En la semana previa a Halloween, Marina Hervás nos propone hablar de fantasmas en la música a través de la escucha guiada de algunas piezas clásicas.
Los fantasmas en la música tuvieron su apogeo, como en el resto de las artes, en los siglos XVIII y XIX porque los románticos estaban convencidos de que el tiempo no es lineal (no va siempre y necesariamente para adelante), sino que pensaban que pasado, presente y futuro están conectados.
La "ombra" y la "tempesta" romántica
De este modo, los fantasmas en la música son un recurso que representa a la “sombra” o, en general, a todo lo tenebroso, las escenas de muerte o lo sobrenatural. La sombra es "la ombra" y se suele asociar con "la tempesta"; la tempestad o la tormenta. Este segundo recurso es más fácil de detectar pues se intentaba imitar directamente a una tormenta.
Esa "ombra" era una forma de representar el camino de la oscuridad a la luz y de la luz a la oscuridad. Don Giovanni, de Mozart, es un claro ejemplo de la aparición de los fantasmas.
La ombra es tenebrosa, pero también representa a personajes que vienen del más allá, por lo que puede tener algo de majestuoso
Asimismo, la ombra también aparece en otros lugares, como en la introducción de la Sinfonía “Praga” Nr. 38 KV 504, que Mozart escribió a la vez que Don Giovanni (en 1787), algo que podría explicar porqué vuelve esta “ombra”.
"La ombra es tenebrosa, pero también representa a personajes que vienen del más allá, por lo que puede tener algo de majestuoso", explica Marina.
El movimiento romántico: la máxima expresión de la "ombra"
El romanticismo es un movimiento artístico muy relacionado con la muerte, con lo trágico, con el suicidio, con los cementerios, etc. En aquella época se pensaba que el tiempo se conectaba del pasado al presente y creían en el poder de la música para conectarse y comunicarse "no sólo con los muertos, sino con quienes están lejos", dice Marina.
Así, en el siglo XIX, el Romanticismo puso de moda los teatros de fantasmagorías: proyecciones de calaveras, monstruos y fantasmas que se hacían con recursos más o menos rudimentarios, con lo que normalmente se llama "la linterna mágica", que consiste en poner papel translúcido en un foco de luz. Los músicos se sumaron a esta moda y tomaron los recursos de la "ombra" para ello.
'El cazador furtivo', una ópera de fantasmagoría
Un caso significativo es 'El cazador furtivo' de Carl Maria von Weber, del año 1821. La historia trata de cómo Max trata de ganar un concurso de tiro en el que el premio –como tantas veces– es una mujer, Agathe. Para ello, el diablo, Samiel, por mediación de Caspar, le seduce para darle unas balas trucadas.
Agathe, aparte de representar el objeto ansiado representa también el contrapunto de piedad y fe que hacía falta ante tantos seres endemoniados, para así concluir en cómo el bien gana siempre al mal (hay que ponerse en el contexto de la época).
En concreto, escuchamos la escena en la que se preparan las balas, que parece que está inspirado en el teatro de fantasmagorías. El final del acto dos comienza, en la escena 4, con un canto de "espíritus invisibles" de presagios e imágenes tenebrosas.
A medida que se van preparando las balas, la música sube de intensidad y se acentúa el carácter rítmico. Las balas provocan una tormenta (¡la tempesta!), se escucha el galopar de los caballos, aparecen cazadores con perros, etc.
Coros y voces para representar el espíritu del pueblo
Esta ópera buscaba representar la fina línea entre el paso del bien al mal, pero también el espíritu del pueblo. Por eso, "aparecen tantos coros y voces comunitarias que apoyan al héroe", un elemento griego, a su vez.
La representación de la nación y del espíritu del pueblo es un elemento que aparece en el siglo XVIII y toma fuerza en el XIX, "hacen que el héroe no esté solo, ya no hay un único protagonista".