Monólogo de Alsina: "La alianza anti Soraya dura lo que dure la matrimoniada que son las primarias del PP"
A José Luis Moreno le debemos uno de los conceptos más útiles que hoy tenemos para el análisis político en España.
Nació en aquel programa que hacía audiencias millonarias, pero que nadie confesó nunca ver, titulado Noche de fiesta.
Cómo olvidar, ¿verdad?, aquel espacio que, bajo la apariencia de un show ligero y popular, al alcance de todos, escondía aportaciones tan meritorias a la ciencia política como esta metáfora que fueron las matrimoniadas.
Qué nostalgia al recordar a Pepa y Avelino. No disimule, no haga el duro, no finja que no sé de qué le hablo. Escenas de pareja. Con rencillas, siempre. Con redecilla en el caso de Pepa. Con tensión, con desavenencias, con conflicto, pero permaneciendo siempre la pareja. Peleada, pero sin romper jamás del todo.
Matrimoniadas.
No hay mejor concepto para explicar las dos noticias políticas de esta jornada:
• El pique, el recelo, la competencia entre Santamaría y Casado por la hegemonía en un PP que, aun viviendo jornadas que jamás pensó que viviría, ni se quiebra ni se rompe.
• El pique, el recelo, la competencia entre Junqueras y Puigdemont, a través de sus delegados en el parlamento catalán, por la hegemonía del bloque independentista que, a un viviendo jornadas como la de ayer, y la de hoy, ni se quiebra ni se divorcia.
Matrimoniadas.
En la matrimoniada del PP la escena más sonada la protagonizaron, fuera de foco, los dos competidores que aspiran a heredar el trono de hierro. El sábado votarán los compromisarios, amontonados en un hotel de Madrid cuyo salón de actos se alquiló de urgencia cuando los acontecimientos se precipitaron y en el que ni siquiera caben todos los compromisarios a la vez. El Congreso Extraordinario del partido, tan extraordinario como materialmente precario, proclamará el sábado el veredicto de los cuadros intermedios del partido: o es Santamaría o es Casado. Sólo puede ganar uno y sólo puede mandar uno. O una. La integración a la que ambos se comprometen consiste, en realidad, en neutralizar al competidor. Ella promete ser generosa si él se rinde antes de que los compromisarios voten y él promete ser generoso una vez que ella haya perdido. La famosa generosidad del vencedor, que acostumbra a ser papel mojado porque el que pierde coge la puerta y se va tranquilamente a su casa. O a Santa Pola.
Hasta ayer el equipo sorayista nadaba en optimismo alentado por la legión de compromisarios que le aseguraban su apoyo y por el hecho, irrebatible, de que fue Santamaría, y sólo Santamaría, quien ganó la votación de los afiliados. Pero ayer empezó a soplar el viento con un sonido distinto. Feijóo, el deseado, Feijóo el ex delfín, Feijoo el que no se atrevió a competir vaya usted a saber por qué, cumplió ya con el protocolo de recibir en su tierra a los dos duelistas, por separado, y tratarles con tanta hospitalidad como neutralidad sólo aparente, y cumplida la liturgia ahora ya se remanga.
Feijoo va con Pablo Casado. O en rigor, no va con Soraya.
Ha enviado a sus embajadores a ir abonando el terreno en twitter —el presidente del PP de Coruña, la portavoz en el ayuntamiento— y en las próximas horas será él mismo quien se haga portavoz del sentir mayoritario de los compromisarios gallegos. Ésta es la juagada, o la maniobra: primero que hablen algunos y luego se aparece él no para entrar en la batalla, sino para exponer qué es lo que ha percibido entre sus delegados. Pero vamos, que Feijoo se apunta al casadismo (o al antisorayismo) y eso ha afectado al ánimo, y a los cálculos, del equipo de la ex vicepresidenta. Que por primera vez admite (lo cuenta esta mañana La Razón) que Pablo puede ganar el sábado la presidencia del partido.
