OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "El Gobierno decreta porque le urge transmitir la impresión de que no para en su afán por cambiar el país"

De regreso al día a día. De regreso al madrugón.

ondacero.es

Madrid |

Deseando ver cómo afronta el Congreso de los Diputados, un día de estos, el formidable debate sobre el cambio de hora. Esta liebre que ha echado a correr el amigo Juncker —la comisión europea— a ver hasta dónde le llega. Esto es España, ¿sabe usted?, así que si al que manda le preguntan qué hacemos con lo del cambio de hora sale por donde salen siempre. ¿Qué ha dicho Sánchez?

• Uno: crearemos una comisión de expertos. Mira tú, ¡otra!

• Y dos: buscaremos el mayor de los consensos.

Esto es encomiable, el consenso. Maratón de reuniones, ya verán, en el Congreso para pactar qué hora debe ser la nuestra. Ya imagino las crónicas: “han acercado posiciones, pero faltan algunos flecos”. El PP se resiste a que en Galicia amanezca a las nueve y media. Oiga, normal.

Y las tertulias. Y las redes sociales. Ansiosos todos por saber qué posición es la buena. Esto es España, ¿me entiende? Necesitamos que los popes de la ciencia política nos informen cuanto antes de qué es de derechas y qué es de izquierdas. ¿Conservar el horario de invierno y de verano es progresista o es conservador? ¿Dejar la misma hora todo el año es un avance o un retroceso? ¿Ciudadanos está a favor, en contra, o ha encargado una encuesta? Ilumínenos, Echenique: el cambio de hora a quién beneficia, ¿a los trabajadores honrados o a los ricos y poderosos? ¿Al Ibex35 o al pueblo? Para ser un buen demócrata, Adriana, ¿cuál es la hora buena?

Usted ya sabrá que ha dicho Juncker, esta especie de primer ministro europeo que tenemos en Bruselas (y que tiene, por cierto, enamorado a Pedro Sánchez, como la Merkel, los dos muy de derechas) que el pueblo ha hablado y hay que atender a lo que el pueblo ha dicho. Significa que él ha hecho una encuestita en internet de la que no se enteró ni el que lleva la página web de la comisión y ha votado el 1% de los europeos. El 1%. ¡Hasta el referéndum del Estatut tuvo más participación, Jen Claude! El referéndum de verdad, digo, 2006, no la mascarada puigdemoniaca de hace un año.

Tiene razón Elena Valenciano. Es de risa darle otorgarle a esa encuesta el valor de representar la voluntad del pueblo europeo. A usted igual le resulta un engorro lo de cambiar la hora dos veces al año —a mí me lo va a contar— pero si la alternativa es entrar a trabajar a las ocho en verano y a las siete en invierno, a o mejor se lo piensa.

Estoy pensando que a Pedro Sánchez no le va a parecer bien que le dé la razón a Elena Valenciano porque ella era de Rubalcaba y no sintoniza con los nuevos tiempos del PSOE. Valenciano es una de las personas para las que este curso será el último. Habrá que hacer las listas de las elecciones europeas y ella sabe que no estaría por más que ella quisiera. Este curso político que comienza es el de la purga general en el bipartidismo. Listas para las europeas, autonómicas, municipales y quizá también generales, ya veremos. El pedrismo aniquilará lo que queda del pasado en el PSOE y el casadismo hará lo propio con las herencias recibidas del PP. Ahí ni memoria histórica ni concordia, amigo. Empieza el baile de las sillas. El que se equivocó de bando se queda sin asiento.

Iniciamos un curso con muchas elecciones a la vista y con el presidente Sánchez resistiéndose a convocar las suyas.La hora que ha llegado es la saber hasta dónde llega Sánchez con sus 84 diputados y su socio morado. Juntos no alcanzan la mitad de la cámara.

Para empezar, esta semana tenemos maratón en el Parlamento. La semana de los decretos.

Decretolandia, la España de Pedro. Así funciona la cosa: el gobierno decreta porque le urge transmitir la impresión de que no para en su afán por cambiar el país cuanto antes, y al Parlamento le toca avalar (o rechazar) después lo decretado.

El jueves, que lo sepa Franco, se aprueba por fin el decreto de su desahucio. A ver si lo sacan ya del Valle de los Caídos y empezamos a hablar de otras cosas. Todo el debate éste, tan aparentemente apasionado, que hemos vivido a cuento del difunto se extinguirá, ya lo verán, en cuanto le hayan entregado la caja a la familia.

