barril, se llaman. Bidones rellenos de explosivos y otras sustancias.

Esa noche las bombas hicieron más ruido que otros sábados. También, más polvo. De pronto, silencio. Parecía que todo había pasado. Y de pronto, dos fuertes golpes. Como si algo hubiera impactado contra el suelo, pero no explotado. Y el silbido. Masa recuerda que escuchó una especie de silbido.

Entonces se ofrecieron dos jóvenes a salir del sótano a ver qué había pasado. Salieron, sí, y empezaron a gritar de inmediato. Gritaban: "Todos fuera". Una y otra vez. "Todos fuera". Y también, la palabra maldita. "Gas". Gritaban "gas". Y era su forma de gritar que la historia se repetía. Que volvía a suceder lo de Guta de hace cinco años. Guta no está lejos de Duma. Son los alrededores de Damasco. En 2013 cayeron allí unos cohetes que causaron algunos destrozos materiales. Pero lo peor llegó enseguida. No por el impacto sino por lo que aquellos cohetes llevaban dentro. El gas sarín mató a trescientas personas, según la estimación más baja, y mil quinientas, según la más elevada. Aquel ataque, en Guta cinco años atrás, empujó a la ONU a enviar unos inspectores a Siria.

Amani, la madre, es la primera que reacciona. Agarra a Masa y corre escaleras arriba. Grita a su esposo y su otra hija para que corran también. Cuando la madre sale fuera lo que ve es un gas de color blanco. Y mucho polvo. Busca agua. La vierte sobre la boca de su hija. "Picante", es la palabra que emplea para describir lo que sintió, "un picor en la garganta, creciente, insoportable. La tos, las arcadas, la incapacidad de respirar". Y la gente. Los vecinos desplomándose a su lado. Ella también se desplomó. Perdió la conciencia. Recuerda los lloros, entre tinieblas blancas. El agua que alguien arrojó sobre su cara. Recuerda recuperar el sentido, ver la espuma brotando de la boca de su hija, cogerla en brazos e ir en busca de Malaz, la gemela, y el marido. Los cuatro llegaron juntos al edificio donde está el centro médico. Como ellos, decenas de personas. Asfixiándose. Vomitando.

A las gemelas las ducharon con agua y les pusieron una inyección. La madre vio llorar a un doctor porque no paraban de llegar pacientes y no tenía inyecciones para todos. Los últimos que llegaron contaron lo del segundo sótano. En la calle donde vivía la familia de Masa había tres sótanos. En el segundo nadie salió a ver qué era lo que había sonado fuera. Todos murieron allí dentro. Un antiguo oficial de inteligencia británico al que cita el Times dice que ésa es la prueba de que no era sólo cloro. Si sólo es cloro, puedes escapar. Pero si es cloro con sarín, entonces lo respiras y te mata. El cloro sirve para enmascarar el gas sarín.

Siete años. Tenían dos meses cuando empezó la revolución.

Porque esto empezó como una revolución.

Hoy hay gran controversia internacional sobre si el bombardeo de Trump, con Theresa May y Macron como aliados, ha tenido algún sentido. Si esto sirve para algo. Y también, o sobre todo, si está justificado el ataque dado que no cuenta con el visto bueno de la ONU. Aún no han ido los inspectores a verificar si hubo armas químicas y quién las empleó, dicen (y es verdad) los que rechazan que tres países bombardeen otro por su cuenta. Ha dicho Alberto Garzón: "Es lamentable que se ataque al gobierno que más lucha contra Estado Islámico". Qué tendrá que ver, Alberto, el culo con las témporas.

No a la guerra, decimos. Que, en realidad, significa que no nos metan en ella.

Ésta no es una guerra inventada por un presidente de gatillo rápido en la Casa Blanca. Ésta es una guerra civil que se volvió internacional cuando el yihadismo se infiltró en ella y que hoy lo sigue siendo porque el dictador sirio no habría sobrevivido a ella de no ser por sus dos padrinos, Putin y Ali Jamenei.

¿Saben que es lo peor? Que durará lo que dure la polémica internacional por el ataque de sábado, escampará la controversia y empezará la siguiente, y a la población civil en Siria le seguirán cayendo las bombas, y la represión, y las torturas, y las cárceles y las fosas comunes.

Prueben hoy a preguntarse cuántos años tendrán Masa y Malaz, las gemelas, el día que puedan regresar a su casa de Duma. Si es que alguna vez ese día llega.