Quienes han podido bucear en el aluvión de documentos confidenciales desembalsados del bufete de abogados panameño anticipan que los casos de irregularidades financieras y enriquecimientos sospechosos que más impacto mediático han tenido en España estos últimos años tienen su reflejo en estos papeles. Francisco Correa se compró un yate de tres millones de euros, el Tuttomare, y lo puso a nombre de una sociedad panameña. Aunque él a donde viajaba era a Suiza, a ingresar dinero en sus cuentas, el despacho que le llevaba los negocios en este país trabajaba con Mosscak y Fonsena en Panamá. El mundo es un pañuelo. El mundo de las sociedades offshore, las fortunas deslocalizadas, es un pañuelo. Los jueces que investigan el patrimonio de Marjaliza, de Granados, de la familia Pujol, de Rodrigo Rato han seguido la pista que, en todos los casos, conducía a paraísos fiscales. Andorra, entre los más cercanos. Panama y las Islas Vírgenes Británicas entre los más lejanas.
El ministro Montoro dice dar palmas con la orejas por esta lluvia de papeles confidenciales que va a poder examinar la Agencia Tributaria para cotejar lo que tiene anotado el bufete panameño —los españoles apanamados— y lo que estos mismos contribuyentes tienen declarado a la Hacienda española: el formulario 720, los bienes que uno tiene en el exterior y que está obligado a detallar al fisco. No parece que le incomoden al señor ministro las peticiones de comparecencia parlamentaria que han cursado de inmediato los grupos parlamentarios: pretenden que vaya allí Montoro a recordarle, y afearle, la amnistía fiscal, a reprocharle que el servicio de inspección haya pasado por alto la sastrería panameña. Pero Montoro lleva la munición preparada: fue Zapatero quien levantó a Panamá el castigo de ser considerado paraíso fiscal y fue Rajoy quien obligó a rellenar el formulario 720 so pena de ser sancionado con el 150 % de la cuantía que se hubiera dejado de pagar por IRPF. Se lo dijo el ministro a los presuntos evasores: para quien haya ocultado su patrimonio a Hacienda la prescripción no existe. Cuatro veces en diez segundos.
Hacienda compara datos para detectar ocultación de patrimonio —impago de impuestos— y la fiscalía añade la indagación sobre posible blanqueo de capitales de aquellos que hayan querido ocultar el origen ilícito de sus fortunas (ahí entrarían todos los sospechosos habituales). Doble investigación en curso. Sin que aún quepa anticipar resultados.
Como decía Chus Lampreave en “Matador”, a la hora de blanquear lo difícil es hacerlo uno solo.
Blanquear es más cómodo en pandilla, sea con abogados panameños o en grupos municipales de una capital española. Aunque corres el riesgo de que, habiendo tanta gente metida, termine sabiéndose todo.
Ya lo dijo también aquella monja que interpretó, entre tinieblas, Chus Lampreave: los tiempos han cambiado.
La vida ya no es la misma para quienes en otros tiempos creyeron estar a salvo de las revelaciones periodísticas y las obligaciones tributarias. Quién le iba a decir a una hermana de rey que acabaría en el banquillo de la Audiencia de Palma. Quién la iba a decir a otra hermana de rey que aparecía su nombre entre los españoles a los que un bufete de abogados hacía trajes a medida en Panamá.
La hermana del rey de antes, la hermana del rey de ahora. Abriendo ambas, contra su voluntad, ediciones en los diarios y desmarcándose de ambas la Casa del Rey.
Falta ver qué otros nombres aparecen en la lista y bajo qué circunstancias. Si contrataron los servicios de Mossack Fonseca los fabricantes de entramados de empresas que aquí utilizaron sus contactos políticos para llevárselo crudo y, por supuesto, no pagar impuestos. Nombres de ésos que han protagonizado las mayores tormentas políticas de los últimos años.
Y alguno de los cuales, como Granados, Francisco, cumple prisión preventiva desde hace un año y medio. Hay tantos casos abiertos, tanto personal investigado por presuntas corrupciones varias, que a veces se nos olvida la mitad de los nombres. Hasta que aparece una lista panameña para refrescarnos a todos la memoria.
En el día menos veinticuatro. Veinticuatro quedan para que el Parlamento, con sus 350 diputados, fracase en su tarea de investir un presidente de gobierno. Tanto interpretar lo que había votado el pueblo en las urnas, el mensaje nítido que, nos dijeron, habían dado los electores a los partidos, y a menos de cuatro semanas de que termine el plazo no se percibe que ninguno de los actores esté agobiado por la urgencia. Bien al revés. Sólo para sentarse a hablar se les van entre una y dos semanas. Sánchez e Iglesias dijeron que se verían diez días antes de la Semana Santa. Se acabaron viendo una semana después. Rajoy quedó en llamar a Sánchez hace ahora un mes, y cualquier excusa le vale para diferir la llamada (sin que a Sánchez le preocupe lo más mínimo porque él, con Rajoy, ya ha quedado claro que no quiere hablar de nada). Está en Cristina Pedroche: debe de ser que los votantes del PP le caen gordos. El trío que ahora anuncia su decisión de negociar, Sánchez, Rivera, Iglesias —con entusiasmo manifiesto del segundo de ellos— tiene tanto interés en poner cuanto antes las cosas en claro que anuncian su primer intento negociador para finales de semana, no vayamos a precipitarnos, ¿verdad?, teniendo tantas ganas y tanto margen. Esta semana toca dejar pasar los días, uno detrás de otro, hablando de ceder, pactar, de negociar, mientras en realidad ninguno de los actores hace nada. Hablando, hablando y hablando. Sólo eso, hablando.