· Lunes de pascua. Hoy puede ser el cuarto día consecutivo en que sean más las altas hospitalarias que los nuevos diagnosticados por coronavirus en Madrid. Más curados, menos nuevos contagiados. Ayer no murió nadie en Canarias.
· Joaquina, por ejemplo, que tiene más de ochenta años aunque no aparenta más de setenta y nueve y medio. Ha dormido hoy en casa después de haber superado la neumonía en el Gregorio Marañón de Madrid.
· Se ha terminado la hibernación de la economía, o el parón de actividad general al que el Gobierno llamó hibernación. Los epidemiólogos habrían preferido que continuara, no hay medida más eficaz contra una epidemia que encerrarse todo el mundo en casa. Más eficaz y, también, más desesperada. Los gobiernos no los forman epidemiólogos, sino políticos obligados a calcular cuánto tiempo puede estar un país hibernado sin que deje de haber país. Cuál es el punto de equilibrio entre evitar el riesgo de contagios y evitar que quiebren las empresas que dan trabajo a los contribuyentes que sostienen, con sus impuestos, el Estado.
· Varios miles de trabajadores que se quedaron en casa hace dos lunes vuelven hoy a la actividad. El número real se ignora. Ni se informó de cuántos eran cuando pararon ni se informa ahora que regresan al trabajo. El gobierno ya recomienda el uso de mascarillas. Prometió ayer que se repartirían en las estaciones de autobús, de tren y de metro. Cuándo pasaron de ser las mascarillas una prenda innecesaria a una prevención recomendada. Creo que la respuesta es: cuando por fin entendimos que uno puede estar contagiado sin saberlo porque el test se le ha hecho a una minoría muy minoritaria de personas.
· Gema me ha escrito por que está contenta y se siente culpable por estarlo. A estas horas debe de estar escuchando la radio, en su casa de Madrid desde la que se ve el Retiro. Su hija pequeña, la que se fue a Holanda, se ha aficionado también a escucharnos y lo hacen a la vez, mil ochocientos kilómetros de distancia. Gema tiene dos hijas, una hermana y una madre ingresada en una residencia que es de una prima suya. La prima está con el coronavirus, guardando aislamiento en casa, como sus hijos y el marido médico y algunos de los ancianos. Por fin han podido hacerle el test a todos los empleados y los residentes. Y ‘en este punto’, me escribe Gema, ‘es donde me atrevo a decir con rubor que estoy contenta. Tantas veces me he preguntado cómo sería recibir la noticia de que mi madre estaba infectada. Pero lo que ha resultado es que ya pasó la enfermerdad, sin enterarse, y que ha desarrollado anticuerpos. Por eso me voy a permitir estar contenta’.
· El otro día anoté aquí la historia de Alicia, la enfermera de neonatos que trabajó cuarenta años en la maternidad de La Paz. Dije que muchos oyentes madrileños seguramente se habrían cruzado con ella, incluso hablado con ella porque en esa maternidad ha venido al mundo mucho Madrid. Me ha escrito Estefanía, que nació allí en 1980 y que está segura de que Alicia participó en su nacimiento porque fue complicado. Pero después de contarme eso me ha hablado de lo que le pasó a ella el 20 de marzo. El veinte de marzo es hace cuatro viernes. La primera semana de confinamiento. Ella tenía cita en el médico. Y allí se enamoró. A primera vista. No, del médico no. Estefanía tiene un marido que se llama Pedro y trabaja en un supermercado. Se enamoró de una pantalla. Y de un sonido. El sonido, para que lo entiendas, era como un latido. Y la pantalla mostraba el resultado de la ecografía. Estefanía ha querido ser madre toda su vida. A Pedro lo conoció cuando ya habían pasado los dos de los treinta años y les ha costado mucho, pero mucho, que ella se quede embarazada. Y ahora que se ha quedado, Pedro, que es muy cauteloso y como sale todos los días a trabajar extrema la prevención, prefiere no tener contacto físico con ella. Así que el día de la ecografía se besaron con los ojos y se abrazaron con el alma, me cuenta. La boda la tienen anunciada para el veinte de junio en Orba, a veinte minutos de Denia, que es donde viven, pero ahora ya... vete tú a saber. Lo importante, como dice Estefanía, es que el embarazo vaya bien, aunque sea en tiempos de pandemia. Como nos decía el otro día un oyente, los niños siguen naciendo.
· En junio, por ejemplo, nacerá Lucía. Su padre, que es tocayo, 31 años y guardia civil, me ha contado que así se llamaba también su madre, a la que perdió en un accidente de tráfico.
