Un bolso grande. Un bolso dejado en el escaño de Rajoy para acusar más su ausencia. O a lo mejor para que comparásemos. Ganaba el bolso. El país cambiando de piel y sobre el butacón un bolso de vicepresidenta soportando una moción de censura que no iba exactamente con él. Pero es que Rajoy no estaba.
Lo que se le cuestionó al cesado es la política. El partido. Su actitud. La corrupción de tantos de los suyos. Es tremendo. En el PP aún están mirando hacia atrás para intentar entender qué ha sucedido. Pero yo se lo explico: Gürtel. Ha ocurrido eso. Que una sentencia con párrafos de piedra pómez los a echado al suelo. Ahora es el turno de Pedro Sánchez. Un turno legítimo. Una vez que Monedero, insigne Pepito Grillo, le ha pasado la mano por el lomo (después de placar por los hombros a Soraya Sáenz de Santamaría), Sánchez ya podía considerarse presidente.
Incluso antes de prometer el cargo sin crucifijo y sin Biblia, que es lo prudente en un país aconfesional. A Sánchez le espera un horizonte de caimanes. Y él va río arriba en una barquita hinchable. Dicen que recuperará la vieja tradición perdida del diálogo político. No le queda otra con 84 diputados por todo patrimonio. Pero dialogar no es claudicar.
Su inmediato Gobierno es, en principio, una anomalía, pero quién dijo que no fuese posible avanzar incluso llevando los huesos por fuera. Este es de esos momentos históricos en que lo más metafísico que puede uno preguntarse es quién pago la cuenta de las ocho horas de Rajoy atrincherado en el restaurante, despachando con unos y con otros como un apoderado, como tratante de 'ganao'. Aún veremos cosas extraordinarias. Y alguna hasta puede funcionar. Qué raro es todo.