El senador que se sacrificó a sí mismo para hacer hueco. Hoy hace una semana difundió Montilla el comunicado en el que explicaba su decisión de renunciar al puesto de representación autonómica que ejercía en el Senado. ‘El motivo de mi renuncia’, decía, ‘no es otro que facilitar la elección de Miquel Iceta por parte del Parlament para que, adquirida la condición de senador, pueda ser elegido presidente del Senado. Que la cuarta autoridad del Estado pueda ser un diputado catalán es un gesto inequívoco de compromiso de los socialistas de toda España con Cataluña’.
No había nada más que explicar porque Montilla se limitaba a cumplir con la aportación necesaria que de él había reclamado la Moncloa para consumar la operación Iceta. La única forma de meterle en el Senado celebradas ya las elecciones generales era que el senador socialista designado por el Parlamento catalán renunciara para que el Parlamento catalán tuviera que elegir de inmediato a otro. De inmediato para que diera tiempo a que Iceta estuviera presente cuando el martes que viene se constituya la nueva Cámara Alta.
El calendario era apretado y el calendario ha acabado por reventar la ingeniería política de Sánchez y sus estrategias. Porque estando en campaña electoral para unas nuevas elecciones, a los partidos independentistas no les resulta rentable retratarse coronando como senador al adversario socialista que apoyó el 155 y evitó visitar a los reclusos preventivos en la cárcel. No le basta al independentismo con que Iceta se pronunciara contra la prisión provisional, contra la acusación de rebelión y a favor de los indultos. En realidad, nada le habría servido en esta semana de vísperas electorales. Si la votación de hoy se hubiera celebrado a la vuelta del 26 de mayo la historia habría sido distinta. Pero el calendario es el que es y el presidente del Senado no se puede dejar para después de las urnas.
Digo que nadie se acuerda de Montilla porque en esta historia el suyo es el papel más ingrato. No ya porque renunciara al escaño para nada, según se ha visto, sino porque nadie hubiera pensado en él para ejercer esa misión tan esencial que, según Sánchez, estaba llamado a desempeñar Iceta. Un catalán que representa a las instituciones catalanas ejerciendo la presidencia del Senado. Ese catalán bien podría haber sido Montilla. Que a su condición de senador une (o unía) la de ex presidente de la Generalitat —más vínculo con las instituciones catalanas no cabe— y en cuya hoja de servicios no aparece la de haber apoyado la aplicación del 155. Esto lo aplaudieron en su momento los independentistas: que el ex president se ausentara para no tener que votar la intervención de la autonomía.
Pero a Sánchez no le valía cualquier catalán. Sánchez quería a Iceta porque Iceta también quería. No lo bastante, según se ve, como para haber presentado a Iceta de cabeza de lista al Senado y haberse evitado el episodio del naufragio.
‘Arrieritos somos’, es el mensaje del PSOE a Esquerra Republicana. Tomamos nota y ya os la devolveremos. ¿En qué y cómo? ¿Este aviso de Iceta qué significa? ¿Qué es lo que será más difícil a partir de ahora? El entendimiento, ¿en qué? ¿Van a sentarse a hablar, o no, de la investidura?
La última vez que el Parlamento catalán eligió senadores fue hace un año. Y lo hizo como siempre, en un pack con todos los candidatos de cada grupo. Cada partido vota al suyo y a los de los demás porque es el pack lo que se vota. La diferencia con esto de ahora es que sólo se vota lo de Iceta porque el PSC, al renunciar Montilla, ha forzado el relevo.
Una primera cosa es cierta, y la defienden con buen criterio los socialistas: si la mayoría de la cámara puede tumbar al candidato propuesto por un partido, y al siguiente candidato que proponga, y al otro, se llegaría a la situación insostenible de que no hubiera senadores designados por el Parlamento catalán. Ésta es otra laguna que se descubre en la norma fruto de que ha pasado algo que nunca antes había sucedido.
Y una segunda cosa es cierta, y ésta la defienden los independentistas: el presidente Sánchez estuvo poco respetuoso con el Parlament al dar por hecho que Miquel Iceta sería presidente del Senado cuando ni siquiera había renunciado Montilla.
En realidad, Sánchez no sólo se ha pasado por donde le ha parecido bien la cortesía hacia el Parlament, ha hecho lo mismo con el respeto institucional mínimo que merecen los senadores. Empezando por los senadores socialistas.
Es poco edificante que el jefe del Ejecutivo vaya por ahí proclamando presidentes del Senado por su su cuenta. A capricho. Se levanta un día en la Moncloa y dice: el próximo presidente del Senado será Iceta. ¿Se da usted cuenta de cómo deja a los senadores? Estas personas tan ilustres, elegidas por los ciudadanos nombre a nombre para representarlos en la cámara alta y reducidos por el presidente del gobierno a la condición de recaderos. Apretadores de botón. Que dice Sánchez que hay que elegir a éste. Amén. Ni la apariencia cuida ya el presidente. Qué menos que una reunión del grupo socialista en el Senado para fingir que cambian impresiones y sale de ahí el nombre de un candidato. Para qué, verdad. Éstas son las instrucciones de la Moncloa. Amén. La presidencia del Senado convertida en delegación de gobierno. Los senadores jibarizados para hacerse un collar con sus cabezas: aquí Sánchez, aquí un grupo de palmeros.
Pruebe usted a preguntarle a Sánchez, o cualquiera de sus soldados, quién va a ser el presidente del Congreso y ya verá lo que le dicen: ah, ésa es una decisión que corresponde a los grupos parlamentarios, no al gobierno. Ya propondrá un nombre el grupo socialista, qué menos que respetar las formas y los tiempos. El martes, ya lo sabremos el martes. ¿Y al Senado? No, al Senado tiene que ser Iceta.
Se busca presidente por descarte. El segundo plato. El suplente. Entretanto ya tiene Sánchez un estribillo nuevo para su campaña: el independentismo que le veta a él por amar el diálogo y la convivencia por encima de todas las cosas.
Operación Iceta. La delgada línea que separa una brillante jugada de laboratorio de una chapuza formidable.