· Iván Carabaño es pediatra y ha perdido a su padre por el coronavirus. Cuatro días apagándose. Pudo estar con él tres minutos, para despedirse. Ha escrito un texto que empieza así: ‘Papá, os hemos fallado. Tu generación no tuvo una vida sencilla. Tu fuiste niño yuntero y te dolieron en la espalda los sacos de cereales y los troncos de las cepas. Conseguistéis que nosotros pudiéramos estudiar, trabajar, viajar, expresarnos en libertad. Ahora os hemos fallado como sociedad civil. No os hemos sabido proteger. Tu tragedia es la misma de miles de mayores como tú. Mis ojos son los ojos de decenas de miles de españoles que se han puesto a llorar con los ojos secos y la desolación de haberos fallado’.
· Me pareció emocionante la imagen del policía municipal de Zaragoza, arrodillado, la gorra en la mano, bajando la cabeza, frente a una residencia de ancianos mientras el vecindario guarda un minuto de silencio por las personas a las que se ha llevado esta epidemia. Primero informó desde el coche patrulla de lo que iba a hacer.
Y luego colocó un ramo de flores en el suelo delante de una residencia. Creo que los aplausos que se escucharon al terminar el acto, tan necesario y tan sencillo, son los que con mayor sentimiento han sonado estos días.
· Leo a Marta García Aller, que ha vuelto a hablar con Martin Rees, el astrónomo que fundó en Cambridge un centro para el estudio de los riesgos a que se enfrenta la Humanidad. Uno de esos riesgos que él veía es una pandemia como ésta, acelerada por la globalización. Sostiene que los gobiernos no se preparan para riesgos que resultan poco familiares. Los llama poco familiares porque nunca antes se han producido. Como no hemos pasado por ello, no nos resulta un riesgo cierto. Es la sociedad (o somos la sociedad) quien penaliza al gobernante que invierte por si acaso sucede algo que luego no pasa. Por ejemplo, el acopio de antivirales que hizo Europa cuando la gripe A de 2009. Lo de Tamiflu. Como la gripe no tuvo el efecto devastador que se anunciaba se desató la conspiranoia sobre los laboratorios farmacéuticos, la OMS y los gobiernos. Todos nos habían engañado gastando nuestro dinero en tamiflus que no necesitábamos. O por exceso o por defecto, está claro que nunca escarmentamos.
· El gobierno de la comunidad de Madrid informa de que han llegado tres aviones con material sanitario en diez días. Si el tercero llegó ayer, entiendo que el primero lo hizo el jueves, 4 de abril. Un mes después del primer fallecimiento por coronavirus, que en Madrid fue el 5 de marzo.
· Al presidente del gobierno hay que agradecerle que ayer abreviara su discurso.Y a quien se lo escribe hay que implorarle que abandone ya el lenguaje bélico. El presidente y quien le escribe están usando la metáfora de la guerra por encima de sus posibilidades. Cuántas veces no lo diría ayer: la guerra, el combate, la lucha, los campos de batalla, la victoria y la posguerra.
No hay guerra, presidente. Hay epidemia. No es un conflicto armado, presidente, es una crisis de salud. No hay enemigo mortal, presidente. Hay un virus. Y como no es una guerra, no se emplean para sobrevivir a ella los instrumentos propios de una guerra. Los EPIs no son armas. Los médicos no son soldados. Ni quieren serlo. Los ciudadanos no estamos en guerra con nadie. Estamos intentando no contagiar ni contagiarnos.
· ‘Es una pandemia, no una guerra’, dijo el sábado el presidente de Alemania.
No es una guerra porque los países no se enfrentan unos a otros, ni los soldados. Es una prueba de humanidad de la que un país no sale fuerte si sus vecinos no lo están también, fuertes y sanos.
· Me gustó que el presidente se comprometiera a cultivar el acuerdo con los demás partidos y a evitar las palabras gruesas y el lenguaje agresivo. No saldrá de sus labios otra palabra que unidad, dijo. A los pactos de la Moncloa ahora los llama Acuerdo para la Reconstrucción. Prefiero lo de los pactos. ‘Reconstrucción’ me hace pensar que hoy estamos destruidos. Di por hecho que como secretario general en jefe que es del PSOE ésta será la instrucción que haya cursado a sus subalternos: ni una palabra que perjudique el entendimiento con los adversarios políticos. Sólo unidad.
· Veo que Adriana Lastra, segunda en la jerarquía del partido, retuiteó la información de El Diario sobre el retraso con que llegó Ayuso a la videconferencia de ayer. Estaba en Barajas recibiendo a un avión. No veo yo que los aviones necesiten ser recibidos. Y me parece mal que se llegue tarde por ello a una conferencia de presidentes autonómicos. Retuitea Lastra el comentario de Ignacio Escolar que dice que para Ayuso ‘la propaganda es lo primero’. Escolar es un periodista que puede opinar lo que quiera. Lastra es la segunda de Sánchez, el mismo que predica que hay que desescalar la tensión política. Me pregunto qué necesidad tiene ella de retuitear críticas a un gobierno autonómico del PP, qué consigue al hacerlo. O a qué ayuda.
