OPINIÓN

Monólogo de Alsina: "Tendremos que salir de ésta; si no es por nuestros gobernantes, tendrá que ser a pesar de ellos"

Diario de la pandemia. 23 de marzo. Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás.

Carlos Alsina

Madrid |

· Carmen ha salido adelante. En un hospital de Madrid. Dos semanas hospitalizada. Muy malita. Pero puede contarlo. Vi su vídeo en Antena 3 anoche y pensé que es la prueba de que tener más de setenta años no significa que ya estés condenado.

VÍDEO del Monólogo de Carlos Alsina en Más de uno 23/03/2020

En Módena hay una abuela de 85 años que también lo ha superado. Caigo en la cuenta de que ella, como Carmen, ingresó en el hospital hace más de dos semanas, cuando estábamos a otras cosas y el aluvión de enfermos aún no había llegado. Dos, tres semanas de hospitalización. Dos, tres semanas para cada enfermo y cada cama.

· Me llega por tres vías distintas la nota de voz que ha grabado un médico de Madrid para un grupo de colegas. Han detectado que la velocidad de contagio se ha reducido. Dice que le parece importante y que por eso lo subraya. Una buena noticia, pienso. Pero al rato me dicen que el hospital ha enfriado la expectativa porque aún es pronto para sacar conclusiones. Que podría haber un repunte de contagios hoy mismo que descalabara la tesis. Y la buena noticia ya me lo parece un poco menos.

· El viernes apunté en el diario que al hablar de las residencias de mayores, de la precariedad con que estaban funcionando algunas de ellas, de los fallecimientos, pensaba en la ansiedad con que estarían recibiendo esas noticias las familias de los residentes, los hijos, las hijas, los nietos de los abuelos. Recordé el programa del día 12, a las ocho de la mañana emitíamos desde la puerta de la residencia donde Ángeles Caballero tenía a su madre. Intentamos ponerle humor a la valla que separaba a los viejos de sus familias (el humor en Ángeles es como el sol en verano, ni aunque lo intente lo pierde), prohibidas las visitas a la residencia para proteger a los que están dentro. Eso queríamos contar esa mañana: la excepcionalidad de unas medidas nunca antes vistas que nos permitirían preservar a aquellos a los que la enfermedad más amenaza.

· El sábado se murió la madre de Ángeles. Ella publicó un tuit con una foto de sus padres. ‘Ha sido un privilegio ser vuestra hija. Ha sido un honor cuidaros’. De sus padres, y de su madre, hemos ido sabiendo los lectores de la Caballero leyéndola. Un hombre y una mujer sin estudios primarios, vecinos de Getafe, que enviaron a la niña en cercanías a un colegio de los marianistas junto al Retiro. El primero de enero de este año, la niña, que ahora es madre de dos críos enjaulados, recogió a su madre en la residencia para celebrar el primer día del año en casa. La silla de ruedas, la rampa del autobús, el concierto de Viena, las conversaciones ya imposibles porque la cabeza va y viene y a ratos se para, el paseo por Atocha, bendito sea el trasiego, y la gente, los suspiros, otra vez el autobús, otra vez la rampa, se nos hizo de noche. Ya en la residencia, de regreso: ‘¿Lo has pasado bien, mamá?’ ‘Mucho’. ‘Dame un beso, vengo mañana’. ‘¿Pero por la mañana?’ ‘Sí, claro. Feliz año’.

· Ha escrito Ana Fuentes en El País que miles de familias están siendo privadas de algo que los humanos necesitamos hacer desde que el mundo es mundo: decir adiós. Van quedando pocas familias en Madrid que no conozcan algún caso de hospitalización o muerte en su entorno inmediato.

· He apuntado preguntas que me han hecho este fin de semana y cuya respuesta ignoro: por qué si están desbordados los hospitales de Madrid no se envía a los enfermos a hospitales de las regiones vecinas donde sí hay camas; por qué no se actúa como si toda España fuera una única UCI, con el Ejército encargado de trasladar enfermos a donde haga falta; por qué no se evacúa a los ancianos de las residencias que carecen de medios y se les lleva con urgencia a edificios que sí estén preparados, hoteles medicalizados, hospitales de campaña. ‘Es el confinamiento sin medios y sin personal lo que está matando a los viejos’, escribe una geriatra. Exahusta. Desesperada.

