VÍDEO del monólogo de Carlos Alsina en Más de uno 25/02/2019
Comienzo de la semana en que veremos desfilar por el estrado del Tribunal Supremo a Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro, los tres puntales de aquello que se dio en llamar la operación diálogo con el dúo Puigdemont-Junqueras.
Los tres actores principales —Rajoy, Santamaría, Montoro— del intento de apacigua-miento, primero, y de la aplicación del 155 después. Año 2017. Cuando Esquerra Republicana le hizo creer al gobierno de España que Junqueras era el hombre bueno, la garantía de que, por más duras que fueran las proclamas y las consignas para tener contenta a la parroquia, nunca llegaría ni la ley de transitoriedad, ni el referéndum, ni mucho menos la proclamación de la independencia.
Podrán contar el testigo Rajoy todo el diálogo que, en efecto, hubo entre su gobierno y el gobierno autonómico de Cataluña durante el tiempo en que él creyó que el independentismo iba de farol. Como dijo la señora Ponsatí, que íbamos de farol pero al final una cosa llevó a la otra. Son los hechos y las acciones lo que se juzga, y no las intenciones con que iniciaron Puigdemont y Junqueras aquel camino. Y antes que ellos, Artur Mas. El audaz. El profeta que pasó de pastelear el texto del nuevo Estatut con Zapatero en la Moncloa a cabalgar la ola independentista a mayor gloria de sí mismo y hundiendo, en el empeño, a su partido. Mas también declara esta semana.
Anoche el valido de Puigdemont le copió a la alcaldesa Colau el numerito escapista. Otra vez las posturitas de hace un año. En la cena de acogida a los ejecutivos de las empresas que participan en la feria del Mobile. El numerito consiste en que ni la alcaldesa de Barcelona ni el presidente de la Generalitat están en la puerta del recinto esperando al rey porque ellos son activistas de la causa soberanista, no representantes de la ciudad o de la sociedad catalana, por más que digan.
Como activistas que son, boicotean al monarca. Ah, pero luego le están esperado dentro para saludarle, para sonreirle (sobre todo ella, que es muy de retirar bustos borbónicos pero también de agradar al busto cuando lo tiene a su vera), y para sentarse a cenar aprovechando que el ayuno aquel en solidaridad con los presos duró un suspiro. Ya no se ha vuelto a ver a Torra de ejercicios espirituales en Montserrat mientra el abad se dedica a encubrir abusos, presuntamente.
Torra se abstuvo de explicarles a los ejecutivos presentes en esta cena cómo, en su opinión, la democracia consiste en votar sobre cualquier cosa que a él se le ocurra y todo lo demás es secundario. Empezando, naturalmente, por la ley. Podría haberles esplicado allí mismo que él podría convocar, democráticamente, una consulta para expropiarles a todos sus stands y repartir los dispositivos móviles entre el pueblo porque la ley que se lo impide no es más que un accesorio texto legal.
Donde esté la democracia, ¿verdad?, que se quite el papeleo. Le tocó al rey, como siempre, entre el ninguneo fallido de la alcaldesa y el president, sacar la cara por el Estado del que ellos dos forman parte y por la calidad de la democracia española que ellos dos cuestionan.
Sin el concurso del Estado español no habría ni feria del Mobile ni cena de honor a la que pudieran asistir Colau y Torra. Que se olvidaron de avisar a los invitados de que no intentaran pedir un uber o un cabify so pena de ser declarados persona non grata.
Naturalmente, los ruidosos activistas antiborbónicos que cuentan con las simpatías de Torra y de Colau se dejaron ver por los alrededores un par de horas antes para tener unos vídeos que subir al twitter y unas fotos en las que pareciera que eran una multitud. En realidad, el éxito de la movilización de anoche —acabemos con el Borbón antes de irnos a ver el fútbol-- fue equiparable al de la huelga general de la semana pasada, o sea, que fue un fiasco.
Eran también cuatro gatos, pero muy molestos, los que estuvieron en Colliure martirizando al personal con sus consignas de primero de primaria. Lo mismo saboteaban las conexiones en directo de los reporteros de televisión (tapando con esteladas los objetivos de las cámaras) que se ponían a berrear mientras el presidente del gobierno intentaba leer un discurso.
Miraba el presidente hacia el grupo de gritones, esperando a ver si se callaban. Pero era como si les hubieran dado cuerda. Que si los presos políticos. Que si el fascismo. Independentistas llamando fascistas a los representantes de la Fundación Antonio Machado. Activistas de esto que sólo ellos llaman revolución de las sonrisas voceando, torpedeando, boicoteando el homenaje a quienes de verdad sufrieron las consecuencias de un conflicto violento, la guerra civil que siguió al golpe de una parte del Ejército contra el gobierno republicano. Vocingleros intolerantes que ahora se creen propietarios también del sur de Francia.
Luego pudo seguir el presidente con un discurso que empezaba evocando al fotógrafo de Mathaussen y terminaba llamando al compromiso europeísta tras haber dicho eso de que España debe perdón a Azaña y a Machado aunque sea a deshora. Bien está que un presidente de gobierno español rinda tributo a Machado en Colliure, y bienvenido sea, pero no vaya a creer el presidente que hasta que no existió él no hubo autoridad política de la España en democracia que no reconociera el desgarro del exilio. Porque eso sí que lo hubo, y hace casi cuarenta años. Sólo hay que ir a las actas del primer Senado.
Estos voceadores que, a gritos, intentaron reventar el homenaje a Machado son los mismos que luego se escandalizan porque Arrimadas se planta en Waterloo para soltar un mítin con la mansión del fantasma al fondo. Pura puesta en escena, es verdad. Y dándole gusto al prófugo, que se siente, así, reconocido en su condición de líder expatriado. Vengan aquí, aunque sea para repudiarme. El viaje de Arrimadas cosecha división de opiniones en la prensa de esta mañana. Pero Puigdemont es el menos indicado para criticar las performances ajenas. Ver a Puigdemont quejándose de los shows mediáticos es como ver a Jack Nicholson quejándose de que los demás pongan caras.