Tan disparatado era el entusiasmo rociero que a una mujer que pasó pedaleando con una estelada a modo de capa le cayó tal aluvión de aplausos que casi cae de la bici. Lo de los aplausos parece una coña, pero era el distintivo tribal de saber que este referéndum minusválido, ilegal, tramposo y excluyente ya estaba ganado. Emocionalmente había sido un éxito. Y no eran más de las cuatro de la tarde. Es inquietante que el tam-tam del aplauso confundiese de tal modo lo unísono con la unanimidad. Más de la mitad de los catalanes no bajaron a participar del paripé, como estaba previsto.
Pero había palmeros profesionales que armaban las burlerías como si lo hiciesen por todos, sobre todo por aquellos que los independentistas no consideran parte de la falsa arcadia en la que los sensatos, los aburridos de esta movida o los espantados, serán rehenes moralmente fumigados por no atenerse a la conducta guerrillera de la nueva patria de juguete. Porque esas palmas que todo lo celebraban son en verdad la advertencia de que en esta decantación de Cataluña que comienza ahora habrá vencedores y vencidos, algo típico de la dialéctica parda de quienes han decretado ilegal la legalidad y sus garantías.
Cada una de esas palmas festivas eran la percusión que celebraba el éxito de las trampas tendidas por la hermandad indepe, esa aleación de la derecha nacionalista corrupta, la adusta burguesía catalana clasista y codiciosa y el trilerismo ciego de los nenes de las CUP. Así que del mogollón de ayer lo más excéntrico fueron las palmas para todos, como aquel café siniestro de los peores 40 años de la España retrógrada del siglo XX. Imagínate si esto no lo sujeta nadie y se adelantaran elecciones. Sospecho que habrá palmas para rato.