Monólogo de Alsina: "Rajoy aguantará a Pedro Antonio Sánchez mientras crea que pierde menos sosteniéndolo que dejándolo caer"
Todo queda en casa. Los veteranos del partido tampoco estaban libres de pagar mordida. Si quieres contrato público, Miquel, a pasar por caja.
Esta es la información que publica hoy El Confidencial: la guardia civil sostiene que Miquel Roca también puso su granito de arena, su comisioncita, para alimentar económicamente a Convergencia Democrática. En su caso no habría sido de un 3% sino de un 10%, los prohombres del partido, por muy frustradas que quedaran en su día sus aspiraciones para hacerse con el mando, deben de sentirse obligados a aportar más que los extraños.
Lo que cuenta El Confidencial es que en el despacho de Andreu Bicoca —perdón, de Andreu Viloca, el tesorero al que puso ahí Artur Mas con su calculadora, su trituradora de papel y todos los demás accesorios— se encontraron los documentos de una licitación que había sacado a concurso el gobierno catalán. Para un contrato de gestión de inmuebles. Y que se dan dos circunstancias interesantes. O mejor, tres.
• La primera, que el concurso lo ganó Roca. 90.000 euros más IVA.
• La segunda, que el día siguiente de ganarlo ingresó en la cuenta que usaba Viloca para financiar al partido con la tapadera de la Fundacion CatDem —presuntamente— diez mil euros de donación generosa.
• Y la tercera, que siendo el tal Viloca el contable de partido y no teniendo cargo público alguno, resulta altamente sospechoso que los papeles de la licitación estuvieran en su despacho.
La guardia civil ata cabos y llega a la siguiente tesis que en su momento habrá de sopesar el juez: a Roca le interesa un contrato, Viloca toma nota de ello, Roca consigue el contrato, Viloca cobra. No él. El partido. Dices: oye, aquí por lo menos pagabas sólo si conseguías el contrato. En ese sentido, arriesgabas poco.
No es una cantidad astronómica, obviamente. Diez mil euritos. Calderilla para cualquier bien comisionista. Pero tacita a tacita se sostienen los entramados de financiaciones bajo cuerda. Y el hombre que una vez aspiró a suceder a Pujol al frente de la maquinaria convergente, Roca el padre de la Constitución, Roca el del Partido Reformista, parece que tampoco era ajeno a ello.
Al contraataque. El presidente murciano contra Albert Rivera tras la ruptura del matrimonio que han mantenido PP y Ciudadanos los últimos dos años. Divorcio o cese temporal de convivencia, como diría la infanta Elena.
Pedro Antonio Sánchez, en minoría parlamentaria una vez que Ciudadanos le ha retirado su apoyo, le dice a Rivera que es él quien tiene que explicar a sus votantes a qué intereses sirve, y por qué en Murcia no le vale esperar a que el imputado sea procesado antes de exigirle que se descabece. ¿Qué está haciendo Ciudadanos?, se pregunta el presidente del PP murciano. Y naturalmente, se responde.
El desencuentro terminó en enfrentamiento. Rivera reclamó el cumplimiento del pacto, Rajoy dijo que los pactos —ya sabe usted— dependen de cómo se interpreten, Rivera subió la puja y amenazó con romper la alianza, Rajoy respondió al pulso fumándose un puro, Rivera dijo que hasta aquí hemos llegado y Rajoy dice que vamos a ver si tiene narices el naranja para forzar la moción de censura.
Igual todavía es pronto para saber cuánto hay de tensión verdadera entre los socios de investidura en Madrid y cuánto de fingimiento en estos encendidos discursos que se están escuchando ahora.
Rivera sugiriendo que es a Rajoy a quien tiene agarrado el murciano por salva sea la parte. De primer curso de embarrar el campo. Cualquiera pensaría que huele ya a campaña electoral en la huerta.
Rajoy, en realidad, le ha puesto a Sánchez un par de puntales de madera porque le desagrada que sean los demás quienes le digan de quién debe deshacerse. Rajoy es más de elegir él, calladamente, quién merece ser defenestrado y liquidarlo en su momento sin que le salpique a nadie la sangre.
Su amor por Pedro Antonio Sánchez es sólo coyuntural. Fruto del cálculo de costes y de daños. Lo que Rajoy quiere conservar a toda costa es la presidencia de la Región de Murcia —uno de los gobiernos autonómicos que se salvó del desplome de 2015—, no a Pedro Antonio Sánchez. Lo aguantará mientras crea que pierde menos sosteniéndolo que dejándolo caer. Y el día que deje de creerlo, Sánchez estará muerto.
Albert Rivera, entretanto, habrá de seguir con los estiramientos. Endureciendo el verbo para evitar que se le siga viendo como el hombre de la influencia menguante. Firma pactos que nadie cumple y le dicen en su cara que no debiera tomarse los documentos firmados tan en serio.
El partido naranja se siente desairado y tomado por el pito del sereno. La doctrina Maíllo de las lentejas. Pero a la vez se reúne en Madrid con el PP y sale proclamando lo bien que va todo y lo saludable que resulta esta dieta a base de legumbres.
En el PP murciano dudan que Ciudadanos tenga cuerpo para intentar el trío con el PSOE y con Podemos. La promiscuidad tiene mala prensa al cabo de dos años de vida en pareja. No pasará del calentón, se malician los populares. Y en caso de que el trío se consume, es cuestión de anticiparse a la moción de censura disolviendo el parlamento autonómico y llamando a los murcianos a las urnas.
Lo único que Pedro Antonio Sánchez debería tener claro a estas alturas es que la decisión no es suya. El terreno de juego está en Murcia pero la batalla se dirige —o teledirige— desde Madrid. Es Rajoy, el cocodrilo, quien tiene en su despacho los dos resortes: el que sirve para convocar elecciones y el que activa la guillotina.