Ignacio González inicia su segunda semana en prisión preventiva. Su primer primero de mayo a la sombra. Conociendo de la duración que tienen los sumarios sobre corrupción en España, las instrucciones judiciales que duran años, es probable que sea el primero pero no el último. Su ex compañero de gabinete —y enemigo íntimo Paco Granados— está en su tercer año de prisión preventiva, camino de cumplir con el tope máximo.
Lo último que ha trascendido del sumario de la operación Lezo —este goteo a golpe de filtración, o dosis, diaria— es que juez Velasco da crédito a una sospecha que hace ya algunos años expresó UPyD en el Parlamento madrileño: ésta que dice que la consultora PriceWaterhouseCoopers metió en plantilla a familiares de cargos del gobierno regional a cambio de trato de favor en la adjudicación de un contrato de seis millones de euros. Es decir, que al procedimiento habitual (la comisión encubierta para financiar bajo cuerda al partido) se añadía esta otra corruptela de propina: colocar a la familia. Presuntamente y a la espera de ver qué acaba quedando, de todo esto que vamos conociendo ahora, en el auto final de procesamiento que algún día habrá de escribir o el juez Velasco o quien para entonces se ocupe de ese juzgado.
El País cuenta esta mañana que el PP se ha decidido a crear, ahora, una cosa que se le ocurrió a Esperanza Aguirre hace cuatro años: el departamento de Asuntos Internos. Una mañana amaneció la presidenta del partido madrileño (recién fichada por una empresa cazatalentos) decidida a proclamar a los cuatro vientos como propia una idea que, en realidad, había escuchado en una tertulia de radio. La tertulia aquella se había preguntado por qué los partidos se sorprenden tanto cuando uno de sus cargos es detenido por corrupto cuando quien más y mejor información puede tener sobre las andanzas de los suyos es, precisamente, el partido que los cría. Se preguntaron los tertulianos aquella noche, doy fe de ello, por qué no tienen los partidos, a la manera de la policía, un departamento de asuntos internos. Aguirre amaneció al día siguiente, se personó en una radio y anunció la creación de la fiscalía interna anticorrupción en el PP madrileño. Incluso lanzó el nombre de su zar anticorrupción: Manuel Pizarro.
Luego Pizarro le dijo que "muchas gracias, pero va a ser que no", la dirección nacional del PP se lo tomó como una treta esperancista para tocarle los Bárcenas a Mariano y se acabó el asunto. Curiosamente en los mismos días en que Aguirre defendía su oficina de investigaciones internas la prensa informaba sobre el ático de Ignacio González en Estepona, él lo negaba todo y ella daba por buenas sus negaciones y criticaba que pretendiera sometérsele a un juicio inquisitorial. Nunca sabremos si, de haber llegado a existir el zar anticorrupcion en el PP de Madrid Granados y González habrían sido denunciados por la propia Esperanza, ¿verdad?, in vigilando o in pringando. Tarea, desde luego, habría tenido el zar anticorrupción. La primera, convencer a la ingenua y confiada lideresa de que sus polluelos principescos no siempre decían la verdad.
Cuatro años después de aquello, y a raíz de un caso que afecta al PP de Aguirre y no —que se sepa— a la dirección nacional, sea Rajoy quien pise el acelerador para poner en pie la oficina de asuntos internos. El sistema de alerta temprana de tsunamis. Ocho años después de que le detuvieran al tesorero.
Primero de mayo. Día de tradiciones venidas a menos. Las manifestaciones multitudinarias que, tal día como hoy, llenaron las calles de España gobernando Felipe, gobernando Aznar o incluso gobernando Zapatero —que también hizo una reforma laboral contestada por los sindicatos sin conseguir tumbarla—, las manifestaciones han encogido tanto que van camino de convertirse en concentraciones minoritarias. El predicamento de los líderes sindicales hace tiempo que no es el que fue.