· Leo al teniente general Meijide, responsable de la UME, que cuenta en El Mundo cómo ha ido cambiando la misión asignada: primero, control de aglomeraciones; después, desinfección de espacios; ahora, dice, lo principal es el apoyo a las residencias de mayores. Ancianos sin visitas que se sienten desprotegidos y un personal que ha quedado como pequeñas burbujas aisladas dentro del sistema. Al leerle pienso que el sistema está lleno de pequeñas burbujas que sacan las cosas adelante por su cuenta. Celebro que el teniente general esté seguro de que no habrá un colapso general del país. Y que sus hombres (y mujeres) estén preparados para actuar rápido, lo mismo en la extinción de un fuego que en la evacuación por inundaciones que en esto de ahora, que como un incendio, una inundación, y un terremoto todo junto y todo sin fecha de finalización estimada.

· También celebro el ingenio de la UME. A un camión con dos depósitos de desinfectante le han colocado un cañón de ésos de lanzar nieve y les ha salido un nebulizador gigante. Perfecto para desinfectar pueblos. Como éste de Castillo de Bayuela.

· Caigo en la cuenta de que la prueba de la dimensión de esta emergencia es que hablamos de los militares en los programas. Sólo cuando se pone todo muy feo los buscamos a ellos y celebramos su presencia. Concluyo, para mí, que es un acto de justicia que la alcaldesa de Barcelona haya recurrido al Ejército para montar un albergue de campaña para los sin techo en la Feria de Barcelona. Militares cuya presencia no era bienvenida en la feria de Educación levantando, con la mayor educación, el centro de atención a las personas vulnerables... en la Feria.

· Manolo tiene un hijo militar. Se llama Pablo, veintiún años. Me escribe porque quiere enviar un abrazo de ánimo a los padres de militares y policías. Pablo ya ha tenido una escaramuza con el virus y se está recuperando. Su padre me cuenta que sólo piensa en que llegue el miércoles, cuando termina su cuarentena, para volver con sus compañeros a seguir luchando. ‘Cualquier padre’, me dice, ‘debe estar orgulloso de sus hijos, pero hay situaciones en que uno siente un orgullo especial, y es cuando ellos demuestran que son mejores que nosotros’.

· El estado de alarma se prolongará hasta el 13 de abril. Este año no hay semana santa. O hay más semana santa que nunca, según se mire y según cuántas empresas más paren.

· El gobierno dice que no es necesario pararlo todo. Que ya es bastante severa la restricción de movimientos que ha decretado. No creo que tenga dudas de que cerrar todos los centros de trabajo contribuiría a reducir los contagios. Pero tampoco las tiene de que el parón total tiene consecuencias de otro tipo, secuelas en el empleo, las empresas, la actividad económica que seguirán estando ahí cuando la epidemia sea esa pesadilla de la que ya salimos. Cada día de actividad ahora es un día de recesión después, imagino que algo así es la idea.

· Es inútil, desde hace días, hacer pronósticos. Nadie sabe lo que nos va pasar. Tampoco los gobiernos, que se sienten obligados a garantizar todo aquello para lo que ya no hay garantías. Italia se resistió a pararlo todo y ahora lo ha hecho. Murcia se ha insubordinado y decreta el cese de toda actividad no esencial. Hoy es López Miras, y no Torra, el que va por libre. Al gobierno se le rebelan las comunidades autónomas. Le discuten los números que da el ministro Illa. No han visto tantas mascarillas como el gobierno dice haber repartido. O no han llegado, o no han salido.

· De las dos comparecencias de Sánchez anoto poco. La de ayer me pareció más ordenada que la del sábado. Llevo mejor cuando un gobernante va al grano que cuando se entretiene en la autodefensa. Entiendo que trate de prepararnos para las malas noticias que aún llegarán, aunque creo que a estas alturas ya nos hemos ido preparando solos. Si tenemos hospitales al límite, tutoriales de médicos sobre cómo hacerse batas con bolsas de basura y residencias abandonadas a su suerte, o a la muerte, sin haber llegado todavía al famoso pico de la curva, es que en efecto aún quedan días de amargura y angustia.

