Dejamos atrás febrero y su demoledora cantidad de fallecidos por culpa del coronavirus. Aún no está cerrado el dato oficial ---que, como siempre, será más bajo que el real porque sólo incluye a quienes hubieran sido diagnosticados---, pero ya supera las diez mil defunciones y convierte este mes en el peor, en términos de vidas que se han perdido, desde abril. Sin que se haya percibido en la opinión pública el estremecimiento que sí sacudió nuestro país en la primera ola. Quizá es la fatiga pandémica, de la que hablan los expertos, quizá es que nos hemos hecho a encajar trescientos o cuatrocientos fallecimientos diarios cuando la ola aprieta, quizá es que los medios hemos ido prestando cada vez menos atención a las familias rotas por el zarpazo de la covid.
La tercera ola va quedando atrás, con todos los indicadores en descenso desde hace días ---también el de defunciones--- y en la confianza de que nunca llegue a existir la cuarta. La incidencia acumulada la dejamos el viernes en 194 casos por cien mil y hoy, si nada ha cambiado, el Ministerio podrá informar de que descendemos ya por debajo del suelo que tuvimos en la segunda ola. La meta es alcanzar la incidencia que teníamos en julio, aquel feliz julio en que queríamos pensar que teníamos la epidemia vencida. Bajar hasta el mínimo de contagios y no movernos de ahí, con ayuda de esta herramienta esencial que entonces no teníamos y que se llama vacuna. Llegar al verano con la mayoría de la población inmunizada es posible. Y empezar entonces a recuperar todo aquello a lo que en este año hemos tenido que renunciar.
"Salvar el 8 de marzo"
La semana pasada surgió el debate sobre lo que podríamos llamar, usando expresiones de nuestro tiempo, 'salvar el 8 de marzo'. Una vez que la ministra de Sanidad dijo aquello tan categórico sobre las manifestaciones... se ha desinflado el interés de ministras, ministros y asimilados por acudir el lunes que viene a las concentraciones que estaban preparándose. Habrá, seguro, otra manera de celebrar el 8 de marzo, y reavivar las reivindicaciones pendientes, sin recurrir a juntar miles de personas en la calle.
Ahora, es curioso que haya habido tanto debate sobre manifestaciones que aún no se han realizado y que no haya habido debate alguno sobre esto que sucedió ayer en la plaza de San Francisco de Sevilla, una concentración convocada por Vox, o en la plaza de Cataluña de Barcelona, una manifestación convocada por la Asamblea Nacional Catalana. Los convocantes presumiendo de reunir gente en la calle en plena epidemia. Si le hubieran preguntado a la ministra habría dicho lo mismo que sobre el 8M... pero sobre las convocatorias de Vox o de la ANC nadie pregunta.
La organización indepentista, que añora los buenos tiempos de las manifestaciones de cientos de miles de personas, anda metiéndole presión a Esquerra Republicana en este cortejo que se trae Pere Aragonés para amarrar su investidura. No vaya a ser que le haga caso a los de Podemos e intente ir de la mano de ellos y no de los puigdemones. Se escucharon ayer gritos en esta manifestación desangelada que habrán conmovido al de Waterloo, 'Puigdemont, nuestro presidente', decían, ahora que ya nadie ve en él, en realidad, ni al presidente legítimo ni a la república en el exilio, y todas aquellas pavadas que se dijeron en su día. Hoy a Puigdemont se le ve como lo que es: el líder que se cargó lo que quedaba de la Convergencia de Pujol y Mas para levantar sobre sus ruinas un partido cesarista a su medida. Un partido que teme quedarse fuera del sabroso reparto del poder.
"¿Cual es el coste político de no indultar, ministro Iceta?"
A Miquel Iceta, líder diluido del socialismo catalán, y ahora ministro, le preguntaban ayer en El País por los indultos de los que siempre ha sido principal activista. '¿Se puede asumir el coste político de indultar con la fiscalía y el Supremo en contra?' Y responde Iceta: 'Los informes no son vinculantes. Le diré una cosa que no debería, ¿tuvo coste político para Suárez la legalización del Partido Comunista?' Y él mismo le dice al periodista: 'No me gustaría que me titulara que Iceta compara los indultos con la legalización del PCE'. ¿Y por qué no iba a gustarle, si es él quien preguntado por un asunto de hoy evoca una decisión de hace cuarenta y cuatro años. Cuando aún no había Constitución y para legalizar un partido que había sido ilegalizado por un régimen dictatorial. Puesto a buscar un precedente, ya podía haberse ido al gobierno del Frente Popular indultando a Companys, que tendría más sentido. Porque lo de Suárez y el PCE... no parece.
Ya sé que Iceta lo que evoca es el coraje de Suárez al ir en contra de la opinión de grupos o instituciones poderosos.
Si indultar a los condenados es una contribución que a Iceta le hace pensar en Suárez trayendo la democracia, ¿qué supone que sucederá cuando se les indulte y qué supone que sucedería si no se les indultara?
Aunque tenga un coste político, hagámoslo. Igual la pregunta interesante, ministro, es la inversa: '¿Cual es el coste político de no indultar, ministro?' ¿Qué se supone que sucede si Junqueras y los demás condenados tienen que seguir como están, en tercer grado penitenciario, hasta que alcancen la libertad condicional y liquiden la pena? Si indultar a los condenados es una contribución que a Iceta le hace pensar en Suárez trayendo la democracia, ¿qué supone que sucederá cuando se les indulte y qué supone que sucedería si no se les indultara? Si tan vital es para la historia de España, sería bueno que el ministro Iceta concretara.