Cada vez está más claro que en el fondo de la verdad del pozo nadie quiere el independentismo. Me refiero dentro de la selva nacionalista. Así que conviene estar preparado para el nuevo enroque de pactos oportunos cuando Puigdemont diga sí. Y, sobre todo, si no dice no. Este momento filigrana, macramé, punto de cruz y tocomocho de la política nacionalista se está agotando en sí mismo.
Nada tan distraído como ver a un señor negociando Cataluña como si fuese un retal de paño de Tarrasa. O sea, que está traicionando a Cataluña. Recuerdo ahora, por un artículo de Juan Marsé, el poema que Jaime Gil de Biedma le dedicó: 'Noche triste de octubre, 1959'. En él estaban estos versos: "y el Gobierno sigue reunido en consejo de ministros, no se sabe si estudia a estas hora el subsidio de paro o el derecho al despido, o si sencillamente, aislado en un océano, se limita a esperar que la tormenta pase y llegue el día, el día en que, por fin las cosas dejen de venir mal dadas". Qué certero en esto que ahora vivimos.
En el asunto de Cataluña hace tiempo que la política, por ambos bandos, pasó a ser una modalidad de caza mayor, con sus elefantes ideológicos y sus perrillos falderos amaestrados. Las semanas que quedan por venir van a ser una gozada. Aunque lo cierto es que el subidón que comenzó el 1 de octubre empieza a desinflarse. La burguesía catalana que tanto favoreció a Pujol terminará asesinando a Puigdemont por diminuto, políticamente hablando. Por aventurero. La cicuta caerá en su copa desde el anillo de Artur Mas, que es un Richelieu diseñado por Pujol en misa de 12 y con anillo suizo. Y es que Cataluña ha dejado de estar clara para los que la han liado parda, es decir, los catalanistas. A las pruebas me remito.