Monólogo de Alsina: "No se quiere enterar el Gobierno de que Torra aspira a separar Cataluña de España sin que le importen las consecuencias"
La cosa más rara que le pasó a José Luis Cuerda, escritor, humorista, guionista, cineasta, probablemente fue el éxito. En su país, que es el mío, la gente acostumbra a reírse mucho, de lo que pasa, de lo que le pasa (al de al lado), del compañero de trabajo, del que manda, del pedante, del que es distinto y del que va de listo. A veces incluso somos capaces de reírnos de nosotros mismos. Y sin embargo, quien escribe humor parece que es de segunda. Quien hace cine de humor absurdo parece que no da la talla para que le sean abiertas las puertas del Olimpo.
Madrid |
Lo más raro que le pasó a Cuerda fue coronarse como pope de la tribu de los amanecistas. Seguidores devotos de la aventura inclasificable que el joven Teodoro, ingeniero en Oklahoma, sufre (más que disfruta) junto a su padre en sidecar en un pueblo remoto que parece desierto pero en el que, en realidad, todos los vecinos están en misa.
El pueblo en el que acaba amanciendo por el otro lado para indignación de la guardia civil que es, a la vez, la policía secreta. Lo más raro que le pasó a Cuerda es que algunas de sus frases acabaran formando parte del lenguaje colectivo.
‘Amanece que no es poco’ es una de esas películas que ha ido creciendo con el paso del tiempo hasta alcanzar, como su creador, la condición de leyenda. Todos somos contingentes pero tú eres necesario en el pueblo donde un argentino ha plagiado a Faulkner.
José Luis Cuerda estuvo en este programa el mes de junio porque estrenó la que ha acabado siendo su última película. ‘Tiempo después’. Que tiene el aroma de Amanece y que existe sólo por dos motivos: que Cuerda la había escrito y que un grupo de admiradores generosos, y amigos --Edu Galán, Andreu Buenafuente, Arturo Valls-- hicieron algo tan hermoso como poner cada uno lo que pudo para que Cuerda pudiera hacer su película. Su última película. Que aquí contó que le había quedado muy apañada.
Bueno, tampoco hace falta insultar. Ni a quien lleva coleta ni a quien no la lleva.
Son agricultores y ganaderos, poco identificados (estos que hemos oído, al menos) con el partido Podemos o con la UGT. Hubo manifestación, y tractores, ayer en Toledo y hay manfiestación (en principio sin tractores) esta mañana en la glo-rieta de Atocha, junto a la estación de tren y ante el ministerio de Agricultura.
Al cabo de una semana de protestas, y advirtiendo que pueden seguir todo el mes de febrero, las organizaciones agrarias han conseguido que el gobierno sitúe lo suyo (no me lo llamen conflicto político que eso sólo es lo de Cataluña) entre las prioridades de un gobierno que presume de estar al lado de quienes peor lo pasan y preocupado como nadie por el despoblación de la España rural.
El gobierno ha corregido el tiro --con buen criterio—ha apartado del asunto a la ministra de Trabajo y sus reflexiones sobre el salario mínimo interprofesional y le ha encargado al ministro Planas que sofoque la revuelta. Lo primero que hizo el ministro fue admitir que los agricultores tienen motivos para estar preocupados (y para quejarse de que sus márgenes comerciales siguen menguando); y lo segundo fue animar a las cadenas de distribución, los grandes supermercados, a que pongan de su parte para mejorar la situación de quienes producen los alimentos.
Al gobierno le cayó ayer encima el dato del paro de enero: noventa mil parados más y 245.000 empleos destruidos. Se esforzó el ministerio de la Seguridad Social en subrayar que sigue habiendo crecimiento económico y que hay que ver el dato en su contexto. Pero terminó admitiendo el nuevo secretario de Estado, Arroyo que el dato es malo en conjunto y muy malo en el sector agrícola.
Para la tertulia dejamos, si les parece, el análisis de parecidos y diferencias entre la reunión que mañana regalará el presidente Sánchez al políticamente difunto president Torra y las que, en los albores de la transición, celebraron Adolfo Suárez y Santiago Carrillo.
A la portavoz del gobierno de ahora debe de parecerle que estos dos episodios son como gotas de agua.
Suárez y Carrillo tenían diferencias, claro que sí. Y compartían lo que en aquel momento era lo esencial: convertir España, sin desmembrarla, en una nación democrática.
Ni Sánchez ha reunido aún méritos para equipararse con Suárez ni Torra tiene el más mínimo parecido con Carrillo. No se quiere enterar el gobierno de que Torra no aspira a resolver esto que el coro gubernamental llama el conflicto para que España conquiste otros cuarenta años de prosperidad. Torra aspira a separar Cataluña de España sin que le importen un comino, que diría la señora Bassa, las consecuencias.
Uno entiende que la portavoz del gobierno bivalvo, llevada de su devoción por el jefe, ponga a Sánchez a la altura de los popes de la transición pero, qué quieren, el mero empeño produce rubor, un cierto embarazo.
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