EL BLOG DE ALSINA

¿Quién caerá antes, el euro o Carlos Dívar?

Les voy a decir una cosa.

La broma en el Supremo esta mañana era quién caerá antes, si el euro o Carlos Dívar.

ondacero.es

Madrid | 13.06.2012 20:17

Carlos Dívar, expresidente del CGPJ
Carlos Dívar, expresidente del CGPJ | Agencias

Hombre, el euro todavía tiene quien le defienda, Dívar cada vez menos. Su horizonte penal hoy se ha despejado -el Supremo rechaza la querella que presentó una asociación de juristas- pero su continuidad en el cargo está cada vez más cuestionada. De pleno en pleno y tiro porque me toca: otra vez el jueves que viene están convocados los vocales del Consejo del Poder Judicial para, según la convocatoria del presidente, “analizar la situación en que se encuentra la institución”.

El problema, como sabe el presidente, no es la situación en que se encuentra la institución sino la situación en que se encuentra él. Y la solución también sabe el presidente cuál es. En su mano está aplicarla sin esperar a tener que convocar otro pleno y otro pleno y otro pleno. No vaya a ser que en uno de esos plenos -vamos a ver qué pasa el jueves que viene- el tanteo entre vocales que le amparan y vocales que reclaman su cabeza se dé la vuelta y, en lugar de irse él, lo acaben echando.

Próximo capítulo del serial Dívar, el jueves 21. Mismo día en que los evaluadores internacionales Oliver y Benji (perdón, Oliver Wyman y Roland Berger) presenten su primera estimación de cuánto capital necesitan los bancos españoles para poder sanear adecuadamente sus activos. De la suma saldrá la cantidad definitiva que le pidamos prestada al Fondo Europeo y será, a partir de ahí, cuando el gobierno concrete cuánto capital le presta a cada uno de los bancos que pidan ayuda y en qué condiciones financieras. Aunque la próxima semana, y dependiendo de cómo quede lo de Grecia, igual esto del capital de los bancos nos parece un asunto de segunda.

La prensa griega dice que Bruselas está en alerta naranja porque, aunque afirma que no se plantea la salida de Grecia del euro, en realidad sí se la plantea. Son tiempos difíciles para el crédito del discurso político, necesitado también de recapitalización urgente. Lo que hasta ahora era una broma que se hacía cada vez que un responsable político europeo descartaba que algo pudiera ocurrir -si dice que no pasará seguro que pasa- ha dejado de ser una broma para convertirse en hábito.

Hay ciudadanos que, al escuchar esta mañana a Joaquín Almunia decir que es imposible que España vuelva a la peseta -imposible, no tiene sentido ni imaginarlo- concluyen que justo eso es lo que acabará sucediendo. Esta forma de traducción inversa del discurso -cuando dicen que algo es imposible es que están en ello, cuando desmienten algo es que es verdad, cuando descartan hacer algo lo acaban haciendo- se ha extendido a una velocidad inquietante para los responsables de las instituciones, porque al desconcierto que ellos mismos sienten ante la situación de los mercados se une la incapacidad de controlar el efecto de los mensajes que emiten.

Si tú dices que esto es blanco y quienes te escuchan lo traducen como “esto es negro” tienes un problema de comunicación, y de persuasión, muy gordo. Uno más, es verdad, de los muchos que cada día se te presentan. Otra sensación que se percibe entre el respetable público es la de no alcanzar a entender quién tiene aquí la llave de las decisiones políticas.

Hoy el señor Durao Barroso, presidente de la comisión europea, se ha plantado en el Parlamento europeo -sí, el Parlamento europeo existe- para urgir a que se actúe en defensa del euro. ¿Para urgir a quién? A los gobiernos de los países. Porque en Europa quienes cortan el bacalao (aunque exista el Parlamento, la comisión, el Banco Central Europeo), quienes corta el bacalao son los jefes de gobierno, unos más que otros, se entiende. Ha dicho Barroso: “tenemos un problema de sistema y no estoy seguro de que todas las capitales sean conscientes de la urgencia de esto”. Cuando dice capitales hay que entender gobiernos. Porque en la zona euro somos diecisiete países, y hay gobiernos reacios a defender el euro a cualquier precio, gobiernos que opinan que el problema no es la moneda única, sino que formen parte de ella determinados países  sureños.

