Lo único claro es que el PP hace cola en la ventanilla del finiquito y no por un desgaste de celo legislativo, sino por una sombra de sospecha delincuencial. Mariano Rajoy está, más que amortizado, desautorizado. Mucho sacamantecas en la última década orbitando alrededor de su partido. O directamente jugándose el dinero público a los chinos por dentro de Génova 13. Es hora de desalojar.
Y tiempo también de que Ciudadanos y PSOE sepan mirar a lo largo y pactar bien en corto hasta conformar un bloque de salvamento en el que quepa más gente y se ocupe de aquello que a Rajoy sólo le empujado a encender otro puro y aterciopelarse. Puede que en poco veamos por primera vez en España un gobierno de equilibrios a varias bandas, como en los países que son mayores de edad. Los múltiples e infames intentos de escaqueo del PP respecto a su corrupción están acelerando la aventura de cambiar cuanto antes de paisaje. Aunque Rajoy dejará, como era previsible, lo de Cataluña sin resolver.
Pero ya se sabe que a todo fin del mundo le sigue otro fin del mundo, y así sucesivamente. La realidad del partido de Rajoy, a esta exacta hora de la mañana, es que todo ha comenzado a reventar con ellos dentro. Los casquetes polares del PP se están licuando a causa de los gases generados por algunos de sus más distinguidos corruptos.
Compañeros de la vieja escuela del presidente del Gobierno. Lo que ahora vemos del iceberg sólo es la parte de arriba. En la de abajo está el camión de la mudanza buscando en el GPS la ruta más directa a La Moncloa. Como escribió el poeta Carlos Edmundo de Ory: "Ahí va otro más que intentó escribir la historia de la lluvia".