Habemos claro. Hay 1.230 contagiados y treinta personas fallecidas. En nueve días hemos pasado de cincuenta infectados a 1.230. Y, en realidad, son más. Porque, como explicó ayer el doctor Simón, en su rueda de prensa más titubeante, los datos oficiales de hoy reflejan cómo estaban las cosas cuatro días antes. Desde que se hace la prueba hasta que se dan los resultados y se notifican pasan días, el desfase.
Hablemos claro. El ritmo de expansión de la epidemia en España supone que cada cuarenta y ocho horas se multiplican por dos los infectados y los fallecidos. Si no conseguimos bajarlo, para final de esta semana nos pondríamos en diez mil contagiados y más de doscientos fallecidos. Que en realidad, y descontado el desfase, es el número al que probablemente lleguemos el jueves.
Hablemos claro. Los 1.230 contagiados comunicados ayer son anteriores al fin de semana. Al fin de semana de salidas en grupo, reuniones familiares, diversión en la calle y manifestaciones multitudinarias. Con qué cuerpo sales a decir que deben evitarse las reuniones de más de mil personas cuando vienes de juntarte en la calle con ciento veinte mil. Entre besos y abrazos. No parece que este fin de semana se haya contribuido mucho a reducir los contagios.
Hablemos claro. El teletrabajo está muy bien, pero la abrumadora mayoría de los empleos que hoy tenemos en España no se pueden hacer desde el ordenador en casa. No hay teletrabajo para los operarios de una fábrica, los fontaneros, los transportistas, los agricultores, los peluqueros, los dueños de un comercio, los cajeros de una gran superficie, los barrenderos, los taxistas.
Hablemos claro. Todo lo que en China nos parecía marciano acabó pasando en Italia. Y todo lo que ha ido pasando en Italia nos está empezando a pasar a nosotros. (Italia restringió ayer los movimientos de toda su población en todo el país). Allí la diferencia, negativa, era que había focos de transmisión local muy potentes. Aquí ya hay transmisión, ya hay focos y ya hay contagio no controlado. Por eso aquí, como allí, ha empezado la suspensión de actividades de grupo. Em-pezando por los colegios, las universidades y las visitas a los centros de mayores.
Medidas excepcionales en la región más densamente poblada de España, que es Madrid. Y en Vitoria y Labastida, donde también cierran los colegios. El ministro Illa informó ayer de que el escenario ha cambiado. La pregunta es ¿en qué? Y por qué. Si estaba previsto que fuera habiendo más contagios y más fallecimientos a medida que la epidemia avanzara, ¿qué es lo que ha empujado de pronto a las autoridades a cambiar el tono de forma tan evidente como se pudo comprobar en la tarde noche de ayer?
El ministro de Sanidad compareció para anunciar que dos gobiernos autonómicos habían decidido cerrar colegios. Decisión --y medida-- que compete (y que, en efecto, han asumido la responsabilidad de tomar) a los gobiernos autónomicos. De tal manera que no tenía nada propio que anunciar, en realidad, el ministro. Salvo anunciar que hoy anunciará nuevas medidas, ya veremos cuáles. Y salvo añadir a la lista de recomendaciones de estos días que se evite hacer viajes innecesarios.
Si por viaje innecesario entendemos una escapada de semana santa, tiene razones el sector turístico para estar temblando ante la caída de ingresos que se avecina.
Hablemos claro. Para el gobierno han empezado las curvas. Los tiempos de predicar que el virus era cosa de China, y luego de Corea, o de Irán, o de Italia (donde se le había escapado al gobierno el control de los focos lombardos) ya ca-ducaron. Los tiempos de explicar que de momento, por ahora, a día de hoy, no había falta cerrar escuelas, o restringir desplazamientos, o prohibir reuniones multitudinarias ya se acabaron porque ahora va a ir tocando tomar todas esas medidas.
Y responder, a ver si de una vez de manera clara, a la pregunta de por qué se suspenden congresos, reuniones, espectáculos de más de mil espectadores pero no se desaconseja la celebración de fiestas multitudinarias. Le preguntaron al doctor Simón ayer por las Fallas y dio esta respuesta.
Traducido: que si suspendes una fiesta popular y la gente se empeña en celebrarla, a ver qué haces. Y si suspendida y todo el número de contagios aumenta, a ver cómo lo explicas.
Han empezado las curvas. También para el presidente Sánchez. Que todo lo que ha anunciado hasta hoy son reuniones, más reuniones, llamadas telefónicas, y más reuniones. Y a quien le escribieron ayer un discurso sobre la unidad y la for-taleza que tenía mucho de campanudo y todo de inconcreto.
Pues sí, pero no ha tomado usted medida alguna. Ah, sí, anuncia Sánchez un plan de choque que aún no se sabe lo que lleva dentro.
Cuando un presidente dice que lleva dos semanas trabajando en un plan de choque lo único que se nota es que intenta adelantarse a la crítica que le va a caer por estar improvisando. Y le recuerdo que es el mismo gobierno que la semana pasada nos vendió la burra de que había aprobado un anteproyecto de ley de libertad sexual que los ministros, en realidad, no habían visto. Hablemos claro: así es como dinamita un gobierno su propio crédito. Y pocas cosas valen más, en una crisis como ésta, que el crédito de quien dirige el país.
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