OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Hay tantas probabilidades de que Puigdemont recule como de que se peine la raya a un lado, ninguna"

Un día en el que puede pasar de todo. O en el que puede que no pase nada nuevo. En dos horas termina el plazo. Seguro que usted lo sabe. El segundo plazo que le dio Rajoy a Puigdemont para que cese la rebeldía, abandone la insurrección y empiece a comportarse como un gobernante constitucional. Naturalmente Rajoy no se lo dice con estas palabras tan ásperas —no vaya a herir los sentimientos del líder insurrecto—: lo que le dice es que regrese a la legalidad, estimado Carles, por el bien de todos. O en expresión suprema del marianismo gobernante, "para evitar males mayores y no tener que hacer lo que no quiero".

ondacero.es

Madrid |

Diez de la mañana. Sonará la campana. Campana y se acabó.

Sabemos lo que se acaba, el famoso plazo. Pero ignoramos lo que comienza. No se sienta usted descolocado si, llegadas las diez de la mañana, y sabiendo —como a estas hora ya sabemos todos, que hay tantas probabilidades de que Puigdemont recule como de que se peine con la raya al lado, o sea, ninguna— en la Moncloa ni respiran. El gobierno se siente más cómodo en el silencio que dando explicaciones. Lo sabemos. Pero ocurre que a partir de esta mañana el foco ya no está en Puigdemont. Ni en Junqueras. Ni en la CUP. El foco está en el presidente del gobierno de España. Que habiendo constatado que el Gobierno catalán no tiene intención alguna de restaurar el orden constitucional, más bien todo lo contrario, tiene él la obligación de restaurarlo. Y de explicarnos a todos cómo piensa hacerlo.

Más bien todo lo contrario porque los tres partidos que Gobiernan Cataluña, el PDeCAT del profeta Artur Mas, la Esquerra del santón Junqueras y la CUP que quiere hacer volar Cataluña por los aires, han vuelto a hacer pandilla para inflar el globo de la Declaración Unilateral de Independencia. ¿Pero otra vez?, dirá usted. Pues sí, otra vez.

Los valerosos dirigentes del PDeCAT que en privado dicen que esto se ha ido de madre salieron a decir anoche en público que si al gobierno se le ocurre aplicar el 155, el muy honorable president no tendrá ya más remedio, criatura, que levantar la suspensión de los efectos de la Declaración de Independencia, la parte contratante de la primera parte.

¿Y esto qué diablos significa? Pues lo de siempre. Que primero dan por bueno un referéndum que fue un tongo, dan por válida una ley anulada por el Constitucional, dan por comprobado que el pueblo de Cataluña quiere la independencia, dan por justificado pasarse el reglamento del Parlamento autonómico por el arco del triunfo…y luego ya le echan la culpa al Estado de que ellos tengan, qué remedio oiga, que proclamar la Independent Republic of Catalonia. Help us, help us, que nos oprimen.

Es posible que a las diez sigamos como ayer. Sin comparecencia del presidente Rajoy, sin que conozcamos su plan de acción y sin consejo de ministros extraordinario.

Ya terminó el lunes —lo vivimos aquí— el primer plazo y, en realidad, no pasó nada. Puigdemont le hizo una peineta al gobierno y Rajoy le envió una carta para volverle a decir, ahora por escrito, lo mismo que le había dicho ya tres veces en las tres últimas semanas. Que se aclare, sobre todo que se aclare.

Es verdad que prisa, lo que se dice prisa, por asumir competencias autonómicas el Gobierno no parece que tenga. Rajoy, en esto, es de la escuela de Eric Clapton, alias mano lenta. El 155 aún puede esperar unos cuantos días más, eso piensa él. No le urge, parece, aplicarlo por dos razones:

• La primera, que es terreno no surcado por los gobiernos anteriores y eso le echa para atrás. Se sabe cómo se entra pero no cómo se sale. Para otros presidentes tener un artículo constitucional tan versátil habría sido una ventaja —puedes desarrollarlo como mejor te convenga—, pero en la personalidad de Rajoy no tener precedentes en lugar de ventaja es serio inconveniente.

• La segunda, que por extraño que parezca aún confía una parte del Gobierno en que el insumiso Puigdemont acabe convocando elecciones. Antes las urnas que perder una sola competencia. El motivo de tan remota confianza es que las voces del PDeCAT que aún susurran en los oídos de la Moncloa sostienen que la nueva hoja de ruta puigdemónica tiene dos fases: primero saca pecho declarando la independencia del todo, y luego vuelve al redil disolviendo el Parlament y llamando a votar a los catalanes.

Ésta es, de hecho, la única novedad de la jornada de ayer: la insistencia del gobierno en difundir la prédica de que basta que Puigdemont convoque, cuando sea, para que el 155 se pare. El martes le preguntamos aquí a la ministra de Sanidad si esto era así: convoca este señor elecciones y pelillos a la mar, ¿cómo si no hubiera pasado nada?

O sea, que sí.

Ya puede el insurrecto Puigdemont declarar la independencia a pulmón lleno, desde el balcón de la Generalitat, en el Parlament o subido a la estatua de Colón, ya puede proclamarse a sí mismo presidente de la República Soberana de Catalonia, que si luego convoca elecciones aunque sea a Asamblea Constituyente de su nuevo Estado independiente el Gobierno dirá que ya quedado restaurada la legalidad democrática. "Estoy en condiciones de ofrecerle al Rey", dirá Rajoy, "lo que el rey me ha pedido". ¿El qué, la cabeza de Puigdemont? No, otro plazo. Para evitar males mayores.