Monólogo de Alsina: "Sería una sorpresa que Convergencia saliera exonerada de las presuntas comisiones del Palau"
Casi nueve años después. De aquella otra mañana de un mes de julio. 2009.
La noticia que corrió de boca en boca. Los mossos estaban registrando el Palau. Por orden del juez de instrucción. O sea, que iba en serio. El rumor del mangoneo. La mano en la caja ajena. Millet se quedaba con la pasta del Orféon. Sistemáticamente. Desde hacía años.
Un anónimo había llegado al juzgado: "Pongo en su conocimiento las irregularidades que se cometen en el Palau de la Música". No era ni tan extenso ni tan detallado como el que siete años antes otro anónimo (o el mismo) había enviado, sin éxito, a la Agencia Tributaria: "Tengo conocimiento de la corrupción en el Orfeón catalán", decía. "Su inefable presidente opera con doble contabilidad, maneja dinero negro, factura a la fundación sus viajes familiares y cobra comisiones para la contratación de obras". Nunca se supo quien fue el anónimo. Pero ya en 2002 hizo una descripción muy parecida a la que hoy va a hacer la sentencia.
Aquella mañana del registro de los mossos fue de consternación en la sociedad barcelonesa. Sobre todo, en la sociedad barcelonesa más próxima a Convergencia Democrática, claro. Que es la que había coronado a Millet como pope de la promoción cultural y guardián del templo. Ay, el Palau. Quién iba a pensar que Millet i Tusell fuera un jeta. Millet, de los Millet de toda la vida. Un jeta integral, según se fue confirmando luego y según acabó admitiendo él mismo ante el juez instructor primero y ante el tribunal que lo juzgó después.
Solo teniendo la cara como el cemento se deja uno agasajar por los donantes de su fundación cuyo dinero se está llevado crudo. Paso el cepillo y luego repartimos, Montull, y, y Convergencia.
Con una mano les agradecía la contribución, con otra les robaba la cartera.
Ocho años y medio después es hecho probado, y confirmado por la pareja esquilmadora, que se pagaban las reformas en casa, los viajes de vacaciones, las bodas de las hijas, con el dinero que le mangaban a la Fundación. Hicieron de la apropiación indebida una forma de vida.
Todo lo que intentaron durante el juicio fue acortar su condena, a sabiendas de que exculpados no iban a salir en ningún caso. Y la forma de acortarla fue pactar con el fiscal Ulled la confesión adicional de que el Palau servía de tapadera para el pago de comisiones de Ferrovial a Convergencia. Finjo que este dinero lo doy para que se celebre un concierto pero en realidad lo que estoy pagando es la adjudicación de una obra pública.
Ésta es la parte más esperada de la sentencia de hoy. Lo que diga sobre Convergencia y Ferrovial. Lo que considere probado y las responsabilidades penales que de ello se deriven. Es decir, si resulta condenado por corrupción el ex tesorero del partido Daniel Osácar. Sé fuerte, Daniel. Que fue lo que el fiscal Ulled se propuso amarrar negociando con Montull y Millet la rebaja de lo suyo. Convencer al tribunal de que el Orfeón le estuvo poniendo música al tráfico de influencias.
A una hora y pico de que el caso Palau llegue a puerto, recuerden aquello que siempre dijo Artur Mas: aquí no había caso, ninguna sentencia había establecido nunca que Convergencia se financiara irregularmente. Esto —el argumentario artúrico-convergente— es lo que podría desmoronarse esta mañana. Se puso la venda anoche el señor Mas en La Sexta: ahora toca decir que la sentencia no es firme. Y a la luz de lo que se escuchó en el juicio, la sorpresa, hoy, sería que Convergencia saliera exonerada.
¿Coste político a estas alturas, incluso en caso de condena? ¿La verdad? Poco.
Ser el partido del 3 % —las comisiones, la corrupción— no le impidió a Convergencia recibir el aliento de Esquerra Republicana hace dos años y medio para formar juntas el Junts pel sí, la astuta maniobra de Artur Mas para convertir la independencia en el monocultivo, el monotema, la bandera que sirvió de velo —tupido— para dejar atrás los billetes de quinientos.
Esquerra apuntaló a Convergencia e hizo presidente, de nuevo, a uno de los suyos. Esto que hoy se llama el PDeCAT es una pura cáscara de entretiempo: entre la Convergencia hundida y el pseudo partido personalista, mesiánico, que ha parido Puigdemont a mayor gloria de sí mismo. Y sólo de sí mismo.
A dos días de que se personen en el Palau del Parlament los diputados que fueron escogidos en elecciones autonómicas el 21 de diciembre, el PDeCAT se rinde a un agitador con delirio de grandezas. Lo que quiera Puigdemont, sea. Ya le ha llegado a Esquerra el mensaje de que se intentará la investidura fraudulenta. Donde Junqueras, en sintonía (quién lo iba a decir) con Artur Mas, reclama pragmatismo para constituir un gobierno estable en lugar de seguir con la huida hacia ninguna parte, los Puigdemones dice que lo único realista es investir al profeta.
• Aunque no viva aquí.
• Aunque no piense volver.
• Aunque su investidura sea un fraude de la ley de la Presidencia.
• Aunque fuera luego recurrida, suspendida y anulada.
• Aunque no sirviera para otra cosa que hacerle un corte de mangas a Rajoy.
Aunque, aunque, aunque.
Puigdemont en plenitud, megalómano perdido, y Cataluña esperando.
A que renueven de una vez el reparto.