Rajoy y los suyos defenderán jurídicamente lo que no han sabido afinar como políticos en un tiempo de oro que hoy es de plomo. El material artístico de Puigdemont y los nenes de las CUP tiene mejor público aquí que allá, se lo estamos demostrando en cada telediario. Muchos de sus vecinos están cansados de tanta cutrez escénica e intelectual mientras que en el corazón de la meseta somos un auditorio generoso con el pasacalles y el teatro de gesto resentido. A Puigdemont le sucede lo que a Pujol cuando Felipe González le hizo creer que era un Carlomagno en bajito y es que no quiere liberar a Cataluña de nada, sino que aspira a catalanizar un poco a esa derecha española a la que él y sus dos o tres padres (políticos) pertenecen.
No olvidemos que Puigdemont viene de Artur Mas y de todos aquellos tahúres de la podrida Convergencia que acusaba a España de robo mientras ellos diseñaban los butrones. El político que encabeza este locurón del referéndum no tiene ninguna fuerza moral porque es el capullo de seda de los gusanos previos. Aquellos que hicieron de una formación nacionalista el partido político más palermizado de toda Europa. Quiero decir: el más ladrón. Sentir sentirán mucho la bandera y los colores, pero faltó poco para que secaran hasta la última hucha de su latifundio.
Cómo serían los papaítos políticos de Puigdemont que hasta un nacionalista de derechas (es decir, coherente) como Salvador Dalí los desheredó en favor del Estado español. El mismísimo Dalí, tan tronado pero nunca loco. Si algún día Cataluña es independiente no dudemos de que nadie se acordará del pasacalles de Puigdemont. Siempre hay un tonto dispuesto a confirmar con su propio pie que en donde dice campo de minas efectivamente hay minas.