El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: Sin mano no hay quien empuñe la espada, salvo que seas Jaime Lannister”

Les voy a decir una cosa.
Columnistas, comentaristas, cómicos, monologuistas, hacedle un homenaje a Pedro Sánchez. Os ha dado la columna hecha. Volar la sede socialista de la plaza del Callao (la sede del PSM) en el aniversario del incendio del Windsor es un obsequio al periodismo de opinión que no ha sido suficientemente reconocido. La sede tomasista, como el Windsor, reducida a esqueleto humeante que ya sólo cabe ir desmontando  pieza a pieza.

ondacero.es

Madrid | 12.02.2015 20:15

Y como pasó con el Windsor, con fantasma dentro, aquel célebre fantasma del edificio incendiado hace diez años al que ahora tome el relevo, en la crónica de sucesos (políticos) madrileña, el fantasma de Callao, este Fiz de Cotobelo decapitado que responde al nombre de Tomás Moro, digo de Tomás Gómez.

En el año de la incertidumbre política total, hay que reconocerle a Pedro Sánchez que ha conseguido subir la puja. A ver quién da más. Tiemblen las empresas demoscópicas porque este tablero indefinido, incompleto, cambiante, desafía cualquier pronóstico que uno pueda hacer sobre lo que acabará pasando primero en las urnas y, después, en los partidos que a ellas se presentan. “¡Golpe de mano!”, exclaman los tomasistas, los auténticos y los asimilados, aquellos que se han ido arrimando a Gómez en el último año ante la probabilidad de que, pactos mediante, acabara gobernando Madrid y manejando presupuesto. “Golpe de mano” es una forma poco sutil de presentar al secretario general del PSOE como un golpista. “Acierto pleno”, proclaman a su vez los pedristas, “la madre de todos los aciertos, ha sido tumbar a Gómez y ya somos primeros en las encuestas” (entiéndase en la encuesta, una que ha hecho El País —express, y tanto que express— para justificar un titular entusiasta: Sánchez se refuerza). Pedristas y anti tomasistas, unidos coyunturalmente en esta batalla, no dicen “golpe de mano” sino “golpe de timón”, que es la forma de presentar a su secretario general como el firme capitán que les va a salvar del naufragio. Ya quisiera el propio Sánchez tener tan claro lo que va a pasar. Y lo que le va a pasar a él mismo. Pero no, en realidad él tampoco lo sabe.

Que perdió la paciencia con Gómez es un hecho. Si hubiera llegado la imputación judicial, lo habría tenido fácil. Pero la imputación no llegó. Le apretó para que renunciara a la candidatura madrileña y se encontró con lo que cabía esperar: un va a ser que no, porque Gómez otra cosa no tendrá, pero es tan testarudo como coherente en este punto: él se mira al espejo y ve a un ganador, si el socialismo madrileño le encomendó que encabezara la lista, a ver por qué no va a encabezarla (recuérdese que hablamos de alguien habituado a presentar sus derrotas como grandes éxitos). Sánchez perdió la paciencia y al va a ser que no de Gómez respondió con el hasta aquí hemos llegao. Reunió a los miembros de la ejecutiva federal, en su condición de avalistas, y dejó a Gómez fuera de servicio. Si tú no entregas las llaves, yo te cambio la cerradura (esto tampoco es alegoría, es lo que hizo esta mañana Ferraz, enviar al cerrajero a Callao, alta política). Es lo que decían hoy dos votantes: para ser un partido que está contra los desahucios, anda que no se han dado prisa.

Sánchez ha tirado por la calle de enmedio pasándose por el arco del triunfo lo que opine la militancia madrileña y las agrupaciones locales de su partido, resulta absurdo negarlo. Ha improvisado un pliego de cargos más etéreo que contundente (mala imagen, inestabilidad interna, la sombra de un tranvía) con el único fin de hacer pasar por perfectamente ajustada a la normativa interna lo que no deja de ser un desalojo por las bravas. “En el PSOE manda Pedro Sánchez”, sentenció ayer su número dos, Luena, aparcando en un cajón todo aquel ilusionante argumentario sobre las decisiones colegiadas y el poder último de la militancia. Hoy ha empezado el paripé. La apariencia de dar voz a las agrupaciones y a los militantes para acabar anunciando la decisión que todo el mundo ya conoce: el cabeza de cartel será Gabilondo porque así lo tiene decidido Sánchez y porque no va a meterse en este fregao para que acabe siendo candidato otro.

