Lo normal es que España en un Mundial fuese algo más que una favorita: un terremoto. O poder decir como en aquel fragmento de Ray Bradbury:
-- ¡Eh --gritó Will-- la gente corre como si ya hubiese llegado la tormenta!
-- ¡Llegó --gritó Jim--, la tormenta somos nosotros!
Otra vez será. Lo cierto es que a la política española le venía muy bien tener más tiempo a la selección en el Mundial. Hace que se repartan las pasiones, las miradas y los bramidos. A este Gobierno que se impulsa con velocidad de mecha rápida unos cuartos de final le allanarían un poco el verano. Habrá que inventarse otro entretenimiento para cuando Sánchez dé las dos o tres órdenes difíciles a las que se ha comprometido.
Va a tener que echarse a la calle sin peto acolchado, como llevan los caballos de los picadores. Un Mundial, aunque sea el de Putin, es la posibilidad de un salvoconducto que lleva al centro mismo de la alegría de la gente. Y además es verano. Pero no pasar de octavos va a dejar mucho tiempo libre para echar vistazos a Twitter donde se cocina compulsivamente la enorme ficción de la realidad paralela a la realidad, justo uno de los abrevaderos de la política.
Y una postdata: no olvidemos lo que sucedió unos días antes del Mundial con el seleccionador nacional. Aquello fue un juego de manos de trileros. Algo habrá tenido que ver el desfalco de entrenador. Pura política.