Marina Hervás dedica su sección de este lunes en 'Más de uno' sobre los boleros, uno de los géneros por excelencia del amor (y el desamor), y que además se ha convertido en Patrimonio Cultural inmaterial de la humanidad hace muy poquito, el pasado mes diciembre. Concretamente, nos habla de las mujeres compositoras de boleros.
Empezamos por un bolero escrito por un hombre, porque es preciso hacer antes un pequeño recorrido histórico. Se suele atribuir al cubano Pepe Sánchez el primer bolero, llamado “Tristezas”, que data de 1883. Este hombre era sastre. Pero no le recordamos por sus camisas o por sus trajes, sino porque Sánchez perteneció a un grupo de trovadores, cantantes autodidactas, que después dieron lugar a algo que seguramente os suene a vosotros y a muchos de nuestros oyentes, que es la “trova tradicional” (y que explica por qué luego músicos como Silvio Rodríguez o Pablo Milanés se enmarcan en la llamada “nueva trova cubana”).
Entre finales del siglo XIX y los años 30 del siglo XX, el bolero fue poco a poco conformándose. Por ejemplo, surge el bolero-son con una canción que sigue siendo muy popular y que compuso en 1927 Miguel Matamoros para su Trío Matamoros. El son es uno de los principales géneros precursores de la salsa. Del contexto de Pepe Sánchez surgieron otras voces míticas del bolero, como Sindo Garay o la pionera María Teresa Vera, que veía la luz en Cuba en 1895. Vera era la hija de la sirvienta de una familia pudiente de La Habana. Gracias a los contactos de la familia con los músicos de la época, ella terminó siendo compositora, cantante guitarrista, contrabajista y…. también… ¡santera!... Escribió, entre otros muchos, “Veinte años” en 1935, a medio camino entre la habanera y el bolero, con la letra de Guillermina Aramburu (que era la hija de la familia para la que trabajaba la madrea de María Teresa). Escuchamos con su inseparable Rafael Zequeira:
Ese 'tin-titintintin' es el típico de la habanera (seguro os suena por la de Carmen de Bizet) pero confluye rápido con los ritmos de bolero, que enriquecen ese tin-titintintin con más percusiones (congas, maracas, etc). Más allá de estas cuestiones técnicas, lo que nos interesa aquí es que el bolero es un género que habla del amor. Lo cierto es que en el bolero encontramos un canto al amor que parte de una especie de derrota inicial: se canta, muchas veces, a un amor efímero, frágil, transitorio. Lejos del amor “verdadero”, idealizado, en el bolero hay un amor mucho más crudo, a veces solo posible como promesa.
De una generación posterior a María Teresa Vera es Isolina Carrillo. Isolina nació en 1907, en Cuba, y en el año 1945 compuso un bolero que es un clasicazo: “Dos gardenias”.
El bolero no es solo Cuba. Por ejemplo, en México este género tuvo una expansión importantísima desde las primeras décadas del siglo XX. Entró por el Yucatán y poco a poco conquistó el país.
¿Y hay boleros muy muy famosos que compusieran mujeres mexicanas? Y tanto! De hecho, uno de los más famosos, de los más conocidos de la historia: “Bésame mucho”. Lo compuso Consuelo, “Consuelito” Velázquez, que era una mujer que venía de formación pianística, así que su comprensión del bolero es tan interesante como compleja. Me explico: la melodía inicial de “Bésame mucho” supone un homenaje velado a Enrique Granados, compositor español que exploró, con un lenguaje muy personal, la tradición popular de nuestro país. Este homenaje lo escuchamos en la cercanía de “Bésame mucho” a la Goyesca n. 4 de Granados, “Quejas o la maja y el ruiseñor”, que escribió en 1911.
Consuelo tenía 16 años cuando compuso esta canción. O sea, la compuso en el 32 (según ella, ¡no había aún ni siquiera besado a nadie!), aunque tuvo su primer éxito con la versión de Emilio Tuero de 1941 y, lo demás, es ya historia. Vamos con más éxitos firmados por mujeres: uno de mis favoritos, “Cuando vuelva a tu lado”, de 1934.
Esta canción también tuvo su versión en inglés, y es ahí donde ya se hizo famosísima en el mundo entero…La culpa fue de los Dorsey Brothers, que hicieron una versión en fox trot también de 1934 e hizo que la melodía comenzase a sonar en EEUU. La han cantado desde Cher a Diana Ross, pero yo os voy a poner la versión de Dinah Washington que grabó en el año 1959.
Pues esta maravilla la escribió María Grever (bueno, ése era su nombre artístico; en realidad se llamaba María Joaquina de la Portilla Torres). Era mexicana, como Consuelo Velázquez, pues nació en Guanajuato en 1885, y al igual que ella su formación pianística era muy sólida –de hecho, estudió con Debussy, entre otros–. Vamos con otro bolero de ella, pues compuso muchos cientos que están en nuestra memoria, como “Muñequita linda”.
Este “Muñequita linda” tiene una historia triste, porque la escribió cuando una de sus hijas murió, en sus brazos, a los seis meses de nacer, lo que hace más doloroso eso de “Y a veces escucho/Un eco divino/Que envuelto en la brisa/Parece decir/Sí, te quiero mucho/Mucho, mucho, mucho”.
Después, os hablo del “filin” (f-i-l-i-n),: a partir de los años 40 surge una subcorriente del bolero que se llama así, “filin”, que como supondréis viene de “feeling”, sentimiento en inglés. Básicamente, el bolero se vuelve más intimista, está más centrado en la guitarra (se prescinde, en ocasiones, incluso de la percusión) y se juega con una armonía más compleja. Por ejemplo, este bolero titulado “Llora” y que escribió la cantautora cubana Marta Valdés en 1968.
Es muy de sentimiento. Y como todas las músicas, está llena de cruces e hibridaciones. Uno muy importante, que aúna Cuba con México, es el bolero ranchero, que despegó en los años 60.
Y de esto pasamos a una mezcla muy interesante de bolero y rumba. Con el Pescaílla y con Lola Flores. Ellos lo hibridaron como nadie y un buen ejemplo es el bolero que cantaba La Faraona en una película de Gilberto Martínez Solares, De color moreno, del año 1963. Es un bolero original de Ema Elena Valdelamar que se titula “Milb esos”.
El bolero sigue muy vivo y también se ha cruzado con recursos de la música urbana. Por ejemplo, en la canción “Promesa”, de Rosalía y Rauw Alejandro, publicado hace casi un año. Destaca mucho la percusión con un fondo armónico muy filtrado (algo que notamos porque se escucha como si estuviera lejos, dentro de una caja) y, como suele hacer Rosalía, tomar elementos característicos de un género y deconstruirlos, en este caso deformando el sonido de guitarra eléctrica, jugando con los sintetizadores e incluyendo palmas flamencas.