Día de San Isidro. Patrón de Madrid. Madrid, fase cero. Abonada al cero la ciudad y el resto de la comunidad autónoma. Si no hay sorpresas, el ministerio de Sanidad volverá a rechazar hoy la petición del gobierno madrileño para pasar de pantalla a partir del lunes.
Esta vez ha sido la señora Díaz Ayuso quien se ha adelantado a la comunicación oficial del gobierno para contar que Sanidad se inclina por el no. Léase con tono de reproche, que es como Ayuso escribió anoche su comentario. Con tono de ‘no nos dejan avanzar y no nos dan razones técnicas’. Tono de ‘no les gustamos y por eso nos tratan mal’. Hoy sabremos quién cambia de fase, quién no cambia y qué marcadores incumple cada una de las regiones rezagadas. A Madrid se le reclamó más personal en los centros de atención primaria y más test. A Valencia, más control de los movimientos de personas. A Barcelona no hubo oportunidad de reclamarle nada porque Torra se abstuvo de pedir para ella fase 1 y se vuelve a abstener hoy. Está por ver si prospera esta media fase que sugiere la alcaldesa: entre el cero y el uno, el cero coma cinco. Déjeme abrir las tiendas sin cita previta y no me deje ni reuniones ni visitas familiares. Ni manifestaciones, por supuesto, que esto de organizar concentraciones callejeras en la fase cero no es sólo un incumplimiento de las normas, es burlarse de la autoridad competente. Justo lo que están haciendo los de las cacerolas en Madrid: una pedorreta al delegado del gobierno que va a ser éste quien tenga que atajar. Suya es la obligación de todo el mundo cumpla las mismas normas.
Madrid, y otras ciudades, en fase cero hasta el 25 de mayo. Que es cuando termina el estado de alarma prorrogado en el que ahora estamos y que es cuando el gobierno calculaba que tendríamos ya la mayoría de los territorios en fase 2, es decir, con los colegios abiertos para estas tres actividades que mencionó el presidente.
De las tres ya hay una que se cae: las escuelas de primaria, para los críos de hasta 6 años, no van a abrir. Las públicas, al menos. La ministra Celaá se vio ayer con los consejeros de Educación y la conclusión fue que el ministerio cada vez pinta menos. Cada gobierno autonómico hará lo que le parezca oportuno, obligación de enviar a los críos al colegio no parece que vaya a haber para nadie y lo de la primaria, para septiembre. Porque ni las escuelas ni los profesores se ven capaces de garantizar que los niños no se contagien, y es una responsabilidad que, naturalmente, y en estas condiciones, no quieren asumir.
Ahora que sabemos que la población inmunizada no pasa del cinco por ciento, que otoño puede darnos un disgusto serio y que hoy mismo podemos sumar cinco días consecutivos con los datos de fallecidos empeorando, la pregunta pertinente al gobierno es ésta que ayer le hizo al ministro Illa el diputado Sayas de UPN.
¿Cambia el plan o no cambia? Incluso, ¿cuál es el plan con esta realidad ---95 % susceptible de contagio--- y este horizonte? El ministro se limitó a decir que el plan previsto se mantiene y que habrá que ir viendo qué se hace. Convivir con el virus es la nueva frase de moda. Le vale lo mismo a Ayuso para exigir que se levanten restricciones que al ministro para defender que se mantengan. Probablemente lo más aprovechable que dijo ayer Salvador Illa es que más vale ser humildes, todos, porque la hemeroteca no deja bien a nadie.
Sostiene Pablo Iglesias que hay consenso social sobre la tasa de reconstrucción, que es el nombre con el que ha bautizado a su intención de obligar a los contribuyentes a los que llama grandes fortunas a aportar más al Estado de lo que hoy ya aportan.
Que Iglesias quiera apretar más a algunos contribuyentes no tiene nada de nuevo: hoy sirve como argumento la reconstrucción como en ausencia de pandemia habría servido cualquier otra cosa. (Qué manía, por cierto, la del gobierno es darnos por destruidos a la vez que saca pecho por lo bien que está evitando que se destruyan las empresas, los empleos y las vidas, es la incoherencia hecha gabinete). Que Iglesias quiera más impuestos para algunos contribuyentes es muy legítimo, en su derecho está a defender la fiscalidad que le parezca oportuna. Ahora, esto de presentarlo como un favor que se les hace para permitir que puedan ejercer su solidaridad imagino que es la forma humorística que tiene de plantearlo. Cada uno tiene el humor que tiene. Si es solidaridad, no puede ser obligada. Si es impuesto, o tasa, no es solidaridad. A Iglesias ayer se le puso cara de Cristóbal Montoro. Porque fue Montoro quien mucho antes de Iglesias tuvo el desahogo de llamarle a la subida del IPRF ‘complemento temporal de solidaridad’. Quién iba a pensar que acabaría teniendo un discípulo morado en el burdo arte del camuflaje.
