EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: No las han devuelto y, si de ellos depende, nunca lo harán

Les voy a decir una cosa.

No las soltaron. No las han devuelto y, si de ellos depende, nunca lo harán.

ondacero.es

Madrid | 24.06.2014 20:13

Aunque las madres siguen saliendo a la calle cada día, siguen viajando cuando pueden a Abuya a manifestarse ante el Parlamento, aunque los padres siguen saliendo en grupo, pobremente armados, a peinar los bosques en busca de algún rastro de sus hijas, el clamor aquel que recorrió el mundo -con tanta indignación como retraso- exigiendo la libertad de las adolescentes secuestradas en Nigeria ya se pasó, como tantos otros clamores engullidos por el paso de los días y las nuevas historias que van enterrando a las ya conocidas.

Se acabaron los selfies en las redes sociales. Como ocurrió con la caza y captura de Joseph Kony, la campaña internacional, muy encomiable, logró el efecto de poner el foco sobre los saqueos de poblados en el Congo y Centroáfrica, el asesinato de los hombres, la violación de las mujeres, el secuestro de los niños para hacerlos soldados, pero duró lo que duró. No mucho más de lo que ha alcanzado a durar la consternación internacional por el secuestro de las doscientas niñas de Chibok. No las soltaron, no las han devuelto y probablemente no las tengan ya consigo: las secuestraron para venderlas. Y aunque lo inédito fue el número de rehenes capturadas a un tiempo, ni fue el primer ataque de estas características ni, como hemos vuelto a comprobar hoy, era el último.

Entre el jueves y el domingo -hoy se ha sabido- Boko Haram atacó varias aldeas del estado de Borno. Hicieron lo que hacen siempre: casas arrasadas, incautación de todo producto o alimento aprovechable (el ganado, antes que cualquier otra cosa), muerte a los hombres y secuestro de mujeres y menores. Cuarenta muertos, noventa secuestrados. Decenas de heridos que lograron huir, varios kilómetros corriendo, y que se esconden entre la vegetación, durmiendo, aterrorizados, entre matorrales. Aterrados los padres y aterrados los hijos. Niños que por haber nacido en el norte de Nigeria, o en el sur de Somalia, o en el sur de Sudán del sur, identificar la vida con la supervivencia. Vivir con sobrevivir. Cada hora y cada día.

El crimen, la desgracia, la miseria, no entiende de edades. Pero cuando castiga a los niños, cuando se ceba en personas que apenas han empezado a entender cómo funciona el mundo, la sacudida que nos produce es mayor y más honda. Niños que se suben solos a un autobús en Honduras, en El Salvador, en Guatemala, para alcanzar la frontera de México y cruzar luego todo México subidos al techo de un tren de mercancías hasta llegar a Tijuana o a Piedras Negras para localizar al pollero que los pasará al otro lado, a los Estados Unidos de América. Sus padres ya marcharon allí, meses atrás, años atrás.

Se han quedado a trabajar y a vivir, a trabajar en negro y a malvivir fuera del radar. Algunos contratan grupos que se ofrecer a traer ilegalmente a los críos; otro ni siquiera sabrán que sus hijos han emprendido el viaje por voluntad propia; y hay padres que residiendo en Honduras, en Guatemala, mandan a sus hijos a hacer solos el viaje a California o a Texas para alejarlos de la violencia de los barrios en que residen, las pandillas, los maras, el narco, la mafia que castiga con la muerte a la familia que no paga su cuota. Niños inmigrantes que llegan sin familia a Norteamérica. Desde el uno de enero hasta hoy la patrulla fronteriza ha detenido a cuarenta y siete mil menores indocumentados.

En todo el año se calcula que serán noventa o cien mil. Un noventa por ciento más que el año pasado. Como ocurre en Ceuta y en Melilla con los inmigrantes que logran saltar la valla (pero multiplicado en número por diez o más), los niños centroamericanos son trasladados a centros de estancia temporal -los cetis de allí- en los que permanecerán hasta que se decida qué hacer con ellos. Antes  los críos que llegaban eran, casi todos, mexicanos y se los devolvía de inmediato a su país (vecino) de origen, pero ahora la repatriación no es tan fácil.

Por la falta de documentos y por la multiplicación de los casos. Obama lo ha llamado crisis humanitaria y ha puesto a trabajar a las agencias federales. A la vez, presiona a los gobiernos de los países emisores para que cierren el grifo en las fronteras. A los embajadores norteamericanos en Guatemala, El Salvador y Honduras se les ha encomendado que repitan a todas horas un mismo mensaje: no hay papeles ni para los menores que alcancen suelo estadounidense ni para los padres que puedan estar ya allí. La reforma migratoria aún está tramitándose y no incluye la regularización automática de nadie. No arriesguen sus vidas haciendo un viaje tan largo y tan peligroso, niños, porque aunque consiguieran llegar serán ustedes deportados. Ésta es la idea. Poco eficaz hasta el momento porque el riesgo del viaje les parece a estos niños muy inferior al riesgo de quedarse.

El riesgo, la necesidad y la pobreza no entienden de edades. Pero cuando castigan a los niños, escuecen más. Niños que, en España, escuchan cada día en casa, y comprueban cada día, que hay que apañarse con lo poco que hay. Lo que haya para comer, lo que haya para vestirse, lo que haya para pasar el tiempo. Lo que hay y no que no hay. ¿Por qué no puedo tener esto que tienen todos mis amigos? Porque nosotros no podemos. ¿Por qué? Porque no tenemos dinero, y no tenemos trabajo, y hay que mirar muy bien a qué dedicamos cada euro. Hoy ha difundido Unicef uno de esos informes que ponen de mal humor a Montoro. “La infancia en España en 2014”, dos millones trescientos mil niños en España viven en riesgo de pobreza. Antes de que el ministro se encienda y nos recuerde a todos que no hay dos millones de niños viviendo debajo un puente, el propio informe explica qué se entiende por riesgo de pobreza.

Haces la media de los ingresos que tienen los hogares españoles, calculas el 60 % de esos ingresos (umbral de pobreza) y trazar ahí una línea. Quien esté por debajo de ella se considera que está en riesgo: familia de dos adultos con dos hijos que ingrese menos de 1200 euros al mes está en riesgo de pobreza. Uno de cada tres niños. Sandra, que tiene diez años, dice en este informe: “Para mi ser pobre es ver que los demás niños pueden ir, por ejemplo, de excursión y tú no puedes”. De acuerdo, no todos se van a la cama sin cenar, ni todas estas familias dependen del comedor escolar y los bancos de alimentos, aunque hay muchas familias en España en esa situación.

El informe lo que pretende es alertar sobre el efecto que el contexto económico -de apreturas y privaciones- en que están creciendo los niños, puede tener sobre las capacidades de éstos y el futuro del país. Y lo plantea Unicef para reclamar políticas destinadas a reducir la desigualdad entre los niños: “La infancia”, dice, “debe ser, más que ningún otro periodo en la vida, una época de igualdad de oportunidades”. Y esa responsabilidad, concluye, no se la podemos atribuir a los niños.