El monólogo de Alsina

El monólogo de Alsina: Rajoy y Artur Mas han tenido a bien terminar de marear la perdiz y convocarse mutuamente

Les voy a decir una cosa.

A la manera en que Ban Ki Moon mide los tiempo en la ONU, o sea, con mano lenta, Rajoy y Artur Mas han tenido a bien terminar de marear la perdiz y convocarse mutuamente para el miércoles de la próxima semana. Y porque en agosto quieren quitarse los dos unos días de en medio, si no dejan su esperada cumbre de titanes para la ascensión de la virgen, semana arriba semana abajo.

ondacero.es

Madrid | 22.07.2014 20:13

Si el consejo de los derechos humanos de la ONU, con seiscientos muertos y tres mil heridos, llama urgente a una reunión convocada a dos o tres días vista para ver qué se puede hacer en Gaza; si ha necesitado cinco días para condenar el asesinato de trescientas personas en un avión que iba a Malasia y evitando hablar de “derribo” para no disgustar a Rusia (lo que ayer condenó el consejo de seguridad fue “la caída” del avión, como si fueran a imponerle sanciones a la física), si en casa de Ban Ki Moon todo discurre, en fin, conforme al ritmo perezoso de tortugolandia, no le vas a pedir a Rajoy y Artur Mas, tan ocupados en resolver problemas de los ciudadanos para los que gobiernan, que tengan huecos en sus agendas respectivas como para verse así, de un día para otro. Una cosa es que Rajoy, por quedar bien -amable como es- dijera hace quince días aquello de “si me pide una reunión mañana, viene mañana”, y otra que haya que tomarse lo que diga el presidente de un gobierno al pie de la letra. Quien dice “mañana” dice “un día de estos”, por eso, a pesar de las ganas que tenían el uno de ir a Madrid y el otro de recibirle en casa -mira que nos gusta a los dos dialogar, eh; ya te digo, Mariano-, a pesar de los esfuerzos encomiables que han hecho ambos por encontrar un día y una hora en la que ambos estuvieran libres para poder verse -ya lo dijo la vicepresidenta hace dos semanas, nos ponemos a trabajar para encontrar fecha, ímprobo esfuerzo-, han tenido que pasar diez días para cerrar la cita y aún pasarán otros ocho antes de que se vean. Para haber admitido ambos tantas veces que esto de Cataluña y el soberanismo es el asunto más serio -junto con el paro, se entiende- que tiene planteado hoy España, no parece que hayan sentido la urgencia propia de las cuestiones prioritarias.

El presidente Mas, acostumbrado al trato cuasi reverencial de que disfruta en su comunidad autónoma -prensa incluida- esperaba que fuera Rajoy el que le llamara, motu proprio, para pedirle una cita: “Vente a verme algún día, Artur, por favor, por favor-por favor, por favor”. Cuando por fin le hicieron ver que podía seguir esperando sentado porque para pachorra la del gallego, se animó a ser él quien -versión oficial- le dejara caer a Rajoy el día de la proclamación de Felipe, que le parecería bien ser invitado a la Moncloa. Pero sin entusiasmo, eh, sin que note tampoco gran interés. “Oye que si nos vemos”, parco y mirando al techo. Rajoy le estuvo haciendo sufrir -ya veremos, ya veremos- hasta que empezaron a lloverle mensajes de intermediarios que insistían en lo bueno que sería que se vieran -esto de la cuestión catalana tiene más mensajeros que Seur- porque, decían, el president, apurado por la cuenta atrás para noviembre y empezando a sentir el vértigo, estaba ahora receptivo a la posibilidad de echarle agua a la consulta para que los catalanes voten pero sobre alguna cuestión menos comprometida que la independencia. “¿Cree usted que deberíamos ser más altos? Y si es así, ¿le gustaría que TV3 tuviera diez o doce canales más?” Que haya consulta, pero descafeinada.

El problema es que a esta reunión del penúltimo día de julio, piano piano, se llega con un rosario de declaraciones previas que, en el último año, han venido haciendo los dos titanes. Artur Mas, enrocado en su discurso monocultivo, que es ése que dice que mientras el gobierno central no reconozca el derecho a decidir todo lo demás es humo: urnas en noviembre y con la bi-pregunta que está anunciada, ni por asomo se plantea recular (eso tiene dicho, lo que no significa que no acabe reculando). Y Rajoy, reiterativo también en su mensaje de que, sobre esa consulta no hay nada de qué hablar porque es ilegal y punto. “No voy a entrar en el juego de negociar el texto de la pregunta”, dijo la semana pasada. De consulta, por tanto, no se puede hablar. Como el juego del tabú, pero en la Moncloa. A ver, Artur, temas que se te ocurran y que no sean la consulta, tiempo. Y Mas ahí, mordiéndose la lengua, sin que se le ocurra ningún otro tema. ¿Puedo consultar al público? No, “consulta” es la palabra prohibida en la Moncloa. Se disparan los rociadores del techo. ¿No te das cuenta de que ha saltado el sistema antincendios? Déjate de consulta y hablemos de dinero. Porque la consulta, dice Rajoy, no es negociable, pero de todo lo demás está dispuesto a hablar sin ideas preconcebidas. Que esto es lo que algunos traducen como estar dispuesto a cualquier cosa con tal de que no haya consulta -los promotores del manifiesto Libres e iguales, sobre todo aquellos que conocen personalmente a Rajoy, temen que sea justo eso lo que suceda, que empiece esta otra subasta sobre el precio de no seguir adelante con la consulta-.

Hasta hace diez días, la idea que contaban en Moncloa era: no hay nada que hablar con Artur Mas porque en cuanto te sientas a negociar con alguien, estás cediendo ya algo, algo tendrás que ofrecerle para poder llegar a un punto intermedio. Esa idea ha dado paso a ésta otra: la consulta es innegociable, a diferencia de todo lo demás. Hay quien aún confía en que Artur Mas, agobiado por las encuestas de intención de voto que anticipan su jibarización política en beneficio de Esquerra y apretado por empresarios destacados de la sociedad catalana, reverdezca la que fue su bandera electoral antes de convertirse al soberanismo al rebufo de la exitosa manifestación del 11 de septiembre de 2012, es decir, el pacto fiscal. “Con un buen acuerdo de financiación y el compromiso de no interferir en cuestiones relativas a la lengua podemos dar por resuelto el asunto”, dicen, un poco ingenuamente, los más optimistas del entorno del gobierno. En Barcelona, el govern, todo lo que dijo hoy es que Mas acude a la reunión dispuesto a hablar de todo, aunque evitó poner el foco, o el acento, en la consulta. Ha tenido que admitir el presidente autonómico que el encuentro se produzca con anuncio previo y con convocatoria a la prensa. Lo que llaman formato público. Es conocido que

Mas es más -valga la redundancia- de la reuniones secretas. A ser posible en sábado y cuando el sol se esté poniendo. A Rajoy le va también la discreción, pero en su caso por la alergia que no consigue curarse hacia los medios. Ante reuniones como ésta, la expectativa suele ser más jugosa que el resultado de la reunión en sí mismo. De aquí al treinta aún podrá entretenerse el personal con la tontería de si, después de ver a Rajoy, comparece Mas en la Moncloa o lo hace en la delegación del gobierno catalán en Madrid, o en Barcelona -con comité de bienvenida- o en la sede de la ONU. “Hazme sitio Ban Ki Moon que vengo a informar al mundo de cómo me ha ido con Mariano.”