En realidad, y como sabe Iglesias (que para eso es vicepresidente del gobierno y aspirante a presidirlo algún día), el contribuyente que desee ejercer la solidaridad con el Estado sólo tiene que regalarle al Estado el dinero que quiera. Obligación tenemos de pagar lo que nos toca, los impuestos y las tasas que nos corresponden. Pero nadie nos impide pagar más si así lo deseamos. Le hace usted una donación al Estado y el Estado seguro que se lo agradece. Dices: es que soy vicepresidente del gobierno. Pues con más motivo. Además de cumplir con Hacienda, y como yo me apaño con menos, en lugar de donar una parte de mi sueldo a mi partido se lo dono a la Hacienda que es de todos. Mi partido renuncia a tener sedes y pagar alquileres y todo ese dinero se lo entregamos al Estado. Tienes toda la información en la página de la Agencia Tributaria. Como dice el decreto del 31 de marzo, el dinero donado se destina a pagar material, personal e investigación para atender la crisis del coronavirus.
Patriotismo fiscal, como dice Pablo. El patriotismo también empieza por uno mismo.
Los reincidentes de las cacerolas se concentraron otra vez ayer en esta calle de Madrid que han conseguido que conozca toda España: Núñez de Balboa. Más que ellos, unos cuantos cientos de ciudadanos deseosos de desconfinarse para cargar contra Sánchez, quienes han contribuido a que su pequeña protesta tenga eco nacional son los dirigentes políticos que se han lanzado a celebrar o a repudiar a los concentrados por ser quienes son en lugar de por estar saltándose el orden público que dicen estar defendiendo.
Sostiene uno de los portavoces parlamentarios del gobierno, Pablo Echenique, que si la manifestación hubiera sido en otro barrio la policía habría actuado de manera distinta. Es una de esas afirmaciones de imposible verificación, o sea, un decir por decir.
Tiene razón Echenique en que lo más llamativo de la concentración del miércoles fue que habiendo tanta gente vulnerando las normas de la fase cero no se ocupara la policía de evitarlo. Pero a quien tiene que pedirle explicaciones es a un compañero de gobierno. En concreto, al delegado del gobierno (de su gobierno) en Madrid. Que a la vez es el secretario general del PSOE madrileño, señor Franco.
Parece más democrático reprobar una concentración porque no respeta las normas de convivencia y de salud pública que por la supuesta clase social de los concentrados. Esto segundo resulta ligeramente sectario. Y muy poco científico, como sabe Echenique. No está probado que todos los vecinos de un barrio, o una calle, de Madrid voten todos lo mismo. Ni siquiera que opinen todos lo mismo que los que en la calle hacen ruido. Y si uno cae en el brochazo de despreciar a los vecinos de un barrio por su nivel de renta se arriesga a que le recuerden a uno dónde vive.
Alguien me dijo ayer, y no está mal visto, que ya estamos hablando, y dedicando minutos, a unos cientos de personas que protestan, a dónde vive Echenique o a cómo se llaman los funcionarios de Simón, es que la emergencia de la epidemia ya ha pasado.
Ojalá fuera así. Es cierto que la urgencia ha dado paso a una dolorosa rutina. Sigue habiendo contagios. Sigue habiendo hospitalizados. Sigue habiendo fallecidos. Más de doscientos en un solo día.
Me pareció muy justo esto que hizo ayer el hospital de La Paz en Madrid. El minuto de silencio por los profesionales de la sanidad fallecidos y la lectura pública de sus nombres.
Algunos de los nombres que me resultaban familiares, de haberlos mencionado aquí y de haber tenido noticia de alguna de sus familias, que escribieron para contarnos cómo habían fallecido en el mismo hospital en el que durante años trabajaron para sanar a otros. El doctor Díaz creo recordar que era oyente del programa.
Hoy me apetece contarte que los mensajes de gratitud de familias que han pasado por el trago de tener a un abuelo, o a una madre, o a un hijo ingresados siguen llegando. La gratitud a los médicos, los enfermeros, los auxiliares, los celadores, los cocineros de los hospitales.
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