OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Sería hipócrita decir que las listas de espera, y no el procés, es el tema que más importa a los catalanes (21D)"

Amaneciendo en Barcelona. No sé si el presidente sigue corriendo. Amanece en España y amanece Rajoy. El vídeo de un presidente corriendo. Cosas que sólo se ven en campaña. Un presidente, del gobierno, corriendo por Cataluña y un ex presidente, de la Generalitat, que salió corriendo de Cataluña un minuto antes de que el fiscal Maza le presentara la querella por rebelión. Proclamó una nueva república soberana, nada menos, y salió por piernas. Y allí sigue, en Flandes, de paseo.

ondacero.es

Madrid | 20.12.2017 07:57

Parecía que ésta iba a ser la campaña de Rajoy y Puigdemont, el convocante y el fugado —los dos púgiles que protagonizaron los años del procés— pero ha acabado siendo la campaña de Arrimadas y Junqueras, una tocando el cielo demoscópico (que es un cielo bastante etéreo) y el otro reivindicándose como el alma verdadera del independentismo, el coherente, el que resiste, el que sufre. En prisión, que parecía el billete seguro para la victoria electoral —cuánto hablamos todos, los meses previos a octubre, de la atracción fatal del martirio— y que resultó ser un chollo para el rival puigdemoniaco, omnipresente en los medios, enganchado al twitter, y comiéndole a Oriol la merienda.

Las elecciones, a diferencia de la Liga, las puede ganar más de uno.

No es cierto que todos ganen, aunque en la noche electoral retuerzan los números para justificar falsas sonrisas, pero sí es verdad que puede ganar las elecciones Ciudadanos en votos y Esquerra en número de escaños. Como hubo más votos en 2015 para los partidos que no se definían como independentistas pero tuvieron más escaños —y ya sabemos el uso que hicieron de ellos, el rodillo— los partidos que sí lo eran.

Mañana por la noche estaremos haciendo la doble lectura: los números y los estados de ánimo. Ganadores y perdedores y lo que para cada uno significa. Puede ganar Arrimadas y acabar gobernando otro. Puede ganar Junqueras y que no consiga gobernar nadie. O puede ganar uno que no sea ni Junqueras ni Arrimadas y entonces sí que nos vamos a llevar todos una sorpresa.

Lanzaron sus últimos mensajes, pegaron sus últimas voces, y a recoger los escenarios portátiles, los equipos de megafonía, los cartelones amarillos y hasta la próxima campaña.

Veinticuatro horas de silencio para los candidatos y la palabra, mañana, para los votantes. Algunos de ellos ya han votado. Por correo, como ha hecho Junqueras. Que en esto también se diferencia de Puigdemont: el prófugo ni se ha molestado en registrarse para votar en estas elecciones que él mismo dice que son cruciales. El otro día se inventó la pavada ésta de que una chica se ha ofrecido a votar en su nombre. Otra aportación de la puigdemonía a la nueva política: enviar electores a que voten de parte de alguien. Que vengo de parte del señor de Flandes a votar por él, si se puede. El cuentismo se prolonga hasta el borde mismo de la urna.

Ha alcanzado récord el voto por correo desde el extranjero. Hay votantes, hijos de catalanes, que nunca antes se habían animado a participar y que esta vez sí lo han hecho. Como Valerie, residente en Francia.

Record de voto desde el exterior y, si acaba pasando lo que apuntan las encuestas, récord de participación en un proceso electoral en España. Cerca, o incluso por encima, del ochenta por ciento.

Ahora que termina la campaña es un clásico escuchar que, en realidad, no se ha oído ni media palabra de los temas que de verdad le importan a la gente. Que no se han escuchado propuestas. Que no se han escrutado los programas. Estas cosas que siempre decimos para engañarnos un poco a nosotros mismos.

Miren, sí que se ha hablado de lo que de verdad importa a la gente. Ya lo creo que se ha hablado. Porque lo que importa ahora mismo a la gente en Cataluña es saber, y decidir, si se retoma el afán por alcanzar la secesión a cualquier precio queda aparcada la aventura.

Sería un poco hipócrita pretender que en Cataluña importan hoy más las listas de espera en los hospitales, o el tipo de interés de la deuda pública, o incluso la tasa de paro (que ya se ha visto que incluso quien ha gobernado estos dos años no se la sabe). Hoy nada importa más en Cataluña que decidir hacia dónde quiere ir Cataluña. Y la prueba de que éste es el asunto que más importa a los catalanes es que haya sido eliminado, proscrito, de las reuniones de amigos (algunas), de las comidas familiares (algunas), de las fiestas navideñas (algunas), porque los ánimos se encienden y la cosa acaba malamente.

¿No ha servido de nada la campaña?

El tópico dice que hay que responder no. Siempre que termina una campaña decimos que no ha servido para nada.

Yo creo que sí ha servido.

• Ha servido para confirmar que nadie puede arrogarse la exclusiva de la voluntad de los catalanes.

• Que nadie puede erigirse en portavoz de un supuesto pueblo uniformado y bienpensante.

• Que el 155 que iba a sacar a la calle a tres millones de indignados se ha vivido con una abulia reconfortante.

• Que exagerar las maldades del estado represor acaba descafeinando el discurso crítico y convirtiéndolo en caricatura del ciudadano que siempre está ofendido.

• Que el discurso del rey, tan criticado por tantos (y tantos) comentaristas catalanes no parece que sentara tan mal a una parte considerable de la sociedad comentada.

• Que la tristeza que ha invadido a tantos (y tantos) comentaristas no parece que la compartan los votantes de Ciudadanos, por ejemplo, que acarician la victoria entusiasmados.

• Que Cataluña sigue siendo España y aquellos que quieren que lo siga siendo siempre lo declaran ahora más alto y con más convicción de lo que lo habían hecho nunca.

• Y que la legendaria complejidad de la cuestión catalana, a base de ser monotema de los programas y las tertulias, se aparece hoy menos compleja —y más cotidiana— a los ojos del resto de los españoles. Probablemente hoy sea más fácil para un murciano analizar la realidad política catalana que para un catalán explicar quién manda, en realidad, en Cartagena.

• Y ha servido, en fin, la campaña, para aclarar las ideas de quienes aún tenían a Puigdemont por un héroe nacional capaz de sacrificarse por la patria, una reencarnación de Mandela, Luther King, Rosa Parks y Mel Gibson. Ahora ya saben lo que hay: un dirigente que llegó a Sant Jaume de carambola y por el dedazo de Artur Mas y que ahora, enamorado de sí mismo y de su personaje, planea quedarse para siempre en Bélgica con tal no de afrontrar aquí las consecuencias de lo que hizo. Para él la política, hoy, es sólo una vía para alcanzar la impunidad. Quiere blanquearse judicialmente a sí mismo con la coartada de que le han votado cientos de miles de personas.

Que, en efecto, le van a votar. No tantas como para presentarse ante el mundo como el Moisés del pueblo catalán —si acaso, del veintipoco por ciento de los catalanes— y sin que uno solo de esos votos va a modificar su situación procesal.