Parece más fácil que te toque el Gordo a que Cataluña tenga un Gobierno estable a la primera. Las colas ante las urnas y las que acumulan administraciones como Doña Manolita tendrán esta semana una misma raíz: gente buscando de algún modo el milagro. El del azar y el de la divina misericordia. Unos para vivir y otros para sobrevivir. Nunca antes unas elecciones y un sorteo de Navidad tienen tanto que ver. Ambos son una mezcla de ansiedad y fantasía.
Los niños de San Ildefonso cantarán números mientras los apoderados de los partidos políticos recontarán votos. Pero si el entusiasmo del sorteo de Lotería es que el premio grande quede muy repartido, el maleficio de las elecciones catalanas es que desconcentre tanto el voto que no haya manera de recomponer el décimo premiado de un Gobierno a varias bandas. En ambos casos esta semana se redoblará la superstición. Unos pasarán los décimos por el santoral y otros pasearán la papeleta por el lomo de las encuestas.
Y no faltará, en uno y en otro, el tocomocho de quien presenta un billete de lotería trucado por ver si cuela y el trilerismo de quien querrá jugar a enredarlo todo más con el puñado de votos logrado. Lo que ya tenemos claro es que cada año el Gordo es menos gordo, igual que las elecciones son cada vez menos predecibles, es decir, menos gordas. Una de las grandes pasiones intelectuales de España en estas fechas es el juego. Esto explica de algún modo nuestra cultura milagrera. El próximo viernes, el azar volverá a ser una necesidad más que un conjunto de coincidencias. Ya veremos de qué lado cae el irracionalismo de la fortuna.