Monólogo de Alsina: "Sea DUI en seco o retórica, no habrá independencia sino un daño muy grave a la convivencia"
10 de octubre de 2017. Ha llegado el día. El día por el que viene suspirando desde hace cinco años (por lo menos cinco) el movimiento nacional independentista conforme a los principios que lo inspiraron.
El día de proclamar la independencia de Cataluña como estación última —penúltima mentira— del plan de insurrección que llamaron proceso —el procés— y que está construido sobre la gran mentira del derecho a decidir (es decir, la autodeterminación), y la pretendida cobertura legal, democrática, que nunca existió. Y los sentimientos, claro. Construido sobre los sentimientos alimentados, y excitados, del agravio, la identidad, la exclusión y la diferencia. Ser más que el otro para poder atribuirte tú el derecho del que están privando a tu prójimo.
El proceso que puso en marcha Artur Mas, profeta menguante del pujolismo en ruinas, cuando vio amenazada su corona. Envuelto en la bandera gigantesca que vio desfilar en la Diada de 2012 y usando como coartada —aquella fue la primera— que le habían negado en Madrid el pacto fiscal, nombre catalán que el ministerio de propaganda artúrico le dio al concierto vasco.
El procés llega hoy a donde siempre quiso llegar. Un papel que diga que Cataluña se separa de España. La declaración unilateral, le llaman sus promotores.
• A sabiendas de que es una declaración hueca.
• A sabiendas de que la Constitución seguirá vigente en Cataluña mañana.
• A sabiendas de que no ha habido referéndum de autodeterminación ni nada que se le parezca.
• A sabiendas de que la mayoría de los catalanes no desean que esto de hoy se produzca y que al resto de los españoles nunca los han tenido en cuenta.
• A sabiendas, en fin, de que el fraude de hoy no es más que el colofón de un fraude gigantesco. El fraude histórico.
Rematado con la utilización partidista del Parlamento de todos los catalanes. Cómo será la insoportable manipulación que ha hecho el movimiento independentista de la cámarta catalana que hoy todo el mundo da por hecho que lo que el profeta Puigdemont decida, él solo en su mediocridad infinita, será lo que los diputados del rodillo hagan suyo. Sin debatir, sin votar, sin rechistar. A los diputados del PDeCAT que llevan meses predicando en Madrid que esto de hoy no llegaría nunca porque ya se encargarían ellos de pararlo habrá que preguntarles, cuando todo pase, lo mismo que Borrell preguntaba el domingo a los empresarios: ¿Por qué nunca dijeron en público lo que sostenían en privado? Si es que para entonces, claro, queda PDeCAT.
Los cabecillas de esta embestida sabían desde hace cinco años (por lo menos cinco) que las máscaras terminarían saltando y el proceso se revelaría como lo que siempre fue: no un choque de trenes, no el pulso entre Artur Mas o Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, no el moderno y dialogante gobierno de Cataluña contra el rancio e inmovilista gobierno de España, sino la arremetida de una legión de cargos públicos, aplaudida en la calle por una multitud de catalanes que los aupó a esa condición, contra el resto de los catalanes y contra el resto de la sociedad española.
Una corte de gobernantes y diputados autonómicos constituida, en sagrada alianza, por la derecha del 3%, la izquierda que hizo campaña contra el Estatut y la extrema izquierda que le hace el caldo gordo a Nicolás Maduro, que ha utilizado los resortes y los recursos de la administración para quebrarla desde dentro. Planificando, financiando, organizando y finalmente, hoy, ejecutando la voladura de las instituciones catalanas en la confianza de que eso traiga consigo la voladura del resto del Estado.
• Sabían que sólo se podría llegar hasta aquí enfrentando a unos catalanes con otros y utilizando las instituciones catalanas para embestir contra el estado.
• Sabían que no hay referéndum posible mientras no se recorra el camino de la reforma constitucional.
• Sabían que no hay Europa dispuesta a celebrar la secesión por las bravas de un territorio.
