EL MONÓLOGO DE ALSINA

El monólogo de Alsina: A uno le quedan doce meses; al otro treinta

Les voy a decir una cosa.

A uno le quedan doce meses;  al otro, treinta. Uno es primer ministro, conservador; el otro es jefe de Estado, socialista.

ondacero.es

Madrid | 01.12.2014 20:21

El primero llegó al liderazgo de su partido por designación del líder anterior; el segundo, en primarias. Se diferencian en algunas cosas y se parecen en muchas otras. Ambos han hecho carrera en la administración y en la política. A ninguno de los dos adorna eso que se da en llamar carisma. Ambos han visto caer a plomo sus índices de apoyo electoral desde que gobiernan sus dos países. Y a ambos les ha salido un firme competidor, en forma de tercer partido, que amenaza con romper la alternancia en el poder de conservadores y socialistas.

Hoy han echado el día juntos lo señores Rajoy y Hollande, amigos sobrevenidos y aliados, desde hace dos años, para asuntos europeos. Aunque Rajoy era más de Sarkozy y, sobre todo, más de Ángela Merkel, él tambien ha hecho su evolución (o mutación) doctrinal. De abrazar los planteamientos más rigurosamente alemanes -la exigencia en el recorte del gasto público, austeridad y reformas que liberalicen las relaciones laborales y mercantiles- a inclinarse por planteamientos más socialdemócratas que ponen el acento en esto que llamamos políticas de crecimiento, es decir, aflojemos en la estabilidad presupuestaria y metamos dinero público en el sistema.

A ver si van a ser Pedro Sánchez y Pablo Iglesias los únicos que corrigen sus posiciones, en función de cómo sopla el viento, sobre la marcha. La biblia aquella del déficit cero hace tiempo que la enterró Rajoy, esforzado ahora en cerrar cada ejercicio justo con el déficit público que la comisión europea nos permite, ni una décima más pero, también, ni una décima menos; de la otra biblia, la de no endeudar a las generaciones futuras entrampándonos más y más cada año, mejor ni hablamos: cien por cien del PIB y sin encontrarle ahora, al famoso apalancamiento, un solo pero.

Mientras Francois Hollande, con la economía francesa estancada y un déficit público ingobernado, ha ido acercándose a las recetas alemanas, Rajoy ha ido viendo cada vez con mayor simpatía a su amigo Hollande, aquel que sacudió Europa ganándole a Sarkozy y presentándose como el contrapeso que iba a poner en su sitio a la canciller alemana.

En este día que han pasado juntos, versión oficial, han hablado sobre todo de interconexiones eléctricas y ferroviarias -¿es verdad que se os ha inundado una estación del AVE en Girona, mon Dieu?, habrá preguntado el francés-, pero cabe pensar que entre vuelta y vuelta al plan Juncker y el ritmo de consolidación fiscal hayan encontrado algún minuto para cambiar impresiones sobre los dos fenómenos políticos que están reventando las encuestas en Francia y en España: Marine Le Pen en la política francesa, el Frente Nacional, y Pablo Iglesias en la política española, Podemos.

Los dos partidos que lideran hoy la intención de voto directa y que, procedentes de marcos ideológicos opuestos -la extrema derecha en el caso del Frente Nacional, la extrema izquierda en el caso de Podemos- han ido difuminando (o disimulando) esa filiación para presentarse como partidos a los que puede votar cualquiera: cualquiera que esté defraudado con las dos grandes formaciones tradicionales, populares y socialistas; cualquiera que rechace la deriva política que ha asumido Europa y cualquiera que reclame para su nación la potestad de decidir su política económica al margen de lo que piensen los demás socios europeos: la soberanía económica, el rechazo a las políticas “impuestas” -así lo dicen- desde Bruselas.

El discurso contra las recetas neoliberales o el capitalismo salvaje -por citar dos de las expresiones que más se han utilizado en estos últimos años- no es exclusivo de los movimientos más a la izquierda. Contra el capitalismo salvaje se pronuncian desde los partidos socialdemócratas al Papa Francisco pasando por la señora Le Pen, incluyendo en ese abanico a Podemos (aunque sólo sea porque ahora se define él mismo como socialdemócrata). No es ahí donde está el debate que afecta a la esencia de lo que habrá de ser Europa. El fondo del asunto se llama cesión de soberanía.

Aquello que parecía tan razonable cuando se hablaba de suprimir fronteras interiores, armonizar políticas sociales, alcanzar una política exterior común, y que ahora ya lo parece menos porque ha entrado en escena la política económica: qué es eso de que unos señores en Bruselas decidan qué reformas tenemos que hacer aquí, dicen a coro todos estos partidos ideológicamente diversos pero unidos en su rechazo a la cesión de soberanía, quién ha dicho que en Francia, o en España, o en Italia haya que hacer la política que decida la comisión europea.

Ésta sí es la clave de lo que vaya a ser, o vaya a dejar de ser, la Unión Europea. Si el objetivo es convertir al Parlamento de Estrasburgo en la voz de todos los europeos, si el objetivo es que de allí salgan, previo debate democrático, las políticas que la mayoría de los europeos desean, entonces habrá que asumir que las soberanías nacionales mengüen en  favor de esta nueva soberanía popular europea. Y que si hay una mayoría conservadora en la sociedad europea (la que elige sus eurodiputados casa cinco años) haya también una política económica de ese signo recetada desde las instituciones europeas.

El proceso de construcción europea entendido así, como un protagonismo decreciente de los parlamentos nacionales en favor de un parlamento europeo fuerte, ha salido malparado de esta crisis económica interminable. La estabilidad presupuestaria, metida o no en la Constitución, ha sido presentada a la opinión pública como una imposición caprichosa de mandamases extranjeros al servicio de los mercados: Europa como sinónimo de imposición de políticas que nos perjudican. La pérdida de soberanía como sinónimo de empobrecimiento. Una suerte de nacionalismo de raíz económica.

Los euroescépticos buscan ampliar su base social relegando la etiqueta ideológica de sus respectivos partidos y dando prioridad a banderas como la participación ciudadana y la lucha contra el mangoneo. No hace falta ser de ultraderecha para votar al Frente Nacional. No hace falta ser de izquierdas para votar a Podemos. Ésta es la idea: ni socialistas ni populares, el cambio real pasa por poner en el gobierno a un partido que nunca antes ha estado ahí.

Un año queda para las generales en España, salvo adelanto. Dos y medio para las presidenciales francesas. Cabe pensar que Rajoy y Hollande habrán dedicado algún minuto de su conversación de hoy a comentar la acelerada transformación del escenario político que está pasando en sus dos países.

Marine Le Pen ganó las europeas y las encuestas dan por hecho que pasa a la segunda vuelta de las presidenciales. Acaricia la idea de convertirse en la primera presidenta de la República francesa.

Podemos dio la campanada en las europeas y obtiene hoy más del veinte por ciento del voto en las encuestas. Pablo Iglesias acaricia la idea de convertirse en el primer presidente ex bolivariano del gobierno.