“Haceros de Rusia, haceros de Rusia”. “¿Nos hacemos?” El referéndum de ayer en la Crimea hasta ahora ucraniana, planteado en síntesis como “¿nos hacemos rusos ya o qué?”, arrojó un resultado tan arrollador que lo acerca sospechosamente al escrutinio de unas elecciones norcoreanas. O en Crimea había mucho menos partidario de Kiev, y mucho menos tártaro, de lo que nos habían contado, o esto ha tenido más trampa que la operación Palace. Resulta que en Crimea querían ser Rusia hasta los militares ucranianos.
Anoche se lo contaron a Putin y le salió esa media sonrisa que le delata cuando se siente el tipo más listo del mundo: “Presidente, presidente, ganamos por 97 a cero”. “¿No se nos ha ido un poco la mano?”, preguntó el presidente ruso. En realidad, el resultado de esta consulta vinculante organizada a la velocidad de la luz por un señor que se llama Aksionov y cuya carrera política también ha sido acelerada.
Hace tres años el amigo Aksionov se presentó por primera vez a las elecciones en Crimea con un partido que se llama “Unidad rusa”. Antes se había dedicado a negocios diversos. Empezó en el contrabando de tabaco, luego vendió paraguas moldavos y más tarde pidió un crédito al banco para invertir en empresas que el estado ucraniano iba privatizando. Todo en Crimea, claro, porque Aksionov -aunque nacido en Moldavia de padre militar del ejército rojo- vive en Crimea desde los 17 años, estudió en la academia militar y soñaba con emular a su padre cuando, campanazo histórico, la Unión Soviética se fue a hacer puñetas y se vio obligado a jurar la independencia de Ucrania para seguir vistiendo el uniforme. “Yo no soy ucraniano, soy ruso”, dijo entonces, más o menos con la misma vehemencia con que lo sigue diciendo ahora. Sus años de hombre de negocios le procuraron recursos para probar suerte en la política. Elecciones de 2010.
Aksionov se presentó y obtuvo, atención, historiadores, el 4 % de los votos. Un gatillazo que apenas le sirvió para tener él un escaño. El escaño al que mayor rentabilidad le ha sacado nunca un rusófono. Tres años después controla la península por gentileza de Moscú y lleva la voz cantante en la declaración de secesión de Ucrania y adhesión a Rusia. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? Pues de la misma manera que la manifestación del Maidán se convirtió en revuelta: repartiendo armas. Cuando a primeros de enero el gobierno de Yanukovich empezó a hacer agua, Aksionov seleccionó a setecientos miembros de las Juventudes de su partido y los convirtió en Brigadas de Autodefensa -obsérvese que últimamente todo grupo paramilitar que se precie se llama a sí mismo “autodefensa”, sea Maidán, sea Crimea o sean los ganaderos de Michoacán levantados en armas contra el narco-: Aksionov fundó su propia milicia.
Para cuando cayó el gobierno en Kiev y asumieron el poder los opositores, él ya tenía varios miles de jóvenes armados a su servicio. Asaltó el Parlamento crimeo, tumbó el gobierno e izó la bandera rusa. Aunque sólo tenía tres escaños de cien, fue votado sin la menor reserva como nuevo primer ministro. Dices: a ver, con tipos en los pasillos armados y apuntándote, haces primer ministro haces primer ministro al lucero del alba. Ciertamente. Por eso tuvo su gracia, o su ausencia de gracia, que Putin subrayara de inmediato la legitimidad incuestionable del nuevo líder de Crimea y censurara, en la misma frase, la ilegitimidad del nuevo gobierno ucraniano, llegado al poder por las armas del Maidán, un golpe de estado.
Ésta es la historia del hombre de Putin en Crimea, este Aksionov esforzado en hacer historia. Hace tres meses era nadie, hoy lo es todo. 97 % de apoyo a la secesión. Da igual que el referéndum sea pura fachada, una burda apariencia de legalidad. Se trata de consumar lo que desde el principio fue un asalto al poder en respuesta a otro asalto. La Unión Europea no reconoce nada de lo que ha sucedido desde febrero en Crimea como Rusia no reconoce nada de lo que ha sucedido en Kiev. Pero Ucrania hoy tiene un gobierno pro-occidental y Crimea está en camino de ser Rusia. Estos son los dos “logros” que hasta ahora deja la revuelta del Maidán: acabar con Yanukovich y romper Ucrania. Esto que ha dicho el primer ministro Yatseniuk, “arderá la tierra bajo los pies de los separatistas”, queda bien para los mítines o para las películas de época, pero entre las medidas que puede tomar un gobierno en Ucrania no se encuentra la de hacer arder la tierra.
La mayor prueba de la irrelevancia que hoy identifica a ese gobierno está en la prensa internacional: se habla de Crimea, de Rusia, de Europa y de Estados Unidos. El gobierno de Kiev ni siquiera existe en las crónicas. De poco te sirve tener, nominalmente, el poder si al final estás a expensas de lo que quieran hacer contigo tu vecino de la izquierda y de la derecha. Como anunciaba la sinopsis de esta película, una vez que el referéndum sirviera de aval para que el gobierno de Crimea pidiera su incorporación a la Federación rusa (y el rublo como moneda, y el huso horario de Moscú), Putin ha convocado a su Parlamento para seguir con la ficción de que todo se hace conforme a la legalidad vigente y los ministros de Exteriores de la Unión Europea han vuelto a reunirse para aprobar el castigo comunitario al gobierno ruso. Se va enterar este Vladimir, se va a enterar.
Europa lista para demostrarle al ruso cuánto vale un peine. En concreto, se le ha prohibido la entrada en territorio europeo ¡a trece dirigentes rusos! Dices: no puede ser, qué contundencia, a ver si nos hemos pasado con el castigo. Trece rusos sin visado. Y con sus propiedades en Europa congeladas. ¿Quién dijo que la Unión Europea era tibia? Donde las dan las toman, Vladimir. Si tú te quedas con un territorio de 26.000 kilómetros cuadrados y casi dos millones de habitantes, nosotros le congelamos un chalet al comandante de la flota rusa. Ven a por otra.
Al ministro español Margallo le preguntaron esta mañana los periodistas si este castigo no es un poco de chichinabo y respondió que es todo lo que se puede hacer por ahora. Y que, aunque no lo parezca, estas medidas son de lo más efectivas. “Se hace lo que se puede, oiga”, viene a decir el ministro. Sabedor de que nadie va a dar respuesta militar a la invasión rusa de Crimea -el riesgo de que esto acabe en una guerra es demasiado alto- y sabedor de que España, dentro de Europea, representa el sector menos beligerante contra Putin y más escéptico respecto del nuevo gobierno ucraniano, su génesis y su competencia. Obama llamó hace una semana a la Moncloa para ponerle las pilas al gobierno de España. “Te veo tibio, Mariano, ¿no te habrás vuelto rusófilo?” “¿Rusófilo?, no hombre no, yo soy del Celta”. Ya escampará, dicen en el gobierno.
“¿Nos hacemos rusos?” “Ya te digo yo si nos hacemos”. Lo importante es que nadie dé validez al referéndum. Como en el chiste: “¿Nos hacemos rusos?” “Ya te digo yo si nos hacemos”.