Monólogo de Alsina: "Para la Guardia Civil no hay duda de que Blesa se suicidó"
Qué poco sabemos de algunas cosas y cuánto nos cuesta asumir lo poco que sabemos. Al cadáver de Miguel Blesa de la Parra aún no se le ha practicado la autopsia.
Le corresponderá al forense establecer si la causa de la muerte es, como da por hecho la guardia civil, el disparo del rifle. En el pecho.
Y será los expertos los que establezcan si esa herida mortal encaja con una persona que coloca el rifle con la culata en el suelo, se apoya, de pie, con el pecho sobre el cañón y lo dispara.
Lo que tenemos, hasta ahora, es el informe de los guardias civiles que acudieron ayer, a estas horas, a la finca Puerto del toro en Villanueva del Rey, alertados por el encargado después de que éste encontrara el cuerpo ensangrentado de Miguel Blesa. Y lo que fue trascendiendo a lo largo del día de ayer es lo que este empleado le contó a la guardia civil, otros testimonios que han podido recabar los agentes y las conclusiones a que llegan éstos. Que no prejuzgan lo que acabe concluyendo el forense o el juez instructor.
Para la Guardia Civil no hay duda de que Blesa se suicidó. Apuntan como indicios solventes dos hechos: que viajara de madrugada hasta la finca, desde Madrid, llevando consigo únicamente su rifle (lo habitual en él era utilizar las armas que hay en la finca, se ha dicho) y que antes de levantarse de la mesa para salir, según dijo, a mover el coche se cerciorara de que el encargado tenía el teléfono de su esposa, por si tuviera que llamarla. La impresión de los agentes, fruto de la conversación que tuvieron ayer con este señor, es que Blesa estaba despidiéndose. Y que la decisión de viajar a la finca él solo, y con su arma, indica que tomó la decisión de matarse y quiso hacerlo sin tener cerca a su familia y sin implicar a nadie.
Es la hipótesis. La más firme. La única, en realidad, que manejan los investigadores. El suicidio.
En caso de que lo fuera, y ésta es la segunda parte de la historia, sólo él sabe (o sabía) qué le llevó a terminar con su vida.
Cuando una persona se suicida nos ocurre algo casi automático y seguramente inevitable. Nos preguntamos por qué. Y tendemos a buscar la respuesta en aquello que sabemos sobre esa persona. Que casi siempre es menos de lo que ignoramos sobre ella. Más aún si, como es el caso, no hemos tenido nunca trato personal ni estamos al tanto de sus circunstancias personales, emocionales, de salud o de ánimo. ¿Qué sabemos en realidad de un ex presidente de Caja de Ahorros que acabó juzgado y condenado por abusar de su poder en la entidad y causarle un perjuicio económico? Pues justo eso: sabemos de Blesa qué cargos tuvo, quién le puso ahí, cómo lo hizo y en qué procedimientos judiciales acabó estando incurso. Sabemos de él su vertiente pública, todo aquello que guardó relación con su actividad profesional. Lo que pasa es que una persona es mucho más que su actividad profesional o su vertiente pública. Y ésa es la zona reservada de la que sólo unos pocos saben mucho y de la que nadie, probablemente, alcanza a saberlo nunca todo.
Hay muchas cosas, seguro, de este Miguel Blesa que no sabemos —que incluso sus más allegados es posible que no sepan— y en las que nos resulta, por tanto, imposible encontrar los motivos de que haya podido suicidarse. Impacta el suicidio cuando se trata de una persona conocida, pero les recuerdo que el número de suicidios en España duplica en el fallecidos en accidentes de tráfico. Está por encima de los tres mil al año. Echando cuentas, amargas, diez suicidios cada día. Además de Blesa, ayer se suicidaron otras nueve personas en nuestro país. Y hoy lo harán otras diez.
A menudo no es una razón, sino un conjunto de motivos que llevan a una persona a quitarse la vida. Y esa persona de lo que acaba convencida, y lo que desencadena su último paso, es de que necesita liberarse de la opresión, o la depresión, o la falta de ganas de despertarse cada mañana que padece. No es quiera morir, es que llega a asumir que la única forma de liberarse de esa asfixia es poner fin a su vida. Y si nadie alcanza a detectarlo y a impedirlo, eso es lo que hace.
De Blesa sabemos que estaba condenado, que tenia juicios pendientes y que probablemente —con setenta años— iba a ingresar de nuevo en prisión. Eso es lo poco que sabemos. Y el resto —no pasa nada por admitirlo— el resto lo ignoramos.
Ha dicho el consejero de Interior de Cataluña, señor Forn, que los mossos de escuadra ya saben lo que tienen que hacer. Lo que pasa es que luego ha añadido, para despejar dudas, qué es lo que según él, que es el jefe, tienen que hacer: permitir que el primero de octubre en Cataluña se vote.
Se entretiene el consejero fingiendo que es posible cumplir la ley y, a la vez, consentir que se celebre un acto ilegal.
Un acto que todavía no está convocado y para el que todavía no se han adquirido las urnas. Sigue el gobierno catalán, ya saben, analizando itinearios. Y buscando alguna añagaza para comprar urnas sin firmar un papel oficial que recoja ese contrato. Encontrar, por ejemplo, un donante: un particular que compre las cajas y se las envíe a Junqueras como un regalo.
Al fiscal general del Estado se le ha ocurrido decir una obviedad —que la fiscalía persigue el delito aunque éste intente camuflarse— y ha salido el portavoz del gobierno autonómico a predicar que no hay manera de parar el proceso independentista porque es propiedad de la gente, no de los políticos. No habrá manera de pararlo, pero por si acaso él mismo admite que se oculta la manera de hacerse con unas urnas para que el Estado no se lo torpedee.
A Turull le han encomendado que suba la moral de la tropa y se está entregando a ello con entusiasmo.
Tiquismiquis e hiperventilados. A este portavoz le gustan las palabras largas.
Igual se libran, los tiquismiquis hiperventilados, de ver cómo el consejero les pasa el cepillo, la colecta para ayudar al señor Mas a reunir el dinero que le reclama el Tribunal de Cuentas por haber causado un daño patrimonial a la administración.
El crowfunding del amigo Turull.