Unas veces se gana y otras se pierde. El juez Llarena perdió unas cuantas veces, los autores de la sedición también pierden a veces. Y es embarazoso distorsionar la realidad para intentar convertir en victoria una soberana derrota. En el Parlamento Europeo, corazón democrático (perdón por lo cursi) de esto que llamamos la Unión Europea, los promotores de la sedición de 2017 en Cataluña, España, han encajado ya dos derrotas. Ni conservó su escaño el señor Junqueras, cuando hace un año el Parlamento asumió el criterio del Tribunal Supremo de España, ni conserva su inmunidad el señor Puigdemont ahora que el Parlamento ha atendido el suplicatorio del Tribunal Supremo de España. Junqueras, por cierto, recurrió ante el Tribunal de Luxemburgo y tampoco tuvo éxito.
Esta maniobra que en 2019 ejecutaron las dos cabezas visibles de la sedición ---utilizar las elecciones europeas con la única finalidad de obtener el aforamiento (la coraza, eso pensaban, contra la acción judicial española)-- ha naufragado doblemente. Junqueras está inhabilitado y cumpliendo condena –--aunque sea con el tercer grado de quita y pon, ahora que sí, ahora que no, pero está penando--- y Puigdemont ya no tiene la coartada de que lo suyo fue una mera acción política por la que no hay derecho a que se le juzgue porque hacerlo equivale a perseguir las ideas y tal y cual. La matraca que tantas veces ha repetido estos tres últimos años, primero en el bosque aquel en el que recibía periodistas andantes, luego en el chalé de Waterloo que se alquiló con dinero no suyo, y por fin en este Parlamento Europeo que ha intentado utilizar como aval de sus proclamas con escaso éxito de convocatoria y aún menos éxito de predicamento.
Unas veces se gana, otras se pierde, y cuando uno pierde lo más aseado es asumirlo.
Unas veces se gana, otras se pierde, y cuando uno pierde lo más aseado es asumirlo. Si de cada siete eurodiputados, cuatro han dicho que hay que juzgarte, no te esfuerces en retorcer los números para que parezca que has ganado porque no cuela.
No hagas como la portavoz del gobierno catalán, Budó, porque lo único que pone en evidencia la votación de ayer es que la mayoría absolutísima del Parlamento no ve que este caso tenga más naturaleza que la depuración de responsabilidades legales. (Paréntesis: es enternecedor cómo le restan importancia al 57 % que alcanzó ayer el no al aforamiento de Puidegmont los mismos que le dan relevancia máxima a haber obtenido ellos el 52 % del voto en Cataluña. Trilerismo porcentual. Engañar uno mismo y engañar a la parroquia a la que convenciste de que Europa entera estaba contigo). La diputada de Bildu Aizpurúa tampoco estuvo ayer muy fina.
Pues ni anómala ni inédita. La legislatura pasada el Parlamento Europeo examinó cincuenta y cinco suplicatorios y concedió cincuenta. Permitir que al eurodiputado imputado por hechos ajenos por completo al Parlamento es lo corriente.
A veces se gana, a veces se pierde y esta partida aún no ha terminado. Vamos a ver ahora qué le dice el Tribunal Europeo al juez Llarena cuando éste le pida que fije criterio sobre si un juez de un país europeo (belga, pongamos por caso) tiene que entregar o no a un prófugo a la justicia del país donde cometió sus presuntos delitos. Delitos que nada tienen que ver con la persecución de las ideas, como el Parlamento Europeo ayer dejó claro.
A Esquerra Republicana, pareja de hecho del gobierno de coalición, la suerte que corra Puigdemont hace tiempo que le importa un comino, como diría la señora Bassa.
Rufián sale a hablar de Puigdemont y lo que acaba es pidiendo el indulto para Junqueras
Hace años que no se escucha a un dirigente de Esquerra referirse a Puigdemont como presidente legítimo en el exilio. No veremos a Pere Aragonés guardándole el sillón al pobrecito perseguido. De hecho, no le veremos ni guardándole el sillón a Junqueras, que ya puede ir resignándose al papel vicario que en el futuro le espera (el que tiene el poder es el que manda, y el poder lo va a tener Aragonés). Gabriel Rufián tiró ayer de repertorio dramático e interpretó el papel de persona muy disgustada con lo que había pasado en el Parlamento europeo. Si se permite una crítica meramente teatral, el actor convence poco.
Obsérvese que Rufián sale a hablar de Puigdemont y lo que acaba es pidiendo el indulto para Junqueras. El tono amenazante de Esquerra en el Congreso con esto del cántaro que va a la fuente, la paciencia tiene un límite... eso, somos imprescindibles, que se ande con cuidado Sánchez... es un puro remake de episodios ya vistos en temporadas anteriores. Y aunque Rufián se guste sintiéndose imprescindible, no lo es. Sánchez ya aprobó los presupuestos de este año y puede tirar con ellos lo que queda de legislatura. Pero es que además, salvo que Gabriel esté dispuesto a votar a Abascal como presidente de gobierno, no hay forma de que Sánchez no termine la legislatura en la Moncloa. Ni aun divorciándose de Podemos perdería Pedro el poder. Y el divorcio, ahora que han conseguido los cónyuges que la exhibición diario de sus trifulcas la asumamos todos como los escándalos de la familia real británica, una rutina, no parece que esté tampoco entre sus planes.
Ayer los socios de gobierno se dedicaron pellizcos de monja por su discrepancia sobre lo de Puigdemont. El escudero de Iglesias en el Congreso, Echenique, le afea al PSOE que vote lo mismo que el PP y que Vox.
Cada cual se sorprende de lo que quiere. Podemos votó con la ultra derecha francesa de Le Pen a favor de la causa puigdemoniaca del privilegio del fuero. Igual lo que sorprende es que eso ya no sorprenda.
Reparto de los 11.000 millones
Esta semana, en El Gallinero Gubernamental... además de la gresca por Puigdemont y por las leyes de la ministra Montero tenemos el curioso caso de los once mil millones que el presidente anunció antes de saber lo que quería hacer con ellos. La aprobación se retrasa y la portavoz del gobierno niega que se deba a que Podemos discrepa del planteamiento de ella y de Calviño.