Como dijo Rosa Díez en una de sus últimas intervenciones parlamentarias (la de ayer), para ser el debate de los Presupuestos de lo que menos se habló es de lo que llevan dentro los Presupuestos. Para ninguno de los dos contendientes principales se trató nunca de eso: te pones a discutir partida por partida y lo único que consigues es que el personal desconecte. Se trataba de insistir en las mismas matracas que nos vienen dando desde hace meses: la del gobierno, que la recuperación es fruto de sus políticas y que se irá al garete como gobierne otro; la de la oposición, que la recuperación no es para tanto y es mérito de Draghi y del petróleo. Aderezado el repertorio de siempre con el tomate va tomate viene de ayer: que si Rajoy es un agente de la troika dinamitero del sistema de pensiones y Sánchez es un agente de Podemos que sólo sabe espantar inversores.
El presidente es un peligro para la economía y el aspirante es una amenaza para la recuperación. Todo muy tranquilizador, como se ve. Menos mal que nadie se toma en serio estas cosas que se dicen en la tribuna del Congreso, empezando por los propios oradores, sobreactuados, caricaturizando al adversario y agotadoramente mitineros. El hemiciclo perdido de tomate.
Es cierto que el PP ha convertido estos Presupuestos en una versión adelantada de su programa electoral ——más que nada porque en su programa electoral no saben muy bien qué poner—-. Y siendo el programa del PP, nada más lógico que el que todos los demás voten en contra. Claro que Pedro Sánchez hizo lo propio: la enmienda a la totalidad que defendió ayer era, también, su programa electoral. Por eso pasó olímpicamente de diseccionar las cuentas de Montoro y se puso a prometer que restablecerá el pacto de Toledo, bajará el IVA cultural, combatirá la corrupción y cambiará el modelo productivo. Y dos huevos duros, como decía Felipe.
A Sánchez le beneficia mucho tener enfrente a Montoro. No sólo porque sea más bajo y tenga peor voz —-como reconoció, en un ejercicio de realismo el señor ministro—-, sino porque el afán de Montoro en desdeñar a los demás oradores, empezando por Sánchez, como ignorantes, enredantes e insolventes (esta forma en la que se dirige al socialista como “señor doctor en economía”) acaba beneficiando al aludido, que basta con que sonría cuando le cae la pedrada para que el otro quede como un sobrado.
La evolución económica que ha tenido el país en estos tres años está más cerca, en todo caso, de la descripción (interesada, claro) que hizo Montoro que del del relato (también interesado) que hizo Sánchez. Negarle al gobierno el más mínimo mérito en la recuperación económica que él mismo admite es lo que acaba restando crédito al aspirante socialista. Si las reformas las ha dictado la ha troika y la recuperación se la debemos a Mario Draghi, entonces es que el gobierno ni pincha ni corta. Si no hay mérito alguno que atribuirle en nada bueno que pase, no habrá demérito que reprocharle en aquello que empeora. Todo negativo, nada positivo, como le decía Zapatero, emulando a Van Gaal, a Rajoy cuando éste estaba en la oposición y el PSOE en el gobierno. Ni el hundimiento de Lehman Brothers fue culpa de Zapatero ni la recesión que hemos padecido estos años la creó Rajoy.
Es esta actitud, o táctica, es lo que acaba convirtiendo el presunto análisis en un mítin; el discurso en una sucesión de eslóganes. Si el PP ha abusado en estos tres años y medio de la herencia recibida —y sigue abusando— Sánchez se empeña en sostener que aquella herencia fue mejor que la que él aspira a heredar ahora. Y España sigue teniendo muchos y graves problemas, ciertamente, pero sostener que en diciembre de 2011 todo estaba mejor que ahora es una pirueta demasiado arriesgada como para no despeñarse del trapecio.