EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: Es ahora cuando empieza el post zapaterismo

Les voy a decir una cosa.

Todo lo anterior ha sido epílogo. Es ahora, tres años después de haber anunciado que no repetiría, cuando comienza en el PSOE el post zapaterismo.

ondacero.es

Madrid | 14.07.2014 20:13

Del mismo modo que el felipismo no bajó del todo la persiana hasta la noche electoral del doce de marzo de 2000, cuando dimitió Almunia tras el soberano batacazo, el zapaterismo no ha terminado de hacer su canto del cisne hasta la noche de ayer, cuando la elección directa -por la militancia- de un nuevo secretario general ha sido el último clavo en la tapa de Alfredo Pérez Rubalcaba.

Los spin offs fracasan en el PSOE. Liderazgos inducidos, fruto de la reproducción asistida, se revelan poco más que estrambotes, añadidos prescindibles  al soneto ya vencido. Entiéndase que los spin offs no funcionan en lo que hace a la dirección nacional del partido, porque en Andalucía Susana Díaz no deja de ser un spin off de Griñán y ha consolidado la plaza. Felipe dejó de encargado a Almunia y fue un fiasco; Zapatero ungió a Rubalcaba y también lo ha sido. Elegidos ambos por el dedo del de antes, y condenados ambos a penar por su currículum. Nadie puso nunca en duda que ambos tenían cabeza -de las mejores del partido-, pero de nada les sirvió cuando los votantes acudieron a las urnas. La renovación resulta poco creíble cuando pretende encarnarla quien ya estaba.

Termina, para el PSOE, el período que empezó en el 2000 y empieza esta otra historia que vamos a ver a dónde le lleva. Sánchez se apellida Sánchez y se llama Pedro. Un nombre corriente, una carrera política -hasta hoy- discreta y una buena planta (telegenia y simpatía incluida) que, es innegable, le ayuda. Sus críticos han jugado a presentar esa buena imagen como prueba de que a eso se reducen sus aptitudes: “gana por guaperas”, dicen, “eso es todo”. Si fuera mujer dirían, tirando de tópico, que es rubia. Cómo va a ser el secretario general Sánchez es una pregunta pertinente para la que es imposible tener respuesta.

La historia se va escribiendo cada día y el cómo le vaya a partir de ahora a su partido va a depender un poco de él y un mucho de factores que no son él; la resistencia interna de algunas federaciones del partido a pasar página, por supuesto, pero también, o sobre todo, factores ajenos al PSOE y que no dependen de él, qué pase con la situación económica, cómo les vaya a los demás partidos (no sólo Podemos, y ni siquiera especialmente Podemos), qué acabe sucediendo en Cataluña y qué acabe siendo el PSC. Sánchez, a día de hoy, no pasa de ser, para militantes y simpatizantes socialistas, un revulsivo y, para el resto, una novedad. Dices: planteado así, no es gran cosa. Al revés, tratándose del PSOE -partido que gobernó España ocho años y acabó sumido en el descrédito-, “novedad” y “revulsivo” son lo más relevante que hoy puede sucederle.

“Novedad” y “revulsivo” es justo lo que nunca fue, nunca pudo ser, Rubalcaba. El secretario general entrante, cuarenta y dos años, milita en el partido desde hace veinte y ha pasado por distintos cargos electos en los últimos diez, sin que quepa decir que haya despuntado nunca particularmente por nada. La primera vez que consiguió ser concejal en Madrid fue porque dos compañeros suyos renunciaron y corrió la lista. La primera vez que fue diputado nacional fue en sustitución de Pedro Solbes, y la segunda cuando renunció a su escaño Cristina Narbona. No ha pertenecido ni a la ejecutiva ni al comité federal del partido.

Una carrera discreta y sin grandes logros, hasta hoy. Lo que en otras circunstancias sería un hándicap para llegar al puesto más alto es, en el Partido Socialista de hoy, el principal activo: tener un pasado poco o nada interesante es lo que te permite nacer ahora, como si acabaras de llegar, aunque ya estuvieras. A los pedrosanchistas no les hace ninguna gracia que se evoquen sus puntos en común con Zapatero -quién va a querer tener nada en común con ZP- pero es inevitable recordar que el Zapatero que le ganó a Bono el congreso del 2000 era un hombre de cuarenta años (dos menos que Sánchez) con buena planta, una sonrisa permanente y un discurso que hablaba de unidad y de cambio.

Había sido diputado catorce años, pero para el electorado socialista, y para la opinión pública, fue como si acabara de salir de un huevo. “Un tipo que sonríe y dice lo que la gente quiere oír”, decían de él sus críticos. Nada distinto de lo que dicen ahora del nuevo. Anoche algún militante, escarmentado, decía “no queremos otro Zapatero”. Ocurre que a ZP ahora se le ve como el gestor insolvente que espantó al electorado con sus bandazos -”mira cómo dejó el partido”-, pero antes de fracasar como gobernante-en-tiempos-de-crisis había obrado el milagro de resucitar un partido que estaba hecho unos zorros y ganar por dos veces las elecciones generales. Ya se conformarían los socialistas, con que este Sánchez-incógnita que llega ahora ganara unas generales a la primera. Bueno, que aún no está decidido quién será el candidato a la presidencia del gobierno. Aunque Sánchez apueste, claramente, por Sánchez.

La novedad desbanca a la novedad. Tenemos por delante unos días con el foco puesto en Sánchez en detrimento de otros que ahora ya parecen menos nuevos, por ejemplo, Pablo Iglesias. A él iba destinada una de sus frases de anoche: “Sólo el PSOE puede gobernar España con un proyecto progresista que no caiga en el populismo y la demagogia”. Cuando Vicente Vallés le preguntó este mediodía a Sánchez si pactaría con IU y con Podemos su respuesta fue: “una cosa es IU y otra es Podemos”. El pacto de socialistas con IU es un clásico de nuestra historia política -ahí está Andalucía-, pero con Podemos...agua y aceite. Aunque aún fue más explícita su respuesta a la otra pregunta: “¿un pacto con el PP a lo gran coalición?” Ahí la respuesta fue “no”. Sin matices.

Es verdad que el programa político del nuevo líder socialista no aporta, hoy, novedades dignas de tal nombre. Lo nuevo es él, el nombre, porque el programa, por ahora, es el que salió de la conferencia politica del partido, que él, naturalmente, hace suyo. Y es verdad que no estamos, a primera vista y  salvo que se destape como pensador singularísimo, ante un estadista que venga a revolucionar las doctrinas políticas. Pero todo, en realidad, está por escribir.

Uno busca las soluciones cuando tiene que hacer frente a los problemas. Y uno empieza a tener perfil propio, y carisma y liderazgo propio, cuando ejerciendo ya de secretario general dispone del poder interno, la influencia social y el eco mediático, para construirse a sí mismo. Está por ver, para empezar, quiénes son los hombres (y mujeres) de Sánchez. Dónde están, quiénes son, cómo son, los lugartenientes que escoge, las nuevas voces influyentes. Juanma Serrano, Pepe Cepeda, Sofía Hernández, José Luis Fernández le han acompañado en este ascenso a la cumbre. Y está por ver qué clase de liderazgo práctica, si la del jefe que adora que lo adulen o aquel que se rodea de personas críticas y capaces. Es probable que, de aquí a unos meses, Pedro Sánchez sonría menos y diga más. Cuanto pase a partir de ahora en el PSOE, aunque no todo dependa de él, será apuntado en su cuenta. Es hoy cuando empieza el post zapaterismo. Todo lo anterior ha sido epílogo.