• Quizá porque cada año anuncian puntos de inflexión que no se producen.
• Quizá porque prometen derribar las políticas económicas que después prevalecen.
• Quizá porque proclaman que todo siempre va a peor mientras los indicadores económicos del país indican lo contrario.
En su sermón de hace un año exigieron Pepe Álvarez y Fernández Toxo que la izquierda pactara para desalojar del gobierno a la derecha. Y es conocido el éxito que tuvieron.
En la de hace dos años el mensaje fue "con el PP no salimos de la crisis". Y dos años después, mal que bien, hemos ido saliendo.
Cuando el paro superaba el 25 % de la población activa denunciaban, con razón, que era una tasa inasumible para una nación europea. Ahora que la tasa ha bajado al 18,75 % (y que sigue siendo, por cierto, inasumible en una sociedad moderna) lo que denuncian es que no hay calidad en los nuevos empleos. Calidad y estabilidad, dos elementos que escasean en muchas de las nuevas contrataciones, es verdad, pero que ya estaban entre las demandas sindicales en las manifestaciones de comienzos de este siglo, cuando nadie oteaba una crisis financiera como la que sacudió el mundo en 2008.
El lema elegido para las manifestaciones que hoy convocan UGT y CCOO es una suerte de lamento por la movilización sindical que languidece. "No hay excusas", dice el lema, "No hay excusas, ¡a la calle!" Más de un empleado habrá escuchado esa frase en boca de su empleador el día que le anunciaba el despido: “No tiene usted excusa, ¡a la calle!” Pero, en realidad, a lo que suena es a recriminación preventiva de los convocantes a los millones de trabajadores que, bien lo saben ellos, hoy no se van a manifestar.
"No hay excusas" porque no son excusas, son razones.
• Las razones de quienes no se sienten identificados con los mensajes, con la actitud, con la política que hacen los líderes de los sindicatos de clase.
• Las razones de quienes no consideran necesarias, o eficaces, o relevantes las manifestaciones del primero de mayo.
• Las razones de quienes siendo tan trabajadores como los que hoy se manifiestan no ven en los sindicatos organizaciones que de verdad les representen.
De la crisis económica que ha sacudido España en los últimos diez años han salido los dos sindicatos principales más débiles de como entraron. No sólo por la mengua de la afiliación. También, y sobre todo, por la mengua de su influencia política. Por haber perdido los pulsos que le echaron en la calle al gobierno de Zapatero, y al de Rajoy, para forzarles a recular en sus reformas legislativas.
Comisiones declara tener más de un millón de afiliados. UGT en torno a los ochocientos mil. A las manifestaciones, sin embargo, no acuden más que unas decenas de miles. Y eso no es culpa del gobierno, ni de la izquierda dividida, ni del neoliberalismo que, según ellos, inspira el rumbo de la Unión Europea. La crisis sindical ha resultado ser más larga que la crisis económica. Y tan honda como la crisis de los partidos políticos tradicionales.
Iniciando esta semana decisiva en la Unión Europea. El domingo escogen los franceses su nuevo presidente, o presidenta. Escogen entre un país integrado en Europa que apuesta por la reforma de lo que ya hay y un país que se sale de Europa y busca la ruptura del sistema.
Macron o Le Pen. Con las encuestas dándole ganador a él pero con tendencia al alza de ella. El miércoles celebran el cara a cara televisado en el que ella confía para darle la vuelta a los sondeos.
Cabe preguintarse esta mañana si Europa está redescubriendo el centro como alternativa política al auge de los extremos populistas. Como candidato del centro se postula Macron y como encarnación del centro izquierda se ve a si mismo Matteo Renzi, elegido en primarias candidato del Partido Democrático a la jefatura del gobierno italiano.
Dimitió en diciembre al perder el referéndum constitucional pero ha ganado de calle las primarias en su partido.
Vuelve Renzi. Y aspira a volver Pedro Sanchez.