 

Esta cuestión, el método, afecta a los militantes socialistas y a los dirigentes de ese partido: es a ellos a quienes corresponde el debate. A los votantes, a la ciudadanía (como se dice ahora), lo que le corresponderá en Madrid es valorar si el candidato y el programa que presenten ahora los socialistas es mejor que el que había antes. Estos son los dos ámbitos para el análisis: el del cómo lo ha hecho —división de opiniones en el PSOE— y el de cómo valoran los votantes el resultado.

 

La razón principal para presindir de Gómez se produjo en mayo de 2014. O antes aún, en mayo de 2011. La razón principal para invitar a un líder regional a irse es que su partido, lejos de avanzar en un contexto político favorable, no deja de menguar urna tras urna. Algún barón lo sugirió el pasado mes de mayo: si Rubalcaba se va por la pésima cosecha electoral, si Pere Navarro (¿se acuerda alguien de Navarro?) se fue por el fiasco electoral del PSC, si se quitó de en medio (más o menos) Patxi López, ¿por qué en Madrid todo seguía igual cuando era Madrid escenario de una de las sangrías más sonadas? Por una única razón: que Gómez nunca se aplicó a sí mismo la vara de medir que aplicó a los demás. Donde veía una clara culpa de Rubalcaba en la derrota del PSOE, no veía una clara culpa suya en la paliza electoral que encajó el PSM.

Gómez fue un bluff de líder. Que llegó al cargo orgánico con magníficas expectativas fruto de su imagen renovadora y su apabullante repaldo popular en Parla, el alcalde más votado de España. Y el nuevo secretario general del PSM, año 2007, con el 91 % de los apoyos. Llegó con expectativas enormes y, una vez llegado, no paró de defraudarlas. En los peores años de la recesión, con la sociedad madrileña receptiva al discurso crítico con el gobierno del PP, con movilizaciones muy notables de colectivos sociales organizados en mareas, con una presidenta autonómica que, al año de ganar las elecciones, se dio a la fuga (no del carril bus sino del puesto de presidenta), el Partido Socialista en Madrid no alcanzó a convertir ese contexto favorable en respaldo a su condición de alternativa. Gómez fue una decepción. Un secretario regional más dotado para la maniobra interna y el control férreo de su  organización que para la conexión fecunda con el electorado. Un líder poco conciliador que ha ido ganándose, siempre ocurre, enemigos internos con tremenas ganas de crujirle y antiguos amigos hoy desengañados. Aquella mañana de la Púnica en que Gómez se declaró desolado por la detención de su amigo el alcalde de Parla, José María Fraile, “como si me hubieran detenido a un hermano”,dijo, el amigo debió de preguntarse por qué llevaba un mes intentando que Gómez le cogiera el teléfono sin conseguirlo. No quería saber nada de Fraile. Ni de las obras del tranvía, que era el asunto por el que éste quería preguntarle.

No era un buen cartel electoral, con tranvía o sin tranvía de Parla, pero era el candidato escogido por el PSOE madrileño.

¿Tiene Sánchez vocación de césar? No parece. O nunca pareció que ése fuera su talante. Más bien es un líder en precario, al que no han dado sus adversarios internos ni un año para empezar a torpedearle (empezando por Tomás Gómez, delegado en Madrid del susanismo), que recurre a la exhibición de mando para autoafirmarse y abortar operaciones. “Aquí mando yo y allí mando al cerrajero a conquistar la sede”.

Sólo el tiempo dirá si ha medido correctamente el paso o si en su afán de autoafirmarse se ha abierto, a sí mismo, el boquete que se lo acabará trangado. Sólo el tiempo, las urnas y Susana lo dirán. Porque Susana, que no es boba, sintió cómo ayer le amputaban su mano izquierda en Madrid. Sin mano no hay quien empuñe la  espada, salvo que seas Jaime Lannister. Susana, hasta esta tarde, callaba. Que es su forma de decir que llegará la revancha. El silencio que precede a la tronada.