Hasta ahora iban con Pablo todos los candidatos que perdieron la votación de los afiliados (ninguno ha preferido a Soraya) y ahora se sube al carro el candidato que nunca llegó a serlo, Feijóo, que resulta que es el que más predicamento interno tenía. Más, por lo que se ve, del que tiene el propio Rajoy, ignorado por casi todo el mundo desde que agarró la puerta de Génova y se afincó en la playa. Es verdad que no se ha visto a Rajoy significarse en público, pero teniendo en cuenta que una de las candidatas es quien fue su mano derecha más de ocho años y el otro es un joven al que metió de vicesecretario en 2015 y sin haber tenido con él mucho trato, teniendo en cuenta que ella, Soraya, defiende a muerte todas las decisiones que tomó su jefe y él, Casado, ha ido atacando cada vez con más dureza la gestión de la cuestión catalana, no hace falta ser el más avispado de la clase para entender quién representa el tardomarianismo y quién no lo representa, a quién querría ver Rajoy heredándole y a quien no tiene mayor interés en ver heredando nada.
Desánimo sorayista y estado de excitación en las filas de Casado. Ésta es la novedad de las últimas horas. No olvide, en todo caso el candidato, que el entusiasmo que hoy despierta entre los Feijóo, los Cospedal y el aznarismo es directamente proporcional a la animadversión que sienten por su rival. No es que le adoren de repente a él, es que habrían sentido adoración por cualquiera que sirviera para impedir que el partido lo dirija Santamaría. Y que si ella termina cayendo, reclamarán su cuota del aparato y se disgregarán las tropas que ahora van a la guerra juntas. La misma noche en que se contaron los votos de los afiliados empezó a fraguarse la platajunta anti sorayista. Una alianza interesada que dura lo que dure la matrimoniada.
Ésta otra es la matrimoniada catalana. O independentista catalana. Las patadas en el bajo vientre que se soltaron ayer, a la vista de todo el mundo, el delegado de Puigdemont en el Parlamento catalán, Eduard Pujol, y el delegado de Junqueras, Sergi Sabriá.
¿Y esta batallita en la pareja indepe que lleva gobernando Cataluña desde 2015 de qué trata? Pues un poco de lo de siempre: lo mal que llevan en Esquerra que Puigdemont se convirtiera en el referente del independentismo y que, habiéndose largado del país por la puerta de atrás, le acabara ganando las elecciones a Junqueras. A Esquerra el papel de palmero de Puigdemont nunca le ha resultado grato, aunque tampoco nunca han dejado de darle palmas.
El detonante de este bufido de ahora es que Llarena ha suspendido de sus funciones a los diputados procesados, el bloque independentista no quiere arriesgarse a perder escaños, optan por sustituir a estos parlamentarios por otros de los mismos partidos pero…hay uno que se niega a que le suspendan. El que no está en el Parlament pero cobra como si ejerciera de verdad de diputado. O sea, Puigdemont. A los demás que les sustituyan pero a él no, que es la encarnación de la legitimidad republicana, el president numero 130 y no sé cuántas cosas más, todo desde Hamburgo, Alemania, y a la espera de ver si Llarena acepta que nos lo entreguen.
Puigdemont pasa olímpicamente de Esquerra y pasa también del PDeCAT, este partido menguante y que cada vez tiene menos claro lo que es, que libra su propia guerra interna para librarse de la correa que pretende ponerle el hamburgués. Este fin de semana tiene Congreso el PDeCAT y, como dijo ayer Esquerra, es ahí dentro donde están los cuchillos afilados.
Ayer, en el bloque independentista, estaban enfadadísimos todos. Pero sin dejar de ser un bloque.
Anda la Moncloa esperanzada en lo mismo que ya esperanzó al gobierno de antes: que Esquerra rompa con los puigdemones por el mundo y agarre la bandera del pragmatismo, es decir, mucha retórica sobre la autodeterminación y el tenemos que votar, pero negociación con el gobierno central sobre financiación, inversiones y retirada de recursos judiciales. La misma confianza sobre la que construyeron Rajoy y Santamaría la operación diálogo. El factor Junqueras.