Monólogo de Alsina: "Vox aspira a conseguir en 2019 lo que el 2014 supuso para Podemos"
Hace un año estábamos empezando a asomarnos, a esta hora, a la Vía Laietana.
Tomando posiciones para narrarles lo que se esperaba que fuera una manifestación multitudinaria pero que reventó todas las expectativas. La avenida alfombrada de personas desde el comienzo de la marcha hasta el escenario instalado delante de la ciudadela. La otra Cataluña, se dijo. La que hasta entonces no se manifestaba.
• La Cataluña que se siente maltratada por sus gobernantes autonómicos. Traicionada.
• La Cataluña no independentista. Que es de izquierdas, de derechas y de centro.
Los cientos de miles de ciudadanos que aquel día dijeron prou, dijeron basta, y salieron a defender sus instituciones, las catalanas, frente al sabotaje de las mismas que lideraban, utilizando los recursos de todos y el poder de quien forma parte del Estado, el entonces presidente Puigdemont con su entonces vicepresidente Junqueras y la entonces presidenta del Parlament, Forcadell.
Hace un año los promotores de aquella marcha pudieron proclamar desde el escenario que habían petado Barcelona.
Petada la ciudad de ciudadanos iguales que reclamaban el cumplimiento de la legalidad democrática. En defensa del autogobierno frente a quien ya entonces lo amenazaba. Ocho de octubre, diecinueve días antes de que Puigdemont, Junqueras y Forcadell declararan la independencia obligando al Estado a responder con la intervención de la autonomía catalana.
Sólo ha pasado un año.
José Borrellera entonces un político alejado de la primera línea. Entonó aquel día el discurso de la construcción europea frente al populismo y los secesionistas.
Lo hizo ante una multitud en la que había representantes del PSC, pero sin su primer secretario, Miquel Iceta. Sí estaba la plana mayor de Ciudadanos, Rivera, Arrimadas, Villegas. Sí estaba la dirigencia del PP catalán, Albiol, Monserrat, el delegado Millo. En la tribuna se escuchó la voz de otro hombre de izquierdas, ex fiscal y ex diputado europeo de Podemos. Jiménez Villarejo, sacando la cara por los jueces y fiscales de Cataluña.
A un lado, el autogobierno. Al otro, quien amenazaba su supervivencia.
La Vía Laietana como símbolo y como hito. De la Cataluña que nunca secundó ni el procés ni el referéndum ilícito. La Cataluña que no secundaría la proclama de secesión y a la que nunca dirigieron la mirada ni Puigdemont ni su hombre de paja, estos que hablan de un solo pueblo en su empeño por uniformar a los catalanes en la religión que ellos predican.
Un año después de aquello, nadie imaginaría hoy una manifestación cuya pancarta portaran a tres manos los partidos que sí estuvieron juntos en la calle aquel día: los constitucionalistas, que lo eran antes de ser los del 155. El PSOE, hoy en el gobierno de España, el PP y Ciudadanos estuvieron aquel día, y los siguientes, mucho más próximos de lo que nunca han llegado a estar después. El llamado bloque constitucionalista evidenció bien pronto lo poco que tenía de bloque y anda a la greña un año después, con acusaciones de traición de los partidos de la oposición al gobierno y con acusación de deslealtad del gobierno a los partidos. No están tan a la greña como Puigdemont y Junqueras, pero por ahí le andan. Sánchez intentando rentabilizar el discurso de la empatía y Casado y Rivera intentando rentabilizar el discurso de la dureza y en abierta competencia. Entre ellos y también con el nuevo actor que aspira a tener papel en el tablero político de España. A la derecha de la derecha estáVox, exigiendo la ilegalización del independentismo, la supresión de las autonomías y la liquidación del Senado.
En las elecciones europeas de 2014 —quién se acuerda— se presentó por primera vez un partido que decía representar al pueblo verdadero frente a la casta, el sistema y el régimen del 78. Venía de probar músculo como plataforma política, surgida al calor del 15-M y de las tertulias televisivas. Su principal atractivo, o eso se pensó entonces, era su líder, un profesor del entorno de Izquierda Unida. Tanto que fue su cara lo que apareció en las papeletas. Pablo Iglesiasobtuvo en las europeas su primer triunfo: cinco diputados con los que casi nadie contaba y que dieron a Podemos impulso, y recursos, para poder afrontar un año después las elecciones generales.
Ahora, desde el otro extremo del arco político, Santiago Abascal aspira a conseguir algo parecido. Su partido, Vox, también se declara (como Podemos en 2014) defraudado por los políticos tradicionales, también dice luchar por la democracia verdadera y también emplea en sus discursos las palabras dignidad, y justicia, y honradez contra la indignidad, la injusticia y la corrupción. Su prioridad, dice, son las personas. Otros dirían la gente. Pero sus recetas difieren, claro, de las del otro extremo. Ayer, con la vista puesta en las elecciones europeas y en repetir en 2019 lo que el 2014 supuso para Podemos, Vox eligió el recinto de Vistalegre (nueve mil asistentes) para exhibir potencia electoral y presentar sus recetas: mano dura contra el independentismo, ilegalización de partidos, control férreo de las fronteras, deportación de sin papeles, cierre de mezquitas fundamentalistas, supresión de las autonomías y derogación de las leyes impulsadas por gobiernos de izquierda empezando por la memoria histórica.
Abascal se marcó ayer un mítin en el que cargó contra los progres, los comunistas, la derecha cobarde (que es el PP de Rajoy) y la veleta naranja (que es Ciudadanos) para erigirse en el defensor de la dignidad de la patria, el partido de la resistencia —predica— que viene a salvar España de la indignidad y los ultrajes. Salvadores de la patria.
El pecho, las medallas, la España grande y el primero, España, la defensa de la civilización occidental y hasta la evocación de la batalla de Lepanto contra el turco. No le falta un detalle a este remake de don Juan de Austria.