Para entonces quizá seamos un país algo mejor abrochado. Mantener a un dictador enterrado con honores en la basílica de un panteón faraónico es una anomalía en democracia. A lo mejor por eso Pedro Sánchez y su PSOE avanzan en el desalojo de osarios y fantasmas de la basílica del Valle de los Caídos. Ese gesto natural y tardío liberará una inmensa carga radioactiva, la de algunas fuerzas reaccionarias muy oscuras.
El propio Franco será lo de menos en esa batalla, más o menos lo mismo de menos que lleva siendo los últimos 40 años. Me parece muy bien el puntapié al dictador para extraerlo de ese espacio que aún parte en dos a los ciudadanos de un par generaciones. Debe ser su familia quien le conceda un sepelio cristiano y privado. Exhumar a Franco no va a ayudar a resucitarlo, aunque algunos muertos resucitan como quieren y no te das ni cuenta.
Lo vergonzoso es que después de la bestialidad de someter a este país a 40 años de desprecio democrático, ahora existan dudas sobre dónde debe descansar el caballero. Pues con los suyos, claro que sí. Con los suyos. Devolverles los restos es una decisión que los socialistas retrasaron durante años, hasta agotar la idea. Sospecho que por cobardía. Pero parece que su nuevo líder propone más en serio que los otros acabar con el escarnio a la memoria colectiva que supone el Valle de los Caídos y el pedazo de chiringuito que se encargó el señorito.
No es mal tinglado esta nueva posibilidad de ver a Franco desfilar tumba arriba en la misma semana en que Urdangarin ingresa en ese otro mausoleo de vivos que es el trullo. Hasta la próxima.