· Un colega me preguntó el viernes qué se supone que debería haber dicho Lastra en el Congreso el jueves pasado, si su tarea es responder a los ataques que la oposición dirige al gobierno. No es ésa, en realidad, su tarea. Es fijar posición del grupo socialista sobre las propuestas del gobierno. Pero respondo a la pregunta. Creo que Lastra debería haber dicho: ‘Señor Casado, podría rebatir cada una de las críticas injustas que ha hecho usted al gobierno, pero prefiero invitarle, como el presidente, a que se sume a un pacto. Gracias y buenos días’. Consumes menos tiempo. Pero ayudas.
· Creo que Pablo Casado debería dedicar más tiempo a exponer lo que él entiende que hay que pactar, y cómo, que a sugerir que el gobierno está ocultando muertos. Que el número real de fallecidos sea seguramente superior al que recoge la estadística oficial no significa que se está escondiendo nada. Significa que la estadística sólo se hace con quienes hubieran sido diagnosticados. Y en España no se le ha hecho el test a miles de personas. Vuelvo a la pregunta de antes: por qué ahora sí llevamos mascarilla. Porque no sabemos quiénes estamos contagiados.
· Entiendo que haya personas a las que les moleste la pregunta, pero me sigue pareciendo necesaria. Pregunta de país para entender lo que nos ha pasado: ¿por qué tenemos una proporción de fallecidos más alta que los demás países? Qué no hemos hecho bien y debemos aprender por si vuelve a golpearnos un tsunami como éste. Una posible respuesta es que aquí tenemos la mayor esperanza de vida del mundo, qué paradoja, sólo por detrás de Japón. En Japón, uno de cada cuatro habitantes tiene más de 65 años. Su primer contagiado fue a primeros de enero. Llevan tres meses y medio con el virus (más que nosotros). Hay sólo siete mil diagnosticados y 132 fallecidos. Por eso el caso de Japón me intriga. Joaquín Luna escribió en La Vanguardia sobre aquel país. Los hábitos de sus habitantes, dice, parecen pensados para evitar una epidemia. Se saludan ni besos ni abrazos. No se tocan. La distancia es rasgo de cortesía. La higiene es prioritaria. Los lavabos, dice, siempre están impolutos. Inventaron las toallitas calientes en los res-taurantes y fueron pioneros en el uso de mascarillas. Los zapatos siempre se dejan en la entrada de la casa. Ah, y son un archipiélago.
· Un saludo a Lola. Perdón, a Maku. Bueno, a las dos, Maku y Lola, que nos escuchan mientras dan un paseo a estas horas. Lola es la perra que saca a pasear a Maku. Y Maku es la madre de Aurora y de Mencía, que son dos señoras mayores de cinco y cuatro años. No, cincuenta y cuatro no. Cinco (Aurora) y cuatro (Mencía). Las dos son súper tranquilas. Están llevando lo del confinamiento bastante bien. A veces se preguntan por qué no pueden salir a la calle a jugar, o a acompañar a su madre y a Lola, y ellas mismas se responden que es por culpa del coronavirus. Su madre dice que no les gusta pegar a nadie, no pienses mal, pero que el otro día que estaban así de bajón y con Aurora llorando porque no se puede salir, decidieron darle una paliza imaginaria al coronavirus éste, toma que toma que toma, y echarlo ¡a los tiburones! Tan a gusto que se quedaron. Las hijas, la madre y hasta Lola, que es la reina de la casa.
· A Carmen, que vive en Ibiza, le ha enviado su hijo Jorge, que se ve que toca la trompeta, este audio para que se lo ponga de tono de móvil.
· Son muchos los instrumentistas que se están animando con el Facciamo. Tenemos ya versión con gaita asturiana.
· Lucas, que tiene nueve años, es hijo de argentinos de San Cugat. Si padre, Gui-lermo, me cuenta dos cosas: que él trabaja en el puerto de Barcelona, terminal de contenedores, centro de transporte de mercancías esenciales; y que Lucas, su hijo tiene un trastorno del lenguaje que, sin embargo, no se manifiesta cuando canta el Facciamo, porque le sale de un tirón.
· De los solistas que ya tenemos, yo diría que el más joven es Irati. Tiene dos años.
· Daniel, que vive en Elche, no te creas que es mucho mayor. A él el Facciamo le parece bien. Como himno que cada mañana canturreamos todos. Pero cuando termina, termina.
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