La primera escena de la mudanza que ha empezado la veremos hoy en la Casa Blanca. Barack Obama, el presidente que se burló de Donald Trump recibe hoy al presidente electo Donald Trump, el hombre que se burló, malmetió y despellejó a Barack Obama. En otras circunstancias cabría decir que donde las dan las toman, pero hoy sólo cabe decie que quien ríe el último ríe mejor. Trump llega a su futura residencia como winner, el triunfador contra pronóstico y contra todos, y Obama le recibe como prejubilado, terminado su tiempo, derrotado su partido y amenazado su legado.
Que nadie dude de que ambos se estrecharán la mano, sonreirán a los fotógrafos y caminarán juntos hacia el despacho oval. (Ya lo que pase allí dentro es otra historia, igual Obama le restriega su partida de nacimiento por la cara mientras Trump imagina cómo quedaría el despacho oval forrado en mármol y con misses desfilando). Pero cara a la opinión pública de este país, pelillos a la mar, a pasar página de las tarascadas que intercambiaron y a cumplir con la obligación de que el cambio de manos se consume sin sobresaltos. La institución por encima de los odios africanos.
Terminada la competición, toca unirse en la tarea. Ahora que Trump ya es el presidente electo, no saldrán más en televisión las mujeres que le acusan de abuso sexual, no le sacarán en el Washingont Post videos suyos de conversaciones de vestuario ni recordarán en el New York Times las declaraciones de impuestos que no hizo.
A este llamamiento a la unidad del país que hizo el señor Trump en la madrugada electoral respondió diez horas después la derrotada Clinton con el deseo de que se le permita liderar la nación con la mente abierta. "Nuestra democracia consagra la transferencia pacifica del poder. No sólo lo respetamos, lo deseamos".
Invocando la señora Clinton, como invoca Obama y como invoca el propio vencedor los pilares del sistema democrático: el respeto a las reglas del juego.
¿De verdad ha habido un terremoto electoral? ¿Una sublevación de las clases populares contra el sistema? No parece que lo avalen los números, la verdad. Trump ha tenido en 2016 menos votos que John McCain en 2008 o que Mitt Romney en 2012. Ha ganado, pero con menor respaldo de los dos candidatos anteriores de su partido que perdieron. Lo cual obliga a poner en duda que se haya producido una rebelión de los empobrecidos o los indignados contra las élites políticas. Más bien parece que los votantes republicanos han sido votando republicano —aunque el candidato fuera tan peculiar— y que en el lado demócrata se ha producido el pinchazo. Es Hillary quien no alcanza los sesenta y cinco millones de votos que cosechó hace cuatro años Obama.
Con todo, Hillary obtiene más votos que Donald Trump, doscientos mil más, pero la elección de presidente no es directa sino a través de los delegados de cada estado, y ahí es donde Trump gana por 70 a Clinton. Ésas son las normas y mientras no se cambien, todos los candidatos las aceptan.
Ganó Trump y esa condición de ganador hace que lo que dicen los demás gobernantes sobre él cambie notablemente. Su vecino del sur, el mexicano Peña Nieto, invita de nuevo al presidente electo a visitar el país para explorar posibles acuerdos. Después de haber sido combatido como xenófobo y enemigo de los mexicanos, ahora Trump se convierte en un socio necesario. Incómodo, pero con el que hay que entenderse sí o sí.
Del muro en la frontera no habló en su discurso de madrugada Donald Trump. De hecho, eludió hacer promesas concretas. Quizá porque se reserva las cargas de profundidad para su toma de posesión de enero o quizá porque ahora que ya es suya la Casa Blanca, no necesita andar soltando pedradas todo el día.
La Unión Europea se limita a tomar nota de la victoria de Trump y los países de la OTAN dan por hecho que se mantendrán los acuerdos. El gobierno español quiere pensar que los posibles excesos del nuevo presidente encontrarán freno en las otras instituciones norteamericanas. La doctrina del contrapeso en palabras, ayer, en este programa, del ministro de Exteriores de España.
Contrapesos que no son tantos. La cámara de representantes es republicana, lo sigue siendo el Senado y el nuevo presidente podrá elegir a los próximos jueces del Tribunal Supremo. Aunque Trump se se presente como el tipo que todo lo sabe y nunca duda, es probable que en los dos próximos meses sea sometido a una inmersión en los deberes diarios de un presidente: la etapa de formación imprescindible para todo recién llegado.