En la victoria, florecen los partidarios.
En la derrota, nadie quiere acordarse ni de cómo te llamas.
Siempre se ha dicho, que este país acude como un solo hombre en socorro del vencedor y deja tirado a quien se la ha pegado. A lo Francina Armengol, como ha probado en carne propia el constructor de puentes Patxi López Calatrava.
• Si este domingo, en el PSOE, gana Sánchez, veremos surgir pedristas de las farolas de Ferraz, en peregrinación al salón del trono para hacerle la pelota a Lázaro el resucitado. Pero hombre, Luena, cuanto tiempo. Vengo a recitarte, Pedro, la parábola del hijo pródigo.
• Si por el contrario palma Sánchez, entonces podrá recurrir el susanismo a otra frase redonda de Sanjurjo. Cuando al final de la campaña bélica contra los rebeldes en el norte de África, y viendo que entre los entregados estaba un lugarteniente de Abd el Krim al que el ejército español había dado años atrás por fallecido, resolvió la incomodidad escribiendo en su informe que "aquí, hasta los muertos se someten". Muerto en octubre, Pedro Sánchez se ha rendido en mayo.
La militancia socialista está en capilla y los barones, acariciándose las barbas; temerosos de empezar a ser rasurados el lunes en sus partes íntimas. Por más tranquilidad que quieren darse unos a otros —no cunda el pánico, compañeros, que Susana tiene mucho voto oculto— por más que intenten convencerse de que Espartaco es un espejismo y la sultana es la sultana, andan sufriendo en silencio la hemorroide de la duda que taladra. Anda que si gana el difunto, qué será de nosotros, Rubalcaba. Ya ha dicho Fernández Vara, hombre previsor y realista, que si tiene que volverse al hospital a trabajar de médico, pues oye, vuelve y no pasa nada. Fernández Vara era médico antes de que Ibarra lo fichara. Más en concreto, forense. Fue el forense en Puerto Hurraco, galones no le faltan para hacerle el lunes, si hay castañazo, la autopsia a Susana.
Qué expectación, cuánta emoción, qué cosquilleo, ante el gran día de Podemos. Hoy, por fin, Pablo entregará en el registro el papel al que más partido le ha sacado en las dos últimas semanas: su moción de censura contra el presidente del Gobierno. La moción que nace muerta.
Iglesias y sus mosqueteros (Irene la primera) se personarán en la ventanilla oportuna con su moción difunta. Salir, no saldrá adelante, pero convertirá a Pablo en candidato a la investidura por un día. Lo que no consiguió en enero de 2016, tras las urnas navideñas; lo que no logró en julio, tras las urnas del verano, lo conseguirá ahora por la vía de la censura: subir a defender que él es el hombre indicado para relevar a Rajoy como presidente del Gobierno.
¿Y Rajoy qué dice de todo esto?
Decir, ya dijo. Que le inquietaba el asunto cero patatero.
Si Rajoy fuera Aquiles, la corrupción sería su talón. Pero Rajoy no es Aquiles sino un señor de Pontevedra que ni siquiera corre: él camina rápido. La corrupción le incomoda porque su discurso no convence y porque es el partido que él preside el que tiene encima la sospecha (o las veinte mil sospechas) de haber sacado dinero a los empresarios prometiendo trato de favor en las contrataciones públicas.
Tener que responder de las sospechas, tener que declarar en la Gürtel, tener que entregar cabezas, le incomoda a Rajoy. Cosa distinta es que le haga tambalearse en el gobierno.
Con Lezo, con Púnica y con Gürtel, con la comisión Bárcenas a punto de estrenarse, lo que no deja de conseguir el presidente es sacar adelante las leyes que de verdad le interesan. Primera, los presupuestos. Segunda, la estiba. El PNV y Ciudadanos hacen causa común con el gobierno y el PdCAT se abstiene para que salga adelante la reforma de los puertos. El decreto que en marzo era inadmisible se ha vuelto, en mayo, estupendo.
Ésta es la situación parlamentaria bipolar que está toreando el presidente: por la mañana la reprueban a los ministros, por la tarde le aprueban los presupuestos. Por la mañana le llaman corrupto inmovilista, por la tarde le bendicen la reforma de la estiba. Por la mañana le harán una moción de censura, por la tarde seguirá siendo presidente del gobierno. Porque para que caiga él, hay que hacer presidente a Pablo.
Quienes en marzo festejaron el naufragio del gobierno —Podemos, el PSOE, el sindicato de Antolín Goya— ayer tuvieron que encajar la derrota ellos. Y el sindicato no lo ha encajado bien: en el puerto de Algeciras estaban ayer los ánimos muy calientes no sólo contra el gobierno, sino también contra los periodistas.