opinión

Monólogo de Alsina: "Noventa y ocho días después"

Carlos Alsina reflexiona en su monólogo de Más de uno sobre el final del estado de alarma 98 días después.

Carlos Alsina

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El día menos dos. Para dejar atrás el estado de alarma. Los noventa y ocho días de situación excepcional por la emergencia sanitaria.

La noche del 14 de marzo, sábado, compareció el presidente Sánchez al cabo de un consejo de ministros que había empezado a las diez de la mañana y había terminado a media tarde. Con notable confusión porque una parte el gobierno, morada, había filtrado el texto del real decreto cuando aún no había sido ni rematado ni aprobado.

Aquella noche, de emergencia nacional y de preocupación enorme por la expansión de la epidemia, el presidente quiso poner el acento en el cambio principal que el estado de alarma suponía. La facultad que asumía el gobierno central para disponer de los recursos públicos y privados que considerara necesarios y para dictar órdenes al resto de las administraciones.

El día que se declaró la alarma la idea principal era ésta, los poderes extraordinarios que asumían cuatro ministros en su condición de autoridad competente, justo la idea contraria a la que ha reforzado el gobierno en esta última etapa: las competencias no alteradas de las comunidades autónomas.

Las competencias, en efecto, nunca llegaron a alterarse. Y el gobierno, facultado para imponer sus instrucciones a los gobiernos autonómicos, no recurrió a hacerlo. Se intentó la compra centralizada de material de protección y respiradores pero pronto regresó el que cada cual se comprara lo suyo. Se aprobaron órdenes ministeriales que afectaban a todos y que convivieron con protocolos autonómicos para hospitales y residencias de ancianos. Con cada prórroga del estado de alarma el gobierno central fue abriendo más la mano y los gobiernos autonómicos fueron teniendo más margen de maniobra. Por eso estos 98 días de alarma, con sus decisiones urgentes, sus planes cambiantes, sus aciertos (que los ha habido), sus errores, su diligencia y sus negligencias han sido de responsabilidad compartida. Responsables todos.

Cuando se declaró el estado de alarma lo que más contamos los medios fue la lista de actividades permitidas. Para qué se podía salir de casa y para qué no. El confinamiento era la última de las medidas posibles, encerrarse para esquivar el virus, última bala para interrumpir los contagios a la vista de que no habíamos sido capaces, por imprevisión, por ignorancia o por tardanza, de mantener controlada la epidemia.

Cuando empezó el estado de alarma se multiplicaron las bromas. Los vídeos. Los memes. Los chistes sobre el enclaustramiento en casa. Pronto fueron decayendo las bromas y ganando peso las noticias, abrumadoras, sobre la llegada de enfermos a los hospitales, la precariedad de los medios de protección de los médicos, la velocidad a la que se morían los pacientes, la impotencia en las residencias, el colapso de las funerarias, una pista de patinaje y un garaje convertidos en morgues. Y la soledad. De los enfermos en las UCI y de los mayores infectados en sus casas o en las residencias.

Cuando empezó, hace casi cien días, la alarma no estábamos aún familiarizados con el neo lenguaje que hemos ido haciendo nuestro luego. Doblegar la curva. Garantizar los EPI. Aumentar los PCR. Asumir en el peor de los casos el triaje. Y la desescalada. Y la cogobernanza. Y la nueva normalidad.

Y la retórica bélica con la que Sánchez llegó a asfixiarnos... y que afortundamente abandonó hace ya semanas. El comandante en jefe de una guerra que no lo era. Comandante de una España descentralizada.

Lo que viene ahora es la vida cotidiana regulada. El domingo ya podemos salir de casa sin necesidad de justificarnos. A la hora que nos parezca, con quien nos parezca y para movernos todos los kilómetros que queramos.

El domingo ya podemos viajar de Irún a Cádiz si es eso lo que nos pide el cuerpo. Cumpliendo las reglas que hoy anunciará cada gobierno autonómico para su territorio. Madrid y Barcelona, sobre todo. Las dos grandes ciudades que han llegado las últimas a la fase tres. Tanto que en Barcelona sólo ha durado un día y que en Madrid ni se ha estrenado. Final apresurado del plan de apertura porque ya no había quórum parlamentario para darle a Sánchez otra prórroga y porque urge transmitir al mundo que España es un destino atractivo para venir a pasar aquí el verano. Un destino seguro, como dice la campaña que tiene como primer publicista al rey. Seguro y donde puede hacerse vida normal, con mascarilla y sin juntarse mucho, pero sin mayores agobios.

Movernos, nos podemos mover. Pero el doctor Simón no lo recomienda.

No está recomendado moverse de una provincia a otra pero, a la vez, nos anima el gobierno a elegir destino nacional y practicar cuanto antes el turismo. Pueden parecer mensajes contradictorios pero no, no lo parecen, lo son.

Una encuesta de la empresa Kantar para el Parlamento Europeo refleja que los españoles somos, de toda la Unión Europea, los que menos satisfechos estamos con la gestión gubernamental. 63 % insatisfechos. 34 % satisfechos. Tezanos, aquí, no ha metido mano. En Portugal, el 80 % de la población ve con satisfacción las medidas que tomó el gobierno. También somos los menos satisfechos con las medidas de la Unión Europea (sólo los italianos están más insatisfechos que nosotros). Curioso dato: las dos naciones que menos satisfechas se declaran de cómo ha respondido Europa son las dos que más dinero aspiran a recibir si prospera el fondo de recuperación que hoy debaten los líderes europeos.

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