OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El CIS se hizo antes de Bertín"

En diecisiete días estamos votando. Y en cuatro horas y media sabremos qué tenemos pensado votar. El CIS revela la fotografía más completa de lo que hoy pensamos los electores. O de lo que hoy decimos que tenemos pensado hacer. Ya saben que éste es el talón de aquiles de cualquier encuesta: que no siempre lo que decimos es lo que luego acabamos haciendo.

ondacero.es

Madrid | 03.12.2015 08:12

Si ahora le preguntas al personal quién votó al PSOE o al PP hace cuatro años te salen muchos menos de los que, en realidad, lo hicieron. Hasta es posible que te salgan unos cuantos que en 2011 votaron a Albert Rivera aunque no se presentara: como ahora sale tanto a todas horas.

La encuesta del CIS pasa por ser la más fiable porque las de los medios de comunicación, qué quieren, son más baratas.

Atención, detalle relevante, esta encuesta —que tiene a todos los candidatos en vilo— se hizo el mes pasado. Es decir, antes de Bertín. Antes de que Rajoy le hiciera a Bertín la pegada de carteles en el salón de casa. El programa de mayor éxito de la televisión pública consagrado, por segunda ocasión ---el primero fue Sánchez— a la promoción electoral de un candidato. No es a Atresmedia a quien va a tener que pedirle la Junta Electoral que compense a los aspirantes que no salen en el debate del lunes, es a la primera y a Bertín: todos los cabezas de cartel a pasar por casa.

Salga lo que salga en el CIS, no se debe ni al futbolín, ni a las fotos del cuéntame ni a la charla distendida entre cantante y presidente. Tan distendida que la pregunta que en mayores apuros puso al presidente fue “cómo conoció a José María”, entiéndase Aznar, familiaridad entre artistas. No ha pretendido nunca Bertín poner en aprietos a sus entrevistados: el programa es así y a eso se debe, tal vez, su éxito, una conversación amable y salpicada de bromas para que siempre queden bien ambos. El Rajoy humano, contando cómo conoció a su señora, qué recuerdo tiene de su madre, cómo se salió de la carretera siendo joven porque se quedó dormido al volante o cómo no volverá a subirse nunca a un helicóptero. “El 98 % de la gente no se ha montado en un helicóptero ni falta que le hace”, dijo Rajoy mientras el dueño de la casa lo confirmaba.

Quedó tan bien el presidente, en opinión del presidente, del equipo del presidente y del propio anfitrión, que hasta es posible que Bertín, que hasta ahora iba a votar a Albert Rivera, haya reconducido su voto hacia la papeleta mariana. Ya que te toca esta papeleta, dos en uno, vas y la metes en la urna.

Ir a ver a Bertín es como encenderle una vela a la virgen: no se sabe si ayuda, pero oye, daño no hace. Puesto a admitir sus errores, admitió el presidente con idéntica humildad que no ha encendido jamás la placa de inducción o que en estos cuatro años no ha querido dar apenas entrevistas. En esto se nota que es campaña electoral: no en que vaya a la cocina de Bertín, sino en que vaya a acudir al plató de La Sexta.

Cuánto acierta, cuánto se equivoca el CIS. Veamos qué pasó hace cuatro años.

La encuesta daba al PP el 47 % de los votos. Sacó el 45 %. Le atribuía 190 escaños y obtuvo 186.

Al PSOE le daba el 30 % del voto y sacó el 29 %. Iban a ser 120 escaños pero acabaron siendo 110.

Con IU se quedó corta la encuesta, sacó 11 escaños en lugar de ocho.

Y con UPyD lo mismo. Le daba el 3 % del voto y fue un 5 %. Le daba tres escaños y fueron cinco.

Claro, entonces eran IU y UPyD las dos formaciones que combatían el bipartidismo. Las dos que aspiraban a recortar apoyos a PP y PSOE. No había rastro aún ni de Podemos ni de Ciudadanos como partido nacional, aún era Ciutadans y aún intentaba abrirse camino Albert Rivera.

Y la ley electoral era la misma que hoy seguimos teniendo. Aquel debate que tantos minutos consumió sobre el porqué el PNV, con la tercera parte de votos que UPyD, sacaba el mismo número de escaños no acabó traduciéndose en nada. Porque siempre se puso el foco en el dato de los nacionalistas cuando no eran ellos sino los dos grandes a quienes más habría afectado el cambio de la ley electoral. Con diez millones ochocientos mil votos el PP sacó 186 escaños. Con un millón y pico, décima parte, UPyD sacó cinco, menos de la treintava parte.

La ley electoral no ha cambiado. Puede ganar cualquiera pero puede haber diferencias notables en número de escaños sacando un número similar de votos. Depende de dónde te voten más y dónde menos. Incluso podría darse esta vez —-sobre el papel es posible—- una situación inédita: que obteniendo más votos un partido quede segundo en escaños. Todo será que el 21 de diciembre estemos como en Cataluña hace dos meses: preguntándonos qué debe contar más, si los votos o los escaños.

Para una cosa que ha hecho en dos meses el Parlamento catalán, y es justo la que no valía. Y la que no debía, por eso la hizo, para probar que le daba igual lo que diga la Constitución y lo que fuera a decir el Tribunal que la interpreta.

Los magistrados del Constitucional dan para poca sorpresa. En este asunto. Hay otros en los que andan divididos y por eso dejan que se pudran hasta saber por dónde soplan los tiempos. Pero en esto de Cataluña y el afán del independentismo de arrogarse la potestad de cambiar las reglas por las bravas han expresado siempre el mismo criterio. Que en resumen dice que alcanzar la independencia de un territorio no es imposible —-no es verdad, por más que lo repita Artur Mas, o Junqueras o quien sea, que estén cerradas todas las puertas—-.

Por segunda vez en un año les ha dicho el Constitucional, con claridad manifiesta, que existe un camino, una puerta que siempre está abierta. Se llama cambiar la Constitución para hacer legal lo que hoy no lo es. Promover una reforma conforme al derecho. Esto mismo lo dijo el Tribunal cuando anuló la consulta aquella de cartón y resulta que a los independentistas les gustó mucho: lo celebraron como el reconocimiento de que aspirar a la independencia es legítimo (vaya sorpresa). Pero cuando ahora el Tribunal lo repite se rasga las vestiduras la señora Munté porque este Tribunal, dice, nunca defrauda. Se llama coherencia de criterio, oiga. Quien pretendiera que proclamar la desobediencia a la ley es una actividad parlamentaria perfectamente constitucional es que no se ha enterado aún de lo que significa democracia. O que sabiéndolo de sobra se dedica a contarle al personal una milonga.