Jugaba con fuego Alexis Tsipras y lo sabía. Cuando uno arriesga, a veces gana y otras se achicharra. Que Merkel, Hollande, Magnolia la lituana y hasta Mateo Renzi estaban quemados con su forma de llevar la negociación financiera era un clamor en Grecia. Que los bancos de ese país llevan dos semanas cerrados y amenazan quiebra lo sabe, sobre todo, su primer ministro. Y que ambas circunstancias juntas, el mal rollo europeo y la necesidad urgente de asegurar un grifo financiero a los bancos, auguraban un domingo de perros para Tsipras, debía de saberlo también hasta el último griego.
Es un clásico, en las columnas de opinión sobre el pulso que desde enero mantienen Grecia y el resto de la zona euro, evocar, con permiso de Keynes, la paz cartaginesa. La paz cartaginesa es la forma de referirse a un pacto que pone fin a un conflicto pero humillando el ganador al que ha perdido, crujiéndole para que no vuelva a desafiarle. Si esta noche discute usted con su pareja, acaba ganando ella y el precio de la reconciliación es crudo —-sacar la basura todo el mes, no poder tocar el mando de la tele tres semanas, no tener sexo los próximos quince días—-, quéjese en plan erudito: “una cosa es hacer las paces, cariño, y otra esta paz cartaginesa que me estás imponiendo”. No conseguirá una quita de la pena, pero demostrará que algo nuevo ha aprendido.
A Alexis Tsipras, primer ministro de Grecia, le ha tocado aprender este fin de semana que uno negocia mucho mejor cuando tiene las manos libres —unas cuentas saneadas, un país próspero— que cuando tiene en casa un corralito, cuatro bancos enchufados al respirador artificial del Banco Central Europeo y a los hospitales avisando de que, si esto sigue así, se quedan sin suministros. Uno negocia mejor cuando tiene alternativas entre las que escoger para pedir dinero prestado. Y, sobre todo, uno negocia mejor si lo que tiene enfrente son gobiernos que lo ven como un socio, no como un enemigo. Los gobiernos del euro, con grados distintos de animadversión que van del máximo finlandés al mínimo fraco-italiano, ven en Tsipras a un adversario, un cartaginés al que hay que escarmentar no por haber desafiado al imperio romano, sino por haber medido mal sus fuerzas y haber fracasado en el desafío. En todos los idiomas que conocen, los gobierno del euro han dicho anoche que “donde las dan las toman”. Si Tsipras quiere el nuevo préstamo, no basta con asumir las condiciones, tiene que llevar a su Parlamento, antes del miércoles, los textos que conviertan en leyes esos compromisos. Aprobar las reformas legales como aquí se aprobó el cambio de la Constitución, por la vía express y apoyándose en la oposición conservadora.
Hace una semana habría sido impensable que Tsipras aceptara las condiciones que le están poniendo, pero hoy ha dejado de serlo. Y la pregunta que hoy se hace, con toda razón, la prensa griega es si estas nuevas condiciones, objetivamente más duras, mucho más drásticas, que las que estaba dispuesta a aceptar la zona euro en junio son la consecuencia de la forma en que el primer ministro ha conducido este asunto. Aunque en el debate de opinión pública europea esta historia se plantea como Grecia contra Alemania, quién de los dos es el bueno, en los medios griegos el debate versa sobre la pericia de su gobierno a la hora de negociar. La aptitud de Tsipras, de quien nadie ignora que es el nuevo en Europa, el recién llegado que puede haber pagado la novatada de sobrevalorarse a sí mismo y la popularidad de su discurso anti austeridad. Hoy en la prensa griega se leen frases como “el precio de haber volado por los aires la confianza” o “Lecciones de negociación para quien aspiró a ser don Quijote”. “Sus ataques contra los molinos de viento”, escribe Nicolas Katsimpras, “han dejado un montón de lanzas rotas y miles de Dulcineas desesperadas y empobrecidas”. Sugiere este articulista que el principal error de Tsipras ha sido considerar a los otros dieciocho gobiernos del euro como una misma cosa, un bloque, en lugar de abrir vías de aproximación con cada uno de los países por separado, hacièndose entender y haciéndose querer. Cómo vas a esperar que te aprecie Magnolia la lituana si no te has presentado a charlar con ella de lo mucho que sufrió el pueblo lituano durante y después de la Unión Soviética. Al tratarlos como un bloque monolítico has acabado consiguiendo que lo sean, un bloque de dieciocho contra uno al que es imposible ganar. Divide y vencerás. Úneles y date por muerto, Cartago.
¿Y Rajoy qué? Él que tan poco aprecio siente por Tsipras, y viceversa, ¿cómo lleva el desquite europeo, la revancha, el escarmiento? Cabe pensar que con satisfacción, porque ha sido el gobierno de España quien más ha alimentado la idea de que ceder ante el gobierno griego era dar alas a los populismos euroescépticos. Entiéndase, en el código mariano, a Podemos y a quien le lleva las maletas, que según Rajoy, como saben, es Pedro Sánchez.