Quedarán los posos del debate: este intento que hace Pablo Casado de enarbolar la concordia. O de identificar al PP con la concordia y a la izquierda con la discordia. La memoria histórica, para Casado, es una forma de generar discordia. Así que el gobierno aspira a decirnos, por ley, cómo debemos recordar y el PP aspira a decirnos, por ley, cómo debemos concordar. A tres meses del aniversario de la Constitución, y con Casado y Rivera compitiendo por identificarse con Adolfo Suárez. Uno-cero, ayer, para el del PP porque tiene a Suárez Illana, el hijo, a su vera.

En cuanto Franco —y qué hacer con Franco— sea cosa ya de su familia, el gobierno podrá decir, ahora sí, que ha conseguido hacer realidad al menos uno de los miles de anuncios que hizo en junio. La mitad se quedaron en anuncios y la otra mitad los ha ido rectificando.

Además de batir el récord de decretos, el gobierno Sánchez tiene la plusmarca mundial de rectificaciones, matizaciones y desautorizaciones internas. Como bien sabe Dolores Delgado, ministra de Justicia que ha tenido que contratar un abogado para el juez Llarena en Bélgica después de haber proclamado a los cuatro vientos que no había motivo alguno para hacerlo.

Cambiar, lo que se dice cambiar, de momento lo único que ha cambiado el gobierno de arriba abajo y en tiempo récord es Radio Televisión Española. Quién dijo que esperarían al concurso y a tener nuevo presidente para relevar a los cuadros intermedios. Cuando de controlar el altavoz oficial se trata, aquí no se espera ni a que amanezca.

Bueno, y para este otoño tenemos, naturalmente, el serial.

La nueva temporada. Puigdemont, con su miniyo Comín, en Waterloo. Torra, consigo mismo, de prestado en Barcelona. Y Sánchez de paseo en la Moncloa con Iceta como guionista. ¿Qué nuevas tramas nos deparará el raca raca?

El comienzo del curso va a ser un shock para los diputados del Parlamento Catalán. Probablemente el colectivo español menos productivo de toda nuestra historia. No por culpa de ellos, o no de todos. Fue cosa de Torrent, el encargado al que puso Junqueras a controlar el Parlament, suspender la actividad hasta nueva orden. Dices: ¿pero puede suspenderse un Parlamento? Pues ahí lo tiene: desde junio sin pisar el Hemiciclo.

En enero se constituyó este nuevo Parlamento, en junio quedó suspendido y el primer pleno del otoño calculan que será en octubre. ¿Es un escándalo suprimir de esta manera el debate? No hombre, no, es una decisión de la mayoría independentista, la misma que imparte cada día lecciones de democracia. Si hace un año intentaron suspender el Estatut no tiene nada de particular que ahora tengan suspendido el parlamento.

Que además es una forma coherente de conmemorar la intentona de septiembre de 2017: cuando intentaron tumbar los derechos políticos de la mitad de los catalanes hace un año, aquellas dos leyes infumables con las que se inició la arremetida contra la Constitución y el Estatuto. Esta semana se cumple un año.

Para esta semana tenemos discurso de Torra —el avatar de Puigdemont—, obediente Torra, sin una sola idea propia, y para la semana que viene, diada. La diada secuestrada por el independentismo más beligerante. Hasta Ada Colau ha terminado por darse cuenta, qué vista. Bueno, y luego los preparativos para conmemorar el primero de octubre. Hasta ahora se celebraba un naufragio, el de Rafael Casanova en 1714, y a partir de ahora se celebran dos: el de Casanova y el de la proclamación de la República Puigdemónica.

Va a continuar, ya lo siento, la matraca. La agitación amarilla del gobierno autonómico. Y el cuentito éste de la operación diálogo que el propio Sánchez sabe que no va ya a ningún lado. Mucha comisión bilateral, mucha junta de seguridad, mucho acariciarle la espalda a QuimDeMont Torra, pero de éste sólo sale lo que ha salido siempre: la exigencia de la autodeterminación. Que en el Congreso tiene, por cierto, al socio del gobierno haciéndole los coros.

El único socio estable de Sánchez es Podemos. Que no estuvo, ni está, en el pacto constitucionalista del 155. Y que sí estuvo, y está, con Esquerra y el PDeCAT en sus teatritos del Hemiciclo. Podemos es el submarino amarillo de Puigdemont.