· Yo habría querido escuchar que todo el material de protección ha llegado ya a los hospitales, que todas las fábricas textiles de España trabajan desde el lunes pasado como si fueran una sola, en lugar de que van a empezar a hacerlo, van a ir llegando los EPIs, o que el mercado internacional de test y de respiradores es muy competitivo. Habría preferido que no se confundiera el tratamiento que hoy podemos dar a los enfermos con la vacuna, que es otra cosa, y seguirá siendo otra cosa cuando por fin llegue. Pero, a la vez, asumo que el presidente hace lo que puede. Que, a fuerza de soportar el peso de una crisis insoportable va abriéndose camino la crudeza de admitir que el Estado llega hasta donde llega. Que no hay milagros.

· Si hay españoles a los que estas comparecencias, premeditadamente extensas, les sirven como inyección de aliento, celebro entonces que se produzcan. Si hay españoles a los que no convence el presidente, tienen derecho a decirlo. Le corresponderá a la sociedad, pasado el trago, decidir si superó el examen. Un examen que aún está empezando. La buena voluntad, y el esfuerzo, no siempre se traducen en acierto. La crítica es legítima. Pero la crítica, para ser justa, tiene que tener presente las circunstancias en que se van produciendo los hechos.

· De una manera o de otra, tendremos que salir de ésta. Si no es con los gobernantes que tenemos, que sea a pesar de ellos, pero que sea.

· Me gusta más la imagen de un batallón de mujeres con sus máquinas de coser tejiendo mascarillas en las casas de Montealegre del Castillo que la de un país resignado a esperar que el tsunami pase mientras se le mueren los abuelos.

· Un colega me dice que a él parece bien que Pablo Iglesias dé las gracias a los demás ministros. Y que aún le parecería mejor si le diera las gracias a Amancio Ortega. Estoy seguro de que Iglesias quiere lo mejor para, pero tampoco pasa nada por admitir que uno está recién llegado al gobierno, que es bisoño en la gestión de cualquier cosa y que, admitiendo eso, es natural que la gestión la lleven otros con más horas de vuelo.

· En Italia el número de fallecidos sigue siendo estremecedor, 650 en un solo día. Pero ayer menos que el día anterior. Que un día, siendo negro, sea un poco menos negro que el anterior es lo que alimenta la esperanza de que el famoso pico de la curva en Italia se esté dejando atrás. Bendita sea, si de verdad ha llegado, la fase menguante de un desastre.

· A Juan Carlos Ortega, que es la imaginación de la radio (y que trabaja en la Ser), le he escuchado contar un cuento. Lo protagoniza una señora que no puede salir a la calle, porque en su país, que es España, hay confinamiento. Como ella no puede ir al exterior, decide que el exterior venga a su casa. Quita la alfombra que tiene en el pasillo y pinta unas rayas blancas con pintura para que parezca una calle. Luego pone escobas clavadas en macetas y las pinta con rotuladores de rojo, verde y ámbar para que sean semáforos. Y después, en una habitación que usa poco, lo que monta es... ¡París! Y en otra, una playa del Caribe.

· Carmen, la directora de Onda Cero Aragón, me envía un audio que le ha llegado a ella. Al parecer, lo que suena es un niño. Pequeñajo. Que me chiva que se llama Ibai y que canturrea una canción que a estas alturas ya nos suena a todos. Bueno, más o menos.

Me gusta mucho Ibai porque canta una letra inventada que sólo entiende él. Pero como la entona tan bien, todos los que la hemos escuchado hemos sabido que es la famosa canción de Ombretta Colli. Bueno, famosa ahora. Porque antes no se acordaba de ella ni Ombretta.

Hay una niña en Alemania a la que se la está enseñando su padre. La canción no sé si le gusta, pero escucharla a ella es una fiesta.

Se parte de risa la cría. Sólo por eso, ya merece la pena haber convertido la canción en un himno. Éste que suena aquí cada día sólo mientras dure la epidemia. Aproveche para cantarlo ahora, no vaya a ser que todo vaya mejor y más deprisa de lo que pensamos y en nada estemos despidiendo la cuarentena. Finjamos que eso también nos puede suceder. Facciamo. Finta. Che.

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