No ha dado nombres el señor Barroso pero sí hay información suficiente para saber que Finlandia, Austria u Holanda son los gobiernos más duros, los más estrechos a la hora de salir en defensa del pelotón de cola. Socios estrechos, los tres, de Alemania, de quien se dice que los utiliza como perros de presa, los azuza para que embistan reservándose ella el papel de firme pero comprensiva. Barroso, que es portugués, entiende este discurso que hacemos en la Península Ibérica: esto de “más Europa” que para nosotros significa más integración para que los problemas de uno sean de todos y las soluciones de todos sirvan para el uno. Pero también sabe que en otros países lo de “más Europa” significa algo distinto. Cuando en Alemania, en Austria, en Finlandia, dice “más Europa” están reclamando más disciplina y más seriedad en el diagnóstico de los problemas y la aplicación de medidas.

Por más Europa entienden que se ate más corto a los países con un historial reciente de descontrol, y duele decirlo pero incluyen entre esos países al nuestro. Nos escuchan defender la cesión de soberanía para que Europa sea más fuerte y lo traducen como que queremos que sean ellos quienes resuelvan nuestros problemas. Es decir, que pedimos un sistema bancario europeo y una gestión común de la deuda pública no por convicción, sino porque nos conviene a nosotros dado que tenemos el agua al cuello. Compartiremos riesgos cuando ustedes hayan dejado de ser un socio de alto riesgo, es lo que sugieren.

Duele admitirlo, pero así es como nos ven algunos de nuestros compañeros de club en Europa. La carta que envió hace una semana a Bruselas el presidente Rajoy, y que hoy ha desvelado él mismo, aun habiendo ocurrido entre entonces y ahora el anuncio de rescate de nuestra banca no se ha quedado vieja. Ahí dice el gobierno español cosas muy ciertas, como que el euro está en riesgo, que la percepción de que la ruptura es posible hace que el dinero abandone los países periféricos para refugiarse en los del centro, que la situación del mercado de deuda pública (para España) es insostenible y que el desenlace de esta crisis del euro es, ahora mismo, impredecible. Aboga en su carta el presidente por lo que llama “unión fiscal y bancaria”, léase supervisor común para los bancos, fondo de garantía de depósitos común, pero él mismo admite que eso no se hace de un día para otro, por eso lo que reclama como inmediato y urgente es que se asegure la estabilidad financiar: “la única institución que tiene hoy capacidad para hacerlo”, dice, “es el Banco Central Europeo”.

Esta carta se puede analizar de dos formas. La primera, por lo que dice. La segunda, por lo que pretende. El análisis que plantea el gobierno de la situación que atravesamos es conocida y la venía haciendo ya en público, bien es verdad que por escrito aporta expresiones un poco más dramáticas, “insostenible, impredecible, el euro al límite”. Hay que estabilizar la financiación y para eso hay que dejar claro que estamos todos los países detrás de euro y dispuestos a poner cuanto haga falta para apuntalarlo.

El análisis está cargado de razón; incluso Merkel tendrá que admitir que lo que se dice tiene sentido. ¿Qué pretendía esta carta? Una vez más, que la zona euro se conjurara para enfriar el mercado de deuda (o dicho de otro modo, que le diera un toque a Mario Draghi para que el Banco Central -la única institución que tiene capacidad- interviniera) y que del Consejo Europeo del 28 saliera el anuncio de que habrá dinero, el que haga falta, para sostener los bonos en niveles asumibles. El primer objetivo no se consiguió, como acredita que al final se reuniera el Eurogrupo el sábado para forzar a España a solicitar la ayuda financiera.

Se precipitó el calendario porque nuestros socios no quisieron esperar más. Como dijo Papandreu cuando anunció el rescate griego en 2010, “necesitábamos tiempo pero los mercados no nos lo han dado”. A Rajoy le está pasando lo mismo: su hoja de ruta requiere de más tiempo, pero ni los mercados ni los socios europeos se lo han dado. El segundo objetivo, que del Consejo europeo del 28 salga algo definitivo, está por ver que se consiga. Una carta como ésta sirve para conocer la postura de quien la envía. Para que tenga algún efecto han de acusar recibo los interpelados, que no son Barroso y Van Rompuy, sino los gobiernos europeos renuentes a dedicar todo el dinero que haga falta para consolidar el euro, y que, de momento, no han respondido. Es probable que antes de responder a las consideraciones de Rajoy hayan de responder a las consideraciones que el domingo, en las urnas, les planteen los griegos.