OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Un país no se prepara para una próxima epidemia repitiendo lemas artificiales"

Y llegó el día. Muchos pensaban que jamás se produciría, pero ha ocurrido. Quizá usted, que me escucha, también creyó que era imposible que pasara. Pero está pasando:

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Madrid |

El Gobierno admite que las cosas se podrían haber hecho mejor, que es necesario examinar cada fecha, cada medida y cada paso que se dio, y que el examen debe incluir todos los niveles de la administración: central, regional y local. El responsable de Alertas Sanitarias ha admitido que el número de muertos es inaceptable y que es obligación de los servidores públicos evaluar qué medidas se han revelado acertadas y cuáles tardías o erróneas. El jefe de gobierno anuncia una investigación independiente para arrojar luz y conocimiento sobre la tragedia que ha sufrido el país. Empezará a trabajar antes del verano.

Llegó el día. En Suecia, que es donde está pasando todo esto. Es el gobierno sueco el que anuncia una auditoría general sobre la gestión de la epidemia. Es el director de la Agencia de Salud Pública sueca, Anders Tegnell, quien ha respondido con dos palabras a la pregunta de si no ha muerto demasiada gente demasiado pronto: ‘sin duda’. Es Suecia quien se ha propuesto saber en qué acertó y en qué se equivocó como sociedad.

A este Anders Tegnell lo llaman algunos el Fernando simón sueco. Él también recibe elogios y recibe críticas por las medidas que ha ido recomendando. No se le ha ocurrido al gobierno sueco, a diferencia del nuestro, decir que como es un servidor público no se le puede cuestionar. Suecia ha sido muy criticada porque restringió menos que los países vecinos y confió más en la autoprotección de los ciudadanos: se atribuye a eso que hoy tenga unos números peores que los de sus vecinos. 4.500 fallecidos y 40.000 contagiados en un país de diez millones de habitantes. Hay quien mira los números, los compara con otros países parecidos, y dice: ¡su estrategia ha fracasado! Sus números son claramente peores. Mucho peores que los de Dinamarca, Noruega, Finlandia. Y aún así, mejores que los de Bélgica, el Reino Unido, Holanda, Italia o España.

En Suecia se lo van a hacer mirar porque no se aprende de una epidemia, ni se prepara un país para la epidemia siguiente, a base de repetir lemas artificiales fabricados por consultores políticos. ‘Salimos más fuertes’, ‘estamos en la gama alta del éxito’, ‘fuimos los primeros en tomar medidas superdrásticas, jo tía’, ‘nadie lo vio venir pero incluso sin verlo ya estábamos actuando antes que nadie’. En fin, la chatarra publicitaria, la morralla del autobombo. Suecia tiene el gasto sanitario por habitante más alto de la Unión Europea. Dedica a la sanidad un 11% de su PIB. No puede despachar, por eso, la imprescindible pregunta de ‘qué ha fallado, o qué ha faltado, o qué ha sobrado’ achacándolo todo a que se ha invertido poco en sanidad. Porque ellos invierten bastante. Y tampoco pueden achacarlo a los recortes del PP porque en Suecia no consta que haya gobernado nunca Rajoy.

En España, sí. En España, y en ausencia de voluntad de los representantes públicos para examinar en serio, y sin injerencia de los gobiernos (en plural), cómo hemos afrontado la epidemia, lo que tenemos es la fijación (de unos) por señalar a las manifestaciones del ocho de marzo como la causa de que todo se desbordara –-no por afán científico, sino para poder colgar los 230.000 contagiados y 28.000 fallecidos (o 43.000) del cuello de Pedro Sánchez—y la fijación (de otros) de atribuirlo todo al salmo responsorial de los recortes (el comodín) y las privatizaciones (el otro comodín) para poder achacarle los contagiados y los muertos a Díaz Ayuso. Y a Rajoy, y ya que te pones, a Aznar, que era amigo de Bush y eso seguro que también ha influido algo.

Y así seguimos. En el día de la marmota de las grescas consigneras y sobreactuadas de Casado y Sánchez y Abascal e Iglesias y Teodoro y Adriana Lastra.

Ayer abrió juego el presidente equiparando a Casado y Abascal.

El juego de los emparejamientos en el día en que Sánchez se consagró como rey del baile de parejas. Ahora con Esquerra, ahora con Ciudadanos, ahora con Es-querra y con Ciudadanos a un tiempo.

El esfuerzo de Rufián para parecer ocurrente en cada frase convierte sus discursos en una sucesión de ocurrencias.

A Edmundo Bal, suplente de Arrimadas, le tocó la incómoda tarea de explicar que vota a favor del estado de alarma aunque Sánchez y sus socios le repelan.

Pero Sánchez se coronó como funambulista y llegará al 21 de junio cabalgando el estado de alarma. Y después, ya iremos viendo. Cada nuevo día en la Moncloa es un día que Casado sigue a la espera.

De entre el barrizal que una semana más resultó ser el Hemiciclo sólo surgió una novedad en el caso de la semana, que es –como la semana pasada—Marlaska. La

novedad es que el ministro del Interior, que no dimite, ha encontrado una explicación al porqué la semana pasada nos contó a todos la milonga de que la defenestración del coronel Pérez de los Cobos no era tal, aquello de que la directora Gámez quería formar su propio equipo y nada tenía que ver ni con el 8M ni con nada.

Acabáramos. El ministro nos contó un cuentito para hacerle un favor al defenestrado. Y sólo ahora que ha sido publicada la nota interna en la que la señora Gámez explicita que se lo carga por no haber informado de investigaciones y actuaciones de su comandancia (en plural, por cierto, investigaciones y actuaciones) afirma el ministro que, en efecto, el motivo ha sido ése. Lo que pasa es que Marlaska ha ido estos días bastante más allá. Ha señalado al coronel como responsable, por acción o por omisión, de la filtración del informe confidencial a un diario. Y esto son palabras mayores. Extraña forma de hacerle un favor al coronel sugerir que es responsable de que se haya consumado un delito. Porque la filtración es un delito, como el propio ministro subraya.

Marlaska da por hecho que se cometió un delito de revelación de secretos. Y apunta a la comandancia de la Guardia Civil de Madrid como escenario de ese delito. Oiga, lo que tiene que hacer usted entonces con el coronel no es relevarle, es ponerle a disposición del juzgado. Si tan grave es lo que hizo, ¿por qué querría un ministro proteger su buen nombre?

Cuando uno se mete en su propio laberinto, encontrar la salida se vuelve imposible. Y si encima aparece tu jefe enredando a propósito el debate sacando a pasear al comisario Villarejo y el comisario Pino la sombra de la sospecha, lejos de desvanecerse, se agranda.

La policía patriótica está siendo investigada en un juzgado, como la operación kitchen y tantas otras infamias (o presuntas infamias) cometidas en ese ministerio en la época de Fernández Díaz. Pero nada tiene que ver aquello con esto de ahora. Salvo que el presidente quiera apuntarse a la teoría conspiranoica y declararse víctima de una conjura de los oscuros poderes del Estado. Lo siguiente será llevar chaquetas una talla más grande y dejarse el pelo largo para poder lucir coleta.

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