• Y sabían, en fin, que a la declaración antidemocrática, totalitaria, de independencia sólo puede responder el Estado —que es el conjunto de los ciudadanos que constituyen la nación— de una manera: tratando a sus promotores como lo que son, un peligro público para Cataluña y el resto de España.
A diez horas de que el inefable Puigdemont se persone en el Parlament, con la Agitación Nacional Catalana (ANC) advirtiéndole en la puerta de que no flaquee so pena de ser llamado traidor, aún queda tiempo para que pasen cosas. Pero a esta hora de la mañana del 10 de octubre la única duda que se percibe en el ambiente es cuánta guarnición retórica le añadirá el insurrecto a su proclama. Cuánto intentará disimular la gravedad de lo que está haciendo maquillándola. Añadiéndole plazos, apelaciones a la constelación de mediadores fantasmas y el resto del repertorio puigdemoniaco. De quien abusa del poder que el Estatut le confiere y abusa de la paciencia de las instituciones del Estado, no se puede esperar que renuncie a abusar de la subordinada.
Importa poco, a la larga, si la declaración de independencia es de activación inmediata o le colocan un temporizador con un bonito lazo rojo. Para que Colau pueda animarnos a todos a aprovechar la cuenta atrás para construir la madre de todos los puentes y nombrarla a ella madre superiora de la congregación del diálogo.
Sea la DUI en seco o venga envuelta en perorata, la consecuencia no será, obviamente, que Cataluña se convierta en un estado independiente mañana. La única legalidad democrática se llama Estatut catalán y Constitución española.
• La consecuencia será el deterioro, aún mayor, de la convivencia entre catalanes.
• El daño, muy grave, a las instituciones catalanas.
• Y la voladura, desde dentro, del autogobierno.
• Los colaboradores necesarios del independentismo, ebrios de táctica y de vuelo bajo, siguen haciéndole el trabajo de siembra. Colau la estratega infalible. Pablo Iglesias, el oráculo complutense de la nueva izquierda. Reclutados para darle al movimiento nacional el barniz de la transversalidad. Tan falsa la transversalidad como el carácter nacional del movimiento. Los abastecedores de combustible se escandalizan ahora del fuerte olor a gasolina. No utilicen el primero de octubre como aval para la declaración de independencia, dice esta colección de lumbreras después de haber contribuido a la gran coartada. Primero le das aire a la farsa y luego clamas que no hagan lo que dijeron que harían: declarar la independencia sin contar, tampoco, contigo. Menos que nadie contigo porque te tienen tomada la medida, Ada.
El otro Pablo, Echenique, en su nueva aportación a la historia del pensamiento político: la manifestación del domingo la lideró, dice este ciudadano, la ultraderecha. Vio tantas senyeras y tantas banderas de España que le salió urticaria al escudero de Iglesias. A él, naturalmente, le suena a chino todo lo que dijo en la tribuna el antiguo héroe de Podemos, Carlos Jiménez Villarejo: eso de defender a un tribunal superior, a los jueces, a los fiscales, eso de identificar la razón democrática con el cumplimiento de las leyes que emanan de la Constitución no le resulta digerible. El único tribunal que le agrada es el que juzga al PP por corrupción, los únicos jueces y fiscales a los que defenderá nunca Echenique son los de la Gürtel.
Si la ultraderecha era Jiménez Villarejo es que la empanada mental de Echenique no tiene remedio. Estamos al comienzo del día que el movimiento nacional independentista sabía que iba a llegar y deseaba que llegase.
La consecuencia será forzar al gobierno central, y al Parlamento de la Nación, a tomar las medidas necesarias, todas ellas, para asegurar la restauración del orden constitucional en Cataluña.
La traición al Estado democrático no se contempla en ningún sitio como una invitación al diálogo.
Como Companys, sí, como Companys, que traicionó la República que había prometido defender. Con la coartada, claro, de salvarla. Siempre en nombre del pueblo. Siempre en nombre de la libertad. Siempre cambiándole